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Pancracio, el dulce éxito del nieto de la asturiana Marina Pepín

Pedro Álvarez fundó hace veinte años la marca de lujo de chocolate en Cádiz, donde nació después de que sus padres emigraran desde Soto del Barco: “Tengo mucho cariño a Asturias y de pequeño iba a menudo a Ranón”

Pedro Álvarez, con Los Ángeles (California), al fondo. | | P. Á.

Pancracio es una marca de chocolate nacida en Cádiz. Y no un chocolate cualquiera, sino uno que ha conquistado los paladares más exquisitos y los mostradores de las tiendas de lujo de medio planeta. Por esto en la Universidad de Cádiz le han dedicado una exposición que se puede visitar hasta finales de año (www.pancraciochocolatenacidoencadiz.com) y también porque su fundador, Pedro Álvarez, estudió en sus aulas.

Es Álvarez un gaditano de éxito, pero sus orígenes están en Asturias, en la otra punta de la Península, bastante alejados de la tierra que le vio crecer y triunfar. Este economista, experto en marketing y diseñador de la imagen de un buen número de marcas agroalimentarias a través de su empresa Ideólogo, tiene sus raíces en Soto del Barco, de donde eran sus padres: su madre, Carmen González, de Ranón, y su padre, Pedro Álvarez, del cercano San Juan de la Arena. “Aunque por ahí quizás se me vaya a conocer más por mi abuela materna”, explica Pedro Álvarez.

Era su abuela Marina Pepín, una conocida vecina de Ranón, dueña de una impresionante casa indiana en medio del pueblo y de varias fincas por la zona. A buen seguro que Marina disfrutaría y mucho del dulce éxito de su nieto Pedro, quien admite que tiene muchas “lagunas” acerca de sus orígenes asturianos que le encantaría aclarar. “Le tengo mucho cariño a la tierra de mis padres y cuando era pequeño iba mucho a Ranón y pasé mucho tiempo con mis primos. De mi abuela Marina tengo vagos recuerdos, la conocí bastante enferma. Todavía queda por Asturias familia, pero he ido perdiendo el contacto”, abunda el economista. “No he tenido oportunidad de ir en los últimos años, no por ganas, pero cuando vaya será obligada al menos la visita a Ranón”.

Tabletas de chocolate con su característico y cuidado envoltorio. | P. Á.

Su padre emigró desde San Juan de la Arena a Cádiz en la década de los años 40 del siglo pasado tras estudiar Derecho en la Escuela de Comercio. Era profesor mercantil y había encontrado trabajo en el sector del desguace de barcos, en auge tras la Segunda Guerra Mundial. Su hermano Senén estaba casado con una chica de Ranón, Consuelo, quien tenía una hermana, Carmen. “Y esta es mi madre”, apostilla Pedro Álvarez. “Era muy curioso: dos hermanos de La Arena se casaron con dos hermanas de Ranón”, agrega.

Carmen González había estudiado Farmacia en Santiago de Compostela, fue de las primeras mujeres en hacerlo en España gracias a que su familia tenía posibilidades económicas. Con su marido se fue a Cádiz y allí abrió una farmacia. Sus cuatro hijos ya nacieron todos en la provincia andaluza, a la que el patriarca se llevó con él una suscripción a LA NUEVA ESPAÑA que mantuvo hasta fallecer. “Tengo la imagen del periódico grabada, de verlos por mi casa”, dice su hijo.

Los cuatro hermanos pronto se quedaron huérfanos. Tenía Pedro Álvarez 3 años cuando perdió a su madre y 11 cuando murió su padre. Él era el más pequeño. Una tragedia visto desde fuera, pero él no lo recuerda así. “Quedamos atendidos, con buena posición económica y las cosas no fueron difíciles”, asegura. “Tuve la gran suerte de heredar muchísimas cosas buenas de ellos. Una fue el gusto por la empresa, la innovación y la receptividad constante a las nuevas ideas”, añade.

Yo nunca he estado a sueldo de nadie, mi primera nómina iba firmada por mí

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Ya adolescente apostó por la publicidad y el marketing cuando ambas disciplinas eran poco conocidas aún en España. Estudió Económicas, hizo sus primeros pinitos en el mundo de la publicidad y a principios de los 90 fundó un servicio de pizzas a domicilio, algo exótico entonces. Luego se fue a Nueva York, donde hizo muchas cosas; entre ellas, estudiar repostería y catering. Y tras regresar a Cádiz nació la marca de chocolate en 2003. “Es una de mis pasiones”, resume Álvarez, que se autodenomina “chocohólico”, adicto al chocolate. Lo del nombre de Pancracio, que sugiere todo lo contrario a lujo y refinamiento, se debió a que su fundador buscaba “algo simpático, algo feo, pero muy amable y contundente, que comunicara tradición y sabor”.

Pedro Álvarez, en Nueva York, cuando estudiaba repostería.

Lo tenía claro: “Quería algo con una imagen retro, que evocara las cafeterías y pastelerías antiguas, los papeles de envolver antiguos, y que fuera, al mismo tiempo, limpia y moderna. Una mezcla entre el Ritz y McDonalds, que casara al mismo tiempo con el concepto del lujo asequible. Un producto exquisito, de alta calidad, para regalar y consumir, fiel a mi espíritu ‘chocohólico’”. A juzgar por lo que vino después, tuvo mucho ojo. Un chocolatero artesano comenzó a producir chocolate para él en diciembre de 2003: “Regalé muchos a familia y amigos que se quedaron absolutamente encantados y en la tienda de uno de ellos vendí el resto, que se agotó en dos días… Y volvían a por más”.

Contento con el éxito, quiso sacar a Pancracio fuera de España y para ello se fijó en Colette, una tienda parisina muy sofisticada –tienen bar de aguas, por ejemplo, con 200 marcas– y sinónimo de lujo y exquisitez. Allí no se lo pensaron dos veces y Pancracio acabó en sus expositores. Lo demás vino solo. “Realmente fue el punto de inflexión. A partir de este gran impulso, además de conseguir desarrollar productos que nos iban dando muchas satisfacciones, fue una gran apertura de puertas para entrar en algunas de las mejores tiendas del mundo”, asegura.

Pedro Álvarez tiró de su exitosa marca hasta 2017, cuando por necesidades de crecimiento de la firma optó por venderla a un grupo inversor. Pancracio ahí sigue, haciendo la boca agua a los gourmets más exigentes y a los auténticos amantes del chocolate por todo el mundo. Y su fundador no ha parado al frente de su consultoría de diseño de marcas con base en Cádiz. “Sí que he tenido consultas y propuestas para renovar marcas de Asturias, algunas todo un reto que me gustaría abordar”, dice.

Pancracio, el dulce éxito del nieto de la asturiana Marina Pepín

¿Alguna receta para la tierra de sus orígenes? “Emprender, emprender y emprender. Asturias es una tierra con buena madera de empresarios, debe dejar al margen viejos clichés o ideas absurdas. Como, por ejemplo, la que tenemos aquí en Andalucía, de que nos gusta más la fiesta que el trabajo”, asegura.

Y zanja rotundo: “Amo la cultura del emprendimiento. Es duro, por supuesto, pero no hay nada como ver crecer el proyecto de uno mismo. Yo nunca he estado a sueldo de nadie, mi primera nómina iba firmada por mí”.

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