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Las medias palabras de Barbón

La vuelta a clase parlamentaria tuvo lección inaugural un tanto atropellada y aburrida de un presidente que se «enfragó»

Barbón hojea el texto de su discurso, convenientemente encuadernado, antes de su intervención. | Irma Collín

En el día del regreso a los plenos en la Junta General, el Grupo Parlamentario Popular no hizo saltar el detector de metales a pesar del bronce que traían de las vacaciones. Podemos, con la mochila de Daniel Ripa, volvía a clase de esa manera cómoda y universitaria, feliz de volver a ver a los compañeros, que tiene el diputado.

Dio la lección inaugural el presidente socialista Adrián Barbón, que saludó a los 300 nuevos escolares ucranianos en las aulas asturianas. En su tercer año, contó lo que ha cambiado Asturias para bien, a pesar de que hubo Covid, hay guerra e inflación y, por tanto, no se puede juzgar como un tiempo normal. Supo parar a tiempo, sin citar la muerte de la reina Isabel II.

Repitió los ejes vertebrales del cambio, la agenda de reformas, hizo media docena de anuncios y, salvo en algún momento y en alguna palabra como «arreón», ofreció una lectura rápida, larga, atropellada y aburrida con la que confirmó que la esperanza de tener un presidente del Principado buen orador resultó ser un exceso de la propaganda hace 3 años.

El discurso viajaba apretujado de palabras y, por querer decirlas todas, no se oyó la mitad. A oreja libre, sin el subtitulado del discurso escrito que se ofrece a los periodistas, de la misa no se entendía ni la media porque la dicción del presidente se «enfragó». Como el viejo presidente gallego, el joven presidente asturiano coge peso por la cantidad de palabra que come. Era como si hablara por el móvil en una zona túneles y fue un discurso, además de apagado, como fuera de cobertura. «Aquí no hay atajos», una de sus frases, se contradecía con los caminos rápidos que le llevaban al final de la frase sin pasar por el medio. Los párrafos le hacían aguas como a la dobladora de Maureen O’Hara en las viejas películas de blanco y negro. Al ordenador en que le escribieron el discurso le faltaban teclas y al medio de las frases, hálito. ¿El gesto continuo de Teresa Mallada, con la mano en collar, tenía que ver con esa falta de aire?

El discurso a la carrera le hacía hablar como corredor en meta que ha dejado atrás palabras que no llegan. Saltaban sus eses como cuchillas sin vocal y cuando bebía facilitaba que las sílabas que iban a salir resbalasen tráquea abajo, atropellando a las que subían. Esto le sucede porque el castellano se le da bien. Cuando habla en asturiano y en fala pronuncia más y hasta Ignacio Blanco, el diputado de Vox, le puede entender mejor, a pesar de su falta de oído e intuición para las lenguas de raíz latina. Barbón tuvo la deferencia de traducirle la palabra «sablera» para, haciendo un juego de palabras en dos lenguas, lanzar una flecha al otro lado del arco parlamentario. «Sablera» ye playa y aunque iba por Vox, quienes parecían los cudiantes de la sablera eran los populares.

Cuando al final del torrente, Barbón prometía «hechos, no palabras» tranquilizaba e inquietaba a la vez. Tranquilizaba porque lo que importan son los hechos. Inquietaba porque alguien que cumple las palabras a medias ¿qué hará con los hechos? Se refirió a sí mismo como el presidente cercano de un gobierno empático que ofrece la triple «E» -Experiencia, Estabilidad y Esperanza- la trinca electoral que ofrece hace meses. Son tres palabras que supo decir completas porque con «expencia, estilidad y espanza» no vas a ninguna parte.

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