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El clamor (y los terribles relatos) de los refugiados ucranianos en Asturias: “¡Por favor, no se olviden de la guerra!”

Cuatro meses después de que comenzase la invasión rusa, los desplazados acogidos en Asturias piden que la ayuda no decaiga y relatan sus temores: “¿Cómo podemos ignorar lo que pasa cuando nuestra vida ha sido destruida?”

Por la izquierda, Kristina Tyshchenko, Masha Pavlovska, Lilia Katrecko con su bebé Mark, Halina Grischenko y Oksana Tyshchenko, junto a la estatua de «La madre del emigrante», en Gijón. Marcos León.

Posan con una sonrisa, pero detrás de ella se esconde una gran herida. La que ha abierto la guerra en sus vidas desde que Rusia decidiese invadir su país el 24 de febrero. Han transcurrido cuatro meses de bombardeos, disparos y relatos terroríficos. Muchas semanas a miles de kilómetros de sus hogares desde que huyeron y llegaron a Asturias. Y reclaman que los asturianos y españoles “no se olviden” de lo que sigue pasando el pueblo ucraniano. La herida que esconden tras su sonrisa empieza a sangrar en forma de palabras en cuanto se les saca el asunto de la guerra. “No se imaginan nuestro dolor”, dicen.

Lilia Katrecko, de 35 años, tuvo que escapar con sus tres hijos. “Nos fuimos el 24 de febrero desde Gostomel, una pequeña ciudad cerca de Kiev donde tuvieron lugar intensos combates. Ahora tengo sentimientos de ansiedad y preocupación por nuestros familiares y nuestros amigos que actualmente están en Ucrania y no pueden salir”, relata desde Gijón. Expone sintéticamente lo que está sucediendo y hace un llamamiento: “La situación en Ucrania es muy difícil y triste: cada día matan a niños y personas civiles. Y a veces escuchamos aquí la pregunta: ‘¿Pero sigue la guerra en Ucrania?’. ¡Por favor, no os olvidéis de nosotros!”. Lilia siente un “sincero agradecimiento” hacia “todos los españoles que se preocupan por nosotros y todas las ONG en Asturias que nos ayudan”. Pero hace una petición al Principado que se solapa con las de entidades que apoyan a los refugiados ucranianos: “Lamentablemente, desde el Gobierno no tenemos ninguna ayuda económica, pero esperamos que pueda ser en un futuro”. Y avisa de que puede ocurrir que no pocos refugiados tengan que quedarse en España: “Muchas personas ucranianas no tendrán en el futuro dónde volver ya que las ciudades están destruidas”.

Sin embargo, en el deseo de los desplazados ucranianos reina el anhelo de regresar a su país. Halina Grischenko lo expresa con un contundente alegato: “¿Cómo podemos olvidar esto cuando nuestra vida fue destruida? Los españoles son muy amables y me gusta este país y sus personas, pero no es mi país y aquí no está mi gente. Queremos volver a casa y pedimos al Gobierno que ayude y presione para que vuelva la paz a Ucrania, que jamás se reconcilien con el gobierno de Putin, para quien la vida de otras personas no tiene valor, ni tampoco la libertad o la dignidad. Cada niño tiene que vivir con su mamá y su papá y tiene que estar feliz en su país, no tener miedo de los sirenas y las explosiones. Lo siento mucho por mis nietas porque extrañan mucho a su padre. ¡Quiero paz para Ucrania y volver a casa!”. Esta jubilada de 70 años se fue de su hogar de Ucrania el 24 de febrero. “Realmente no quería, pero mis hijos y nietos me obligaron a hacerlo. Fui por un camino difícil, había atascos de tráfico, muchas personas, puntos de control, una cola muy larga en la frontera. Mi yerno y mi nieta, junto a su esposo, se quedaron en Ucrania, tenemos un gran dolor en nuestra familia”, relata.

