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Menos de 1 millón
Jacobo Blanco Decano del Colegio de Sociología del Principado

“La demografía no ha sido un objetivo central de las políticas públicas en Asturias”

“Hay que revisar el sistema de pensiones: o alargamos la edad o bajamos la cuantía” | “Más que a la natalidad, los incentivos deben dirigirse a la crianza”

Jacobo Blanco. | JULIÁN RUS

El reto demográfico se formula en plural. Son muchos desafíos, tienen un vínculo peculiar con el estado de ánimo colectivo y se sabe de antemano que sea cual sea la estrategia no va a tener resultados inmediatos. Todo esto es muy complejo, asume Jacobo Blanco, decano del Colegio de Sociología del Principado, que se aproxima a la enfermedad crónica de la despoblación, el envejecimiento y el desequilibrio territorial constatando un retraso forjado en años de desatención y una sensación de que todo esto va en parte de darle una vuelta al estado del bienestar. Vuelven las verdades incómodas del gasto en pensiones y las edades de jubilación, la impresión de que se pierde “el sentido de comunidad” y la necesidad de generar ofertas de empleo de calidad o de ampliar a la crianza los estímulos a la natalidad.

–La realidad insiste en demostrar que el asunto es crucial. ¿Ocupa un lugar a su altura en la agenda política?

–En Asturias llevamos muchísimos años hablando de la demografía, pero quizá el problema no nos parecía tan grave porque tuvimos en algún sentido la suerte de que durante el boom del ladrillo, de 1996 a 2000, más o menos conseguimos que nuestra población remontase gracias a la inmigración y a un leve repunte de la natalidad. Sin embargo, a partir de 2008, el descenso en barrena de esos dos indicadores a un tiempo, junto al ascenso de la mortalidad, ha conseguido que en diez o doce años hayamos pasado de tener 1.100.000 habitantes a encontrarnos casi por debajo del millón. La cifra tiene un valor simbólico importante, y seguramente marcará un antes y un después. ¿Se hace todo lo que se puede? Yo creo que no. Por supuesto que no es un reto fácil, pero tampoco creo que hasta ahora haya sido un objetivo central de las políticas públicas en Asturias.

–Es un problema incómodo, complejo, transversal y de resultado a largo plazo, ¿muy poco del gusto de la política actual?

–Estamos hablando de problemas que en todo caso se paliarían a muy largo plazo. Lo que hagamos hoy tendrá efectos en quince o veinte años, y en general los políticos tienden a mirar a cuatro u ocho años vista. Nunca ha habido políticas que incentivasen la mejora o la sanación de la situación demográfica. Ahora, la pelota está donde debe estar, en el presidente del Principado, que ha asumido las competencias demográficas, o eso parece, a través de un comisionado. Pero no hay política demográfica, entendida como esa acometida transversal que afecta a muchos aspectos de la vida pública y que tal vez por eso va a ser difícil poner en el centro de la acción política.

–¿Por eso y porque depende de un cierto componente cultural, de costumbres?

–Puede que haya otro problema adicional. Y es que aparte de una cuestión muy poliédrica, es también un fenómeno que depende de un estado de ánimo social. La gente tiende a tener más hijos cuando está en una situación optimista. Esto es muy matizable, pero en general en España, hasta hace bien poco, había una correlación casi perfecta entre las oleadas de crecimiento económico y las de natalidad. Esto se ha roto en la crisis de 2008 y en Asturias de forma espectacular.

–El reto demográfico son muchos retos: la baja natalidad, la escasa capacidad para atraer inmigrantes, el envejecimiento o el desequilibrio territorial. ¿Por dónde empezamos?

–Lo primero que tenemos es un desequilibrio demográfico, porque hemos invertido por completo la pirámide.

–¿Cómo deberían cambiar nuestras políticas públicas?

–Es evidente que hay que afrontar desafíos de aquí al medio o el largo plazo, y tener en cuenta que el número de personas mayores de 65 años va a crecer muchísimo, porque aún nos quedan cerca de 20 años de jubilaciones de “babyboomers” y que las políticas públicas están pensadas para una pirámide tradicional, no para una peonza. Para mantener el equilibrio, necesitaríamos o el doble de nacimientos, lo que equivaldría a volver a tasas de los años setenta, o el doble de inmigrantes. Hay que saber que cualquier política va a generar desequilibrios durante muchas décadas.

–¿Hay paliativos urgentes?

–Engrosar la parte media de la pirámide atrayendo inmigración joven e incrementar la natalidad entre los propios asturianos.

