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"El día que me confundieron con un espía ruso": el tenso encontronazo de un reportero asturiano en Polonia

Una historia ocurrida al filo de un directo de televisión que refleja la tensión en Polonia

Álvaro López Serrano, a la izquierda, realiza, con su compañero cámara Fernando Hernández, labores de reporterismo en un campamento de refugiados en Polonia.

El periodista Álvaro López Serrano (Oviedo, 1989) trabaja para “AR”, programa matinal de Telecinco, y lleva dos semanas cubriendo lo que ocurre en la zona polaca limítrofe con Ucrania, donde ayer tuvo un incidente con militares que muestra la tensa situación en el lugar. Él mismo lo narra en este relato.

Faltaban diez segundos para entrar en directo. Sabíamos que no era una conexión fácil. No era una más. Al otro lado del pinganillo ya escuchaba a Ana Terradillos desde plató: “Vámonos a Polonia. Álvaro López, buenos días. Estás a escasos metros de la principal base de la OTAN, a pocos kilómetros de la frontera…”.

Hacer reporterismo en televisión es acostumbrarse a desarrollar sobremanera un sentido, el del rabillo del ojo, cuando estamos a punto de empezar a hablar. Una vez te dan paso, tienes que mirar a cámara y la vida real no se ve, se intuye. Yo me di cuenta de que algo iba mal cuando compruebo que Fernando, mi compañero, aparta la vista del visor y baja la cámara al suelo. Ya estábamos en el aire. “¿Álvaro? ¿Lo tenemos…? ¿Nos escuchas…?”. Yo apenas podía articular palabra del nerviosismo.

–¿Qué hacéis aquí? ¿Quiénes sois? ¿Para quién trabajáis? ¿Qué has filmado? Dame la documentación ahora mismo. Y ni se te ocurra grabar. Ese aparato ahí abajo.

Fueron dos coches primero. Otros dos después. Dos militares con malas pulgas y tres policías polacos vestidos de paisano con gesto de sospecha. Nos miraban de arriba abajo. Y entonces mi cabeza ya empezó a hervir. Y a pensar. Y a ponerse en lo peor. A rayar la obsesión. En una obsesión que me dibujaba una fotografía horrible. Nada que ver con las historias de miles y miles de refugiados con las que me he encontrado en quince días aquí. Incomparable. Pero cuando te entra el miedo es normal pensar en ti.

Y mi miedo era que en la mente ya circulaba el nombre de Pablo González, el periodista español que lleva un mes encerrado en una cárcel polaca acusado de espionaje prorruso.

Es verdad que son casos diametralmente diferentes. Es verdad que estábamos en una vía pública. Pero también es cierto que estábamos enfilando de lleno, con la cámara, las cinco baterías antimisiles, los seis helicópteros Black Hawk y las decenas de camiones cargados de armas y ametralladoras. Todo estaba a la vista de cualquiera que pasara por allí. Daba igual. En Polonia todo es psicosis y desconfianza. Son tiempos de guerra. Y ellos la tienen a las puertas de su casa.

–No hemos grabado nada. Solo íbamos a entrar en directo y se acabó. Nada de filmar, nada de grabar.

Verdad a medias. Dos minutos antes se acababa de emitir un reportaje que habíamos grabado el día anterior en otro centro de vigilancia de la OTAN. Nos habían filtrado la localización. Contamos los detalles. Un radar, dos lanzamisiles y una veintena de soldados instalados en mitad de una granja de un pueblo perdido en la zona este de Polonia. Todo en terreno público, rodeado de caseríos. Pero otra vez daba igual.

–Fer… Van a descubrir que sí grabamos. Que dimos detalles de las bases. Estamos jodidos.

–Tranquilo… Es imposible que lo hayan visto.

Llegaban más coches. Se iban. Hasta que salen del coche de nuevo.

–¿Trabajáis en Telecinco? ¿En AR?”

–Sí.

–Ok. Os podéis ir. Pero sabemos qué hacéis aquí. No volváis nunca más por esta zona. Ni se os ocurra.

Salimos disparados. Fueron cuarenta minutos retenidos en mitad de la nada. Sintiéndonos delincuentes.

En tiempos de guerra, la inteligencia militar sabe que utilizar la vitola de periodista es la trinchera perfecta para el espionaje.

–“Pues es normal. Estáis revelando posiciones de la OTAN. Teníais que haber tenido más cuidado”, me decía un compañero, “Honoris Causa” del periodismo patrio.

Claro. Se nos olvidaba que la inteligencia rusa, desde un salón del Kremlin, pone cada mañana Telecinco para informarse sobre la localización de sus objetivos. Es verdad.

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