Masha Pavlovska, 18 años: «En Ucrania tengo familia y sientes que no la vas a ver nunca. O tienes que olvidar su recuerdo para vivir. Pero lo que jamás olvidaré es lo que están haciendo en mi país estos inhumanos»

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Como tantos miles de ucranianos, consiguió pasar a Polonia. “Estábamos en un lugar para refugiados en Przemysl, esperando la llegada de un autobús para ir a España. Allí no se estaba cómodo, con demasiadas personas y muy pocas camas para dormir. Pero, eso sí, todo el mundo ayudaba en todo lo que podía. Agradezco el apoyo de todos los voluntarios porque para mí fue duro y aterrador. Intentaba no mostrarlo porque había gente con niños pequeños y para ellos fue todo incluso más difícil. Después pasamos dos días de viaje en el autobús: ya éramos todos como una familia, nos apoyamos y ayudamos unos a otros”, narra Grischenko, que desde Gijón sigue la terrorífica actualidad de su país: “Matan a las personas, mutilan a los niños, destruyen casas y ciudades. Mi pueblo natal fue ocupado por los rusos, y ahora también se los encuentran en los bosques de alrededor. No me puedo olvidar de que en mi casa sigue la guerra y quiero volver a Kiev con mi gente. Cada día llamo a familiares que están en Sumy, a amigos en Járkov, y a otros en la región de Chernígov para saber si todos están vivos”. En el corazón de Halina se mezclan la añoranza y el terror: “Quiero la vida que tenía antes de la guerra, pero tal y como están ahora las cosas no puedo volver. Las personas se volvieron diferentes. Los pueblos ya no son los mismos. En el nuestro hubo gente que iba al cementerio y saltaba por los aires. La tierra esta minada y cubierta de cadáveres de nuestros vecinos, de gente que vivía en su hogar, cultivaba la tierra o pastoreaba animales”.

Lilia Katrecko, 35 años: «Lamentablemente, desde el Gobierno asturiano no tenemos ninguna ayuda económica, pero esperamos que pueda ser en un futuro. Muchos no tendrán lugar al que volver al estar destruido»

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Con muchos menos años, apenas once, Oksana Tyshchenko también puso rumbo desde Ucrania hasta Asturias. “Vine con mis dos hermanas mayores, Ina y Kristina, tres días antes de que empezase la guerra. Mi madre estaba muy preocupada, así que compramos nuestros billetes de avión muy rápido y volamos para ir con mi familia española de acogida, los Camacho García, a los que ya conocía de unas vacaciones de verano. Mis hermanas y yo volamos primero a Milán desde Kiev y esperamos un transbordo de 11 horas. Luego volamos a Madrid, donde mi familia española nos recogió”, rememora. Su anhelo de regreso es tan fuerte como el de su compatriota Halina Grischenko. “Todavía tengo mucho miedo de volver a casa, pero tengo muchas ganas porque parte de mi familia y todos mis amigos, mi parroquia y mi casa se han quedado allí. Todo lo que es muy valioso para mí se quedó allí”, explica.

Una experiencia así hace madurar a cualquier niño de golpe, pero Oksana da señales de una madurez fuera de lo común a sus once años. “Estoy viendo que la gente de alrededor se olvida de la guerra y no entiende lo que hemos pasado. Me gustaría preguntar a los españoles que, si sus amigos o conocidos murieran por los misiles rusos, ¿se olvidarían? ¿Qué harían si tuvieran que irse a una cultura completamente diferente, a un lugar donde no entienden el idioma y, al mismo tiempo, su casa fuera destruida dejándoles sin un lugar al que regresar? ¿Qué harían si no tuvieran amigos y conocidos cerca? ¿Qué harían si se quedaran sin dinero y sin comida para vivir en otro país? ¿Qué harían si parte de su familia estuviera bajo fuego enemigo muy lejos, a 3.500 kilómetros de distancia? ¿Qué sentirían?”, expone.

Halina Grischenko, 70 años: «En mi pueblo hubo gente que iba al cementerio y saltaba por los aires. La tierra está minada y cubierta de cadáveres de nuestros vecinos, de gente que cultivaba la tierra o eran pastores»

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Tyshchenko ha sentido “el apoyo y cariño de la gente de Asturias”, especialmente cuando va a la escuela. Pero, matiza, “todavía es difícil integrarse en la sociedad, se necesita tiempo y apoyo: muchas cosas son difíciles de conseguir, especialmente encontrar trabajo para mi madre y mis hermanas”. Y todo se hace más difícil si acecha a la mente sin cesar el miedo de lo que pasa a tantos kilómetros de distancia. “En Ucrania sigue muriendo gente como al comienzo de la guerra, gente que no tiene la culpa de que Rusia haya decidido robar tierras extranjeras. En Ucrania hay a todas horas alarmas sonando en el ambiente, es muy difícil seguir subsistiendo porque mis padres se han quedado completamente sin trabajo. Estoy muy preocupada por mi futuro, no sé si podré estudiar, si tendré dinero para comer o si podré volver a casa, si volveré a ver a mi padre y mi hermana, a mis amigos”, describe.

