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La disolución de la familia troncal, el papel de la familia campesina

Los nuevos modelos de convivencia y cohesión social en el medio rural en tiempos de las tecnologías de la comunicación

Vista de un núcleo rural de Cangas del Narcea. Irma Collín

El economista José Luis Marrón Jaquete prosigue en esta cuarta entrega con el análisis de Cangas del Narcea, concejo natal del autor y cabecera de la comarca suroccidental. Se trata de un exhaustivo estudio realizado mediante encuestas a todas las explotaciones ganaderas del municipio. Tras haber abordado el nuevo paradigma rural motivado por las políticas de la Unión Europea y apuntar los retos y modelos que el sector ganadero tiene para mejorar su rentabilidad y aprovechar los recursos, el autor analiza en este capítulo el desarrollo de los modelos sociales rurales: desde la evolución de los esquemas familiares hasta el nuevo papel que desempeñan estructuras como la parroquia y la aldea, que antaño tuvieron especial protagonismo para lograr una cohesión colectiva.

En las 84 entrevistas efectuadas en la encuesta de explotaciones agrarias que hemos realizado en Cangas del Narcea han concurrido sistemas de organización familiar muy diferentes. En algunos casos, muy minoritarios, conversamos con tres generaciones convivientes en el mismo hogar, si bien la organización dominante lo constituyen la familia troncal (de dos generaciones), aún mayoritaria, y una emergente familia nuclear.

La familia troncal, prevalente históricamente, configuró una específica distribución de “papeles” entre sus miembros y una jerarquía implícita en funciones y toma de decisiones. Se dispuso así de una fuerza de trabajo familiar diversa por edad y género para realizar funciones agrarias permanentes o esporádicas, facilitar una distribución de tareas según su nivel de dificultad, cubrir necesidades de ocio entre sus componentes y atender a los miembros en situación de necesidad.

En muchos casos, la “caja única del hogar” se benefició, y aún lo sigue haciendo en numerosas ocasiones, de una o dos pensiones que su tesorería recibe con alivio.

La propia biología, el imparable proceso de individualización y la liberación de la mujer han alterado sustancialmente la lógica interna de la estructura familiar y la clásica distribución de roles.

El azote del despoblamiento, y en particular la emigración de los jóvenes, disloca la recomposición de la unidad familiar, compromete la continuidad de la explotación y posiblemente la priva de sus miembros con más iniciativa y capacidad de emprendimiento.

En particular el incremento del índice de masculinidad –las mujeres son las que mayoritariamente abandonan el hogar–, se debe no tanto a la existencia del “muirazo” como heredero natural de la explotación sino a una decidida vocación de las mujeres de buscar lejos de la aldea una respuesta a sus pulsiones vitales de cambio y de nuevas experiencias. Un hecho que parece comprometer el encuentro de parejas jóvenes para tomar el timón de las explotaciones y que está produciendo un proceso de hibridación social con la presencia de mujeres procedentes del mundo urbano o de áreas geográficamente lejanas.

Las parroquias

En paralelo con el proceso de individualización se produce también un fenómeno que afecta a las instituciones tradicionales. La parroquia, que ejerció históricamente como unidad social y contribuía a proporcionar una cierta cohesión relacional entre los vecinos de las aldeas que le pertenecían (los encuentros se solían producir en los momentos gozosos o luctuosos y en algún acto de carácter asambleario), constituye hoy una demarcación afuncional que únicamente concita el contacto de los vecinos en los casos donde existe un monte comunal de titularidad parroquial.

La aldea constituyó y aún sigue siendo la unidad económica por excelencia, donde se producían las relaciones de vecindad, en una sociedad en la que el desarrollo del cultivo intensivo exigió un marco institucional en el que se expresase la solidaridad campesina y un gran aporte de trabajo colectivo. Una solidaridad que, como señala el geógrafo Jesús García Fernández, “era más en la desgracia que no un medio de conseguir la prosperidad”. Era una economía de resistencia, con el objetivo de sobrevivir, sin las exigencias que la globalización impone a las explotaciones actuales, que tienen que competir en un mercado abierto y una gran volatilidad de precios.

