La Fundación José Cardín Fernández ha invitado a la historiadora Cristina Cantero Fernández a dar una conferencia titulada «El hórreo con perspectiva de género» el jueves 16 de junio a las 18.00 horas a través de la plataforma «Zoom», a la que se puede asistir gratuitamente y previa solicitud de invitación en la web de la entidad. Cantero forma parte de la directiva de la Asociación Asturiana de Antropología y Patrimonio Etnológico y es la autora del «Documento marco de recomendaciones sobre la gestión de bienes patrimoniales de carácter etnológico: hórreo y paneras», una referencia básica para la normativa del Principado sobre esas construcciones. 

–¿Cómo se presenta en la etnografía tradicional la relación de la mujer con el hórreo?

–Tendía a explicar la relación entre las mujeres y el hórreo en clave reproductiva y de fertilidad. Este marco teórico no es nada nuevo. Es más, lo habitual hasta los años 70 era que las monografías antropológicas hablasen de las mujeres principalmente en el capítulo dedicado a la familia y el parentesco. Lo femenino quedaba reducido a una mera cuestión de naturaleza y biología, donde el principal valor de las mujeres residía en su condición de madres y cuidadoras. Ellas aseguraban la reproducción de la familia campesina en sentido amplio, teniendo descendencia y alimentándola para su supervivencia. Y aquí es donde entraba el hórreo.

–¿De qué manera?

–Se pensaba que cumplía una función reflejo de la femenina, porque era una construcción diseñada para conservar las cosechas y productos campesinos. Además, las mujeres debían visitarlo varias veces al día, para coger cebollas, ajos, chorizos y otros ingredientes con que preparar la comida para la familia, por eso ellas guardaban la llave del hórreo. La etnografía tradicional lo interpretaba como un signo de poder, pero en realidad se trata de una cuestión práctica, más relacionada con la subordinación que con el empoderamiento. En todo este planteamiento falta una visión crítica que complejice y contextualice la relación entre las mujeres y el hórreo.

–Las mujeres, ¿eran dueñas de la hacienda o meras administradoras?

–Ni lo uno ni lo otro. Basta con decir que hasta la segunda mitad del siglo XIX las mujeres no se contabilizaban como «vecinos» en los censos de población, sino que constaban como «almas» junto a los menores de edad. Según el diccionario de Madoz, el concejo de Gijón tenía 4.364 vecinos y 16.538 almas. Las mujeres no tenían capacidad jurídica para ser «cabezas de familia», salvo que fuesen viudas o no hubiese ningún varón en la familia. Entonces sí podían ser vecinas, ostentar la propiedad y realizar todo tipo de actos jurídicos. Así que las mujeres sí podían ser titulares de haciendas, derechos y acciones, pero solo ante la ausencia de una figura masculina: el padre, marido, hermano o un hijo mayor de edad. Las mujeres se percibían como un último recurso para evitar desastres mayores. En resumidas cuentas, siempre eran el plan B.

–¿Y cómo se jerarquizaban las relaciones entre las mujeres de la casa?

–La jerarquía se establecía en función de la edad y la capacidad reproductiva. En Asturias, predominaban las familias virilocales, es decir que las mujeres cuando se casaban iban a vivir a casa del marido. Esto las colocaba en una posición de inferioridad respecto a los demás miembros de la unidad doméstica. La recién llegada quedaba subordinada –casi esclavizada– a su suegra y hasta que no tenía un hijo varón su situación no mejoraba. Aunque el punto de inflexión para ascender en la jerarquía casal femenina lo marcaba la muerte de su suegra. Era una sociedad muy patriarcal con pautas y comportamientos que no fomentaban la sororidad, para que el sistema pudiera perpetuarse.

–¿Qué relectura hace aplicando la perspectiva de género?

–La sociedad tradicional asturiana no era una suerte de Arcadia donde todo el mundo estaba feliz, reinaba el igualitarismo y no se producían conflictos. Todo lo contrario. Aplicar la perspectiva de género significa explicar y comprender por qué la cultura adopta unas formas y no otras, y también supone convertir en cercano lo que se percibe lejano. Por ejemplo, la perspectiva de género logra que un hórreo del siglo XVI pueda resultar significativo para la adolescencia del siglo XXI, porque le está hablando de realidades que forman parte de su día a día.

–¿Cuál era el papel de la mujer en las sociedades tradicionales y rurales asturianas? ¿Y cómo evolucionó?

–En esas sociedades del pasado las mujeres estaban naturalizadas, cosificadas y su principal valor residía en su capacidad reproductiva en sentido amplio. Afortunadamente, las cosas han cambiado muchísimo, pero aún queda un largo camino por recorrer. Sin ir más lejos, el patrimonio etnológico es un sector profesional que se encuentra tremendamente masculinizado, sobre todo el especializado en los hórreos.

–¿Hay representaciones femeninas en las decoraciones de los hórreos?

–Muy pocas, y esta infrapresencia es en sí misma muy significativa, como también lo es el modo en que las mujeres fuimos representadas en los hórreos, siempre desde la perspectiva masculina e incluso algunas veces como meros objetos sexuales. Es muy importante explicar estas iconografías. Al final, la sociedad que creó los hórreos no es tan diferente a la nuestra y esto permite establecer puentes de comprensión y empatía.

–¿Qué impacto está teniendo la legislación sobre protección y usos de los hórreos y paneras en su preservación?

–El principal problema que presenta la actual legislación sobre hórreos y paneras es que los conceptúa como si fuesen un bien arqueológico, sin reconocerles su plasticidad y capacidad de cambio. El patrimonio etnológico es algo que está vivo y en permanente transformación, no es un objeto para contemplar como si estuviese dentro de una vitrina, porque su principal valor no reside en lo estético. Además, hay que tener en cuenta a las personas propietarias de hórreos y atender sus demandas, dificultades y aspiraciones. Sin ellas no es posible la conservación. Tenemos la grandísima ventaja de conocer y poder dialogar con las personas que utilizan y poseen los hórreos, algo que no sucede con una fíbula castreña, por eso, si queremos conservarlos hay que permitirles seguir siendo útiles en el presente y según los términos del presente. Hay que traer los hórreos al siglo XXI.