Kristina Tyshchenko, 17 años: «Las personas en la Unión Europea no están perdiendo a sus familiares y amigos en la guerra. Nos ayudan y, de alguna manera, nos entienden, pero no se imaginan el daño que sufrimos»

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A Masha Pavlovska la guerra le pilló en Asturias con solo 18 años. “Vine a España para visitar a mi hermana y mi familia con mi hermano mayor en noviembre, pero me quedé a vivir y a estudiar aquí con mi hermana. Me pilló la guerra, y casi toda la familia estaba en Ucrania”, cuenta quien después de cuatro meses de contienda en su país se siente “preocupada porque tengo dos hermanas allí, un hermano y abuelos”. Y eso que, aclara, “no puedo sentir lo que sienten las personas que están allí porque me pilló la invasión aquí. Pero escuchar muchas noticias sobre lo que está pasando resulta muy difícil para mí”. Ella también cree que “en Asturias y en España están olvidando esta guerra”.

«Yo quiero pedir que no se olviden de Ucrania, por favor. Podrían ser tus padres, tu novio o novia, tus abuelos, tus amigos, tus hermanos quienes luchan esta guerra. Los que pelean allí están salvando muchas vidas porque, si no nos protegemos, los racistas (por los gobernantes rusos) van a atacar a otros países. Si no el tuyo, van a ir a por otro. Eso pasará si la gente se olvida de nuestra guerra», argumenta Pavlovska. Ella siente que «Asturias ayuda a los ucranianos que vienen, pero hay muchas dificultades para encontrar piso». Lo dice recalcando que «los ucranianos son trabajadores, y si se les da un piso, van a pagarlo y no van a romperlo». En su caso, tuvo fortuna. «Somos siete pero encontramos casa y nos ayudaban voluntarios. Doy gracias a Dios por todo lo que tenemos», afirma. En el polo opuesto están quienes se quedaron atrapados en la guerra. «En Ucrania están mis hermanas, mi hermano y mis abuelos. Es como que sientes que no los vas a ver nunca. O tienes que olvidar su recuerdo para vivir. Pero lo que no voy a olvidar nunca es lo que están haciendo en mi país estos inhumanos», espeta.

Oksana Tyshchenko, 11 años: «Me gustaría preguntar a los españoles que, si sus amigos o conocidos murieran por los misiles rusos, ¿se olvidarían? ¿Qué harían si se quedaran sin dinero y sin comida para vivir en otro país?»

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Kristina Tyshchenko, hermana de Oksana, tiene 17 años. «Vine a España el 21 de febrero porque la amenaza de guerra era muy real. Durante un tiempo vivimos con una familia que acogía a nuestra hermana en verano. Cuidan mucho de nosotros y tratan de apoyarnos para que no tengamos miedo. En el colegio todos son muy amables», cuenta quien llegó a Asturias, como decenas de ucranianos, de la mano de Expoacción, ONG que ya tenía contactos al organizar estancias estivales para ucranianos. «Para mí será más fácil integrarme en la sociedad española porque ya conocía el idioma. Estudio en un colegio de Gijón, pero me dejan tiempo para acabar el curso ucraniano online y poder tener una diploma para ir a la universidad», explica Tyshchenko, que deja claro, sin embargo, que detrás de su sonrisa está la herida. «Realmente echo de menos Ucrania por mi padre, por mis hermanas, por mis amigos. Deseo muchísimo volver. Las personas en la Unión Europea no están perdiendo a sus familiares y amigos en la guerra. Nos ayudan y, de alguna manera, nos entienden, pero no se imaginan el daño que sufrimos. Por eso, pedimos ayuda activa con armas y sanciones contra Rusia. España es un país muy bonito, con gente muy amable. ¡Pero quiero volver a casa!», sentencia.

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