La digitalización

Como señala el antropólogo Adolfo García Martínez, “las gentes del mundo rural poseen muchos y amplios conocimientos sobre cambios y aspectos, como el medio y los ciclos naturales, desconocidos por el hombre de la ciudad, que solo se encuentran en la tradición oral y que están en proceso de desaparición irrecuperable por más que continúen siendo necesarios”. Pero hoy, además de preservar ese legado tan importante, así como los saberes y las destrezas que exige el tradicional trabajo agrario, resulta indispensable el aprendizaje en el buen uso de los dispositivos informáticos: la digitalización se convierte en una ayuda fundamental para mejorar el manejo de las ganaderías de orientación cárnica utilizando diferentes herramientas que permiten instalar sistemas de monitorización de ganado extensivo, su geolocalización y control (collares GPS), detección del estado de gestación de la nodriza, utilización de drones, etc. Es un proceso tecnológico con desigual capacidad de adaptación de los campesinos que posibilita el aislamiento entre los vecinos y puede propiciar la ruptura del tradicional ideal unitario que ha servido para su cohesión; esto es, la idea de pertenencia a un cuerpo social enraizado con un sistema común de valores.

Una dinámica de individualización que está erosionando el secular papel de unidad económica y de relación social de la aldea. Y, aunque muchos estudiosos y expertos del mundo rural siguen manteniendo que el capital social de las pequeñas comunidades campesinas y una fuerte cohesión interna sigue siendo un factor crucial para la estabilidad vecinal y el desarrollo rural, se abre paso otra corriente que señala que “en ocasiones, el reforzamiento de la cohesión interna de las comunidades puede llegar a convertirse en un obstáculo para las iniciativas innovadoras de sus miembros más activos mientras que en muchos casos el rol de los agentes foráneos —sin vínculos locales— pero conectados con el medio global pueden resultar decisivos para su éxito”. (Ron Boschma, 2017). Es una manera de expresar la potencial contradicción entre gran cohesión interna, vecinal, y la necesidad de cambio que exige la profunda transformación producida en la sociedad campesina.

Las familias ganaderas de Cangas

En su canónica caracterización de las familias campesinas, Miren Etxezarreta (1999) las clasificó en tres grupos: “familias regresivas”, “familias de reproducción estable” y “familias profesionalizadas”. Las primeras se corresponderían, en nuestra encuesta, a ganaderos de Cangas del Narcea, con el estrato de explotación ganadera de menor tamaño prácticamente desaparecida; las segundas con aquellas explotaciones con escasas posibilidades de supervivencia a medio plazo, y las ultimas con las explotaciones con más de 75 cabezas que han manifestado explícitamente su voluntad de continuidad.

Y aun así, y centrándonos en este último grupo de familias campesinas, las exigencias de cambio e innovación van a suponer una vuelta de tuerca a la buena labor profesional realizada hasta ahora, en la medida en que exigirán una diversificación en los productos finales cárnicos orientados a la calidad, una opción de marketing y comercialización con especificación del proceso o de origen, y una búsqueda de ámbitos de venta diferenciados. Todo ello implica una capacidad y voluntad de asunción de riesgo y un espíritu de emprendimiento que por su carácter disruptivo no cabe exigir a la mayoría de las familias. Posiblemente suponga un paso más en el proceso de incomprensión y aislamiento dentro de la aldea, que obligará a conectar con otras familias en otras aldeas con preocupaciones similares.

Una necesidad de apoyo, de ilusiones compartidas, que trascienden del espacio y el ambiente constreñido de la aldea y que encuentran su sentido en el declarativo: “La red se impone a la proximidad”. Un marco de relaciones intangibles y una organización en red que puede funcionar sin la fricción que provoca una excesiva cercanía.

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