–Eso se dice muy rápido.

–Claro. Para eso tendríamos que hacer muchísimas cosas, y la primera es elemental, mejorar no sólo el número de empleos, sino su calidad. En Asturias tenemos el triple de personas trabajando en la hostelería que el promedio de Europa y un tercio en nuevas tecnologías. Tenemos que pensar en cómo traemos gente de fuera, sabiendo además que las mujeres inmigrantes tienen muchos más hijos que las asturianas y que si les ofrecemos buenos empleos, vendrán. Por otra parte, están las políticas de estímulo de la natalidad. Se suele actuar sobre la vivienda como forma de facilitar la emancipación, pero apenas hay política de vivienda amplia, de verdad, que no se limite a cubrir necesidades urgentes.

–¿Qué más?

–También son esenciales los incentivos a la crianza. Y no hablo de la natalidad, sino de la crianza, de políticas que comprendan unos cuantos años. Si nos comparamos con lo que sucede en otros países desarrollados veremos que en España gastamos entre tres y ocho veces menos en crianza y entre la mitad y diez veces menos en políticas públicas de vivienda. Nuestro estado del bienestar está pensado para sanidad, vejez, pensiones y desempleo, y para la gente joven no hay prácticamente nada, salvo ayudas de emergencia.

–Y la conciliación.

–Ahí España es un desastre. Con los horarios laborales, por ejemplo. Cada vez se sale más tarde de trabajar. Del comercio, que en Asturias representaba el quince por ciento del empleo antes de la pandemia, se sale en algunos casos a las diez de la noche. Y ahí hay mucha gente en edad de tener hijos. Buscar horarios más asequibles tiene que ver también con la productividad, o con la flexibilidad en el trabajo. Tendríamos que incidir en las escuelas infantiles, en las guarderías de empresa o en trabajar sobre los horarios, aunque sé que cambiar costumbres es peliagudo.

–¿Estimular fiscalmente a las empresas con buenas prácticas en conciliación?

–Y a las administraciones. En el desarrollo del teletrabajo hay una oportunidad tremenda, y con la pandemia hemos llegado a un ocho por ciento, pero hay países que superan el treinta… Una cuestión clave, que subyace detrás de todo esto, son los estados de ánimo de las sociedades. La fecundidad está descendiendo en todo el mundo y las razones son diversas, pero es evidente que hay un estado de ánimo negativo. En quince años nos ha pasado de todo: la crisis financiera de 2008, la pandemia, la guerra, el cambio climático… Hay algo que frena la reproducción de la especie a nivel global, y éste es un fenómeno novedoso que habría que analizar con más profundidad.

–Asturias ha optado por recuperar el cheque bebé y por unos moderados incentivos fiscales. ¿Correcto?

–Casi todos los países desarrollados tienen incentivos a la crianza y facilidades para el acceso a una vivienda asequible. Soy consciente de que los recursos son muy escasos, pero a medio plazo uno de los retos que plantea la inversión de la pirámide es la revisión del estado del bienestar. Hablo de adecuarlo a las necesidades futuras, las de los jóvenes y las de la desigualdad social, porque tal y como está planteado beneficia a las clases medias, no a las más desfavorecidas, y hay que trabajar sobre eso, sobre algo que va a pasar sí o sí por la revisión del sistema de pensiones. Nos gastamos 150.000 millones al año. Si conseguimos ahorrar 40.000, nos daría para hacer políticas natalistas, de crianza y vivienda.

–¿Cómo?

–En España nos jubilamos antes que el promedio europeo, lo cual resulta sorprendente, y además tenemos una tasa de retorno de nuestras pensiones de las más altas de Europa, lo que quiere decir que una persona que se jubila cobra en torno al ochenta por ciento de lo que ganó en el último salario. Por si fuera poco, la esperanza de vida es la más alta del continente… O alargamos edad de jubilación o bajamos las pensiones. Habría que actuar sobre estas dos medidas, y tengo la sensación de que técnicamente sería mas fácil hacerlo sobre la tasa de retorno que sobre la edad de jubilación.

–¿Por qué cuesta tanto integrar esto en el ideario colectivo de la opinión pública?

–Hemos perdido el sentido de comunidad. Para llevar a cabo este tipo de medidas hace falta una visión comunitaria y a largo plazo. Y pensamos cada vez más en términos individuales o grupales de colectivos aislados. Mujeres, colectivos LGTBI, jóvenes… Las redes sociales refuerzan mucho estas tendencias. Cada vez somos menos capaces de ver más allá de nuestros propios intereses.

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