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El “tour de force” de Pepe Monteserín: subir a los techos de los 78 concejos y a los de las 52 provincias españolas

El escritor vierte su exigente aventura en el libro “Por todo lo alto”, que saldrá publicado en mayo: “Ascendí a estas montañas para tocar el cielo”

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En imágenes: Cumbres alcanzadas por Pepe Monteserín recogidas en su libro "Por todo lo alto" Pepe Monteserín

El escritor Pepe Monteserín (Pravia, 1952) ha completado un reto que a sus casi 70 años suena a auténtica proeza: subir a los picos más altos (los techos) de cada uno de los 78 concejos asturianos y de las 52 provincias españolas, 130 oportunidades de expresar su amor (teñido, se supone, que de sacrificio, por las lesiones que hubo de arrostrar) por la montaña y que ha plasmado en un volumen, “Por todo lo alto” (Luna de Abajo), en el que, aparte de desgranar los más diversos temas montañeros, da cuenta de brindis y celebraciones, ligados a copas y a platos de la cocina española. Nacido en una casa con vistas al Mirabeche (que por cierto no ha subido), Messner le contagió su “dromomanía”, que según el RAE es la obsesión por desplazarse.

A la montaña fue mucho de joven, y en el 92 estuvo a punto de ir con la expedición asturiana al Everest. En 2018, su pareja le regaló un libro sobre los 52 techos provinciales de España y resolvió hacerlos, aunque llegó la pandemia y aprovechó su carné de federado para hacer los 78 techos asturianos, “de los que no conozco ningún libro pero fui adivinándolos”.

“Una de las jornadas más largas fue al Torrecerredo, desde Pandébano. En mi juventud lo había subido desde Poncebos, al día siguiente subí al Naranjo y esa noche fui a las Fiestas del Carmen, en Celorio. Ahora, cumplo 70 años en junio, me cuesta más ir de fiesta que caminar 13 horas. Pero la montaña en la que más sufrí fue la Pica d’Estats, techo de Lérida y de Cataluña; fue de las últimas de este reto, arrastraba varias lesiones y no me daba tiempo a recuperar; salimos de noche, con frontal, no me alimenté bien y me dio la pájara bastante antes de la cumbre, cuando llegó una tormenta de rayos y centellas. Me acompañaban dos clásicos: Toño Fierro y Gelo Galbán; subí gracias a su determinación, tras sus huellas por el granizo”, dice.

La cumbre más satisfactoria fue “la Torre de Santa María, en Picos de Europa, techo de Cangas de Onís, repetida con mis amigos de la juventud, los de siempre, Irene Martínez, Pablo Lavilla y Juan Miranda. Arriba brindamos con vino”. También le llenó mucho el Fontán Norte, techo de Quirós, en el macizo de las Ubiñas, con Herminio Sánchez y su hijo mayor. “La había hecho de joven con la integral de Ubiña”, asegura. Y otra que le deparó un gran placer fue “acaso una que hice solo porque mi compañero se sintió mal a la mitad, la Mesa de los Tres Reyes, de Navarra, el día más caluroso del año, sin agua en el camino”.

A Monteserín, el Morro de la Agujereada, de Gran Canaria, fue de los que más arriesgados le resultó. “El ascenso es corto, pero no está marcada ni asegurada y mil metros abajo queda la Caldera de Tirajana”, asegura. Y añade: “También fue difícil gestionar accesos a cumbres que ocupan bases militares: el Aitana (Alicante), el Puig Major (Mallorca), el Rostrogordo (Melilla), el Monte Hacho (techo oriental de Ceuta); tuve que vérmelas ante una propiedad privada y electrificada para alcanzar el Xunqueira, techo de San Tirso de Abres, y en los Riscos del Amor (Ciudad Real), hay que sortear alambradas y cierres de fincas particulares. También hay techos asturianos casi inaccesibles por la maleza: el Coronas, de Soto del Barco; el Ventoso, de Mieres... Y hay techos inciertos, como el Monte Areo (Carreño), una gran llanura. En La Maroma, techo de Málaga, en el Parque Natural de Tejeda, había tantas dudas en la sierra del entorno que construyeron un monolito para que, si uno se encarama en él, alcance el techo sin discusión”.

Y cuando se le pregunta por los picos que más le han llegado al alma, da unos cuantos: “El Monte Gorbea, de Victoria, sagrado para los vascos; el Alcornón de Bulmori, de Degaña; el Almanzor, techo de Ávila y de Gredos; el Aneto (3.404 metros), techo de Huesca y de Pirineos; el Mont Caro, de Tarragona, desde donde se ve el Delta del Ebro; Lin de Cubel, de Pravia, mirador del Cantábrico; la sierra de Mágina, en Jaén, que caminé absolutamente solo, entre la niebla; el Mulhacén (3.479 metros), techo de Granada y de la Península Ibérica, que celebré en el Albaicín; el Moncayo, de Zaragoza / Soria, que tanto canté con Labordeta; Peña Mea, de Laviana, la primera que hice en esta etapa de montañero viejo; el Orniz, de Somiedo, con mis guías somedanos Emma y Modesto; el Teide (3.715 metros), la primera montaña que subí en mi vida, cuando fui a estudiar a Tenerife, en 1971; años después volví y subí corriendo mientras mis amigos me esperaban en el coche, en Las Cañadas...”.

Monteserín desgrana otras curiosidades y paradojas: “Subí a una cumbre que fue nueve metros más alta, el Puig Major, techo de Mallorca; la desmochó la OTAN para colocar un radar. El Pico Infierno, techo de Palencia, está al lado del Peña Prieta, de Cantabria, que es más alta y no es techo de Cantabria. Hay techos de concejos que no son cumbres de montaña siquiera, ubicados en una ladera; por ejemplo, la Mesa de los Cuatro Jueces, techo de Gijón. También hay techos situados en enclaves, es decir, un territorio inserto dentro de otro: Santo Medero (Noreña), el cerro Calderón (Valencia). Y aunque no es un techo, subí a una montaña con techo; es decir, a una montaña dentro de un templo: el monte Calvario, en Jerusalén. De estas cosas hablo en el libro ‘Por todo lo alto’”, asegura. El libro saldrá en mayo y se venderá a través de las redes del escritor y la editora Luna de Abajo. Este será su próximo reto: “Subir al Mirabeche, el primer pico que vi en mi vida; aún no fui capaz a penetrar en la jungla de su cumbre”. Y finaliza desvelando qué le empujó a subir tanta cumbre: “Padezco el síndrome de Madame Bovary, subí estas montañas para tocar el cielo, pero mis aspiraciones sobrepujan mis posibilidades, las frustran sueños imposibles”.

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