Hoy, me he encomendado la muy difícil tarea de escribir esta carta.

“Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma” (J. Cortázar).

Llena de tristeza, de impotencia y de dolor por la desgarradora carta escrita por ti, Cristina Fernández-Coronado González.

Vaya por delante mi total apoyo a ti, no te conozco, no me conoces, pero lamento profundamente tu pérdida, pérdida ocasionada por “complicaciones” que han llevado a la muerte a tu marido. Espero que, aunque llena de dolor, puedas y quieras enterarte de cuales fueron esas “complicaciones”, y que su conocimiento te ayude a sobrellevar tu vida a partir de ese momento...

Pero, no solo sufres el dolor de perder a tu marido, a él, lamentablemente, sumas el gran dolor de la inhumanidad sufrida, no por cualquier profesional, sino por los mal llamados en este momento “tus compañeros”.

No es la primera vez que la falta de humanidad de muchos mal llamados “profesionales” me hace plantearme mil preguntas...

¿Desde cuándo una virtud maravillosa como es la “humanidad” necesita para ponerla en práctica de un protocolo?

¿Cómo se puede escuchar que tu marido ha muerto y al mismo tiempo decirte que no te puedes despedir de él porque “No está en el protocolo”?

¿Cómo puede alguien contestar sin despeinarse tal aberración?

¿Qué está sucediendo en la sanidad?

¿Qué vocación tienen estos “profesionales”?

Pienso y lo analizo, y solo encuentro una terrible respuesta, el nefasto aprendizaje en las actuaciones que se deben de realizar. Enseñamos sin humanidad y heredan esa inhumanidad. Enseñemos a defenderse del “enemigo paciente” y aprenden a hacerlo.

¿Es esto así?

¿El paciente es el enemigo?

¿Tenemos que defendernos de él y de su familia?

¿Dejamos de conocer a nuestros compañeros?

Pero... ¿De verdad la humanidad, o su falta de ella, se aprende? ¿No sale del corazón? ¿No nace con las personas? ¿No la sentimos?

Es uno de los grandes valores que poseemos, el único que nos puede dar, profesionalmente hablando, la mayor de las satisfacciones. La ética o la falta de ella, la empatía o la falta de ella, nos pueden dar satisfacción o amargura. Y la amargura sólo puede traer más amargura. Pero jamás, si sentís esa amargura, puede transmitirse, jamás oséis ultrajar la relación profesional-paciente.

Y los pacientes, bastante tienen para ellos.

Ayudar, cuidar, ponerse en el lugar de, sentir, servir, acompañar, consolar, apoyar, animar, proteger, son palabras que deben de estar presentes siempre en el vocabulario de quienes deciden ponerse una bata blanca y ejercer la tarea encomendada, ejercer su maravilloso oficio.

Ni qué decir tiene si hablamos de la enfermería. Maravillosa profesión, hoy empañada por hechos como los que te ocurrieron, por el mal hacer de muchos, que la ejercen sin que nadie interponga además cortapisas a su falta de respeto, a sus desmanes.

Sí, me siento avergonzada y no sé cómo decir que hay que parar esta falta de ética.

Espero y demando de la autoridad competente en materia de salud la instauración de las medidas necesarias para que nadie, jamás, pueda decir que “no está en el protocolo” o “no puede” hacer o no hacer tal cosa, ante toda situación que solo requiere humanidad y voluntad, que solo depende de la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de aliviarle como podamos, de pensar y sentir que también somos parte de ese dolor.

Aprovecho para decirle a Enrique Oltra Rodríguez, compañero de promoción, que me ha encantado su respuesta a la carta de Cristina Fernández-Coronado, gracias, compañero, por tu implicación en esta maravillosa profesión que tenemos.

No puedo dejar de describir en este momento otro caso que me llena de pena, y ruego que me perdonen por hacer este inciso:

En su momento, también relataré alguna de las contestaciones “sufridas” por Nicasio, un paciente que en la unidad de paliativos del Hospital Monte Naranco vivió sus peores momentos, porque también tuvieron la desconsideración de amargarle cuando se estaba muriendo. Pero todavía no puedo analizar con calma la situación, más adelante podré, seguro.

Será mi pequeño homenaje a esa bellísima persona, Nicasio, a la que también le acompañó la inhumanidad en los últimos días de su vida, y a su familia, que sufrió por el dolor añadido.

Cristina, hoy tienes un gran dolor, lamento profundamente que además de tu gran pérdida, siempre te vaya a acompañar el nefasto momento que te hicieron vivir y la inhumanidad e insensibilidad que te demostraron. Dolor añadido e innecesario por el que, además, jamás podrán sentir ningún orgullo, ni ninguna satisfacción.

¿De qué les ha servido?