Asturias y el fantasma de la insularidad económica

Velarde alertó de que la región estaba cayendo en la misma desconexión con los ejes de progreso económico que le impidió sumarse a la Revolución Industrial en el siglo XVIII

Velarde, a la izquierda, durante su última intervención en La Granda, junto a Fernando Álvarez Balbuena y Francisco Llera. | María Fuentes

Velarde, a la izquierda, durante su última intervención en La Granda, junto a Fernando Álvarez Balbuena y Francisco Llera. | María Fuentes / E. Lagar

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

Asturias era una isla en la cabeza de Juan Velarde. Y esa condición de territorio desconectado del mercado exterior, era –y en cierta medida aún es– su gran maldición. El destacado economista salense, fallecido el viernes en Madrid a los 95 años, sostenía que el fantasma de la insularidad –hasta el siglo XIX definida por una orografía impracticable– impidió a Asturias sumarse en tiempo y forma a la Revolución Industrial que en las últimas décadas del siglo XVIII empezaba a nacer en el Reino Unido. En la centuria siguiente, la aplicación de la receta magistral que un día alumbrara Jovellanos –educación y buenos transportes– "más una serie de producciones básicas para el mercado interior español, esencialmente el carbón y los productos siderúrgicos", promovieron la industrialización de Asturias, apunta Velarde. Pero el espectro del "largo apartamiento" asturiano volvió a hostigar a la región a medida que se iba acabando el siglo XX, cuando después de haber escalado a los puestos de cabeza en el ránking de producción industrial de España, en 1959, con el Plan de Estabilización franquista y la liberalización de la economía española se diluyeron las condiciones proteccionistas que habían alentado el crecimiento industrial de la región. Y Asturias retornó a su condición de isla declinante.

Juan Velarde desplegó su teoría sobre la "vía asturiana" de la industrialización en los dos capítulos que abren la "Historia de la economía asturiana", una obra en cuatro volúmenes que LA NUEVA ESPAÑA publicó por fascículos en 1994 y en la que escribían los especialistas más destacados del momento. La obra fue dirigida por los economistas Juan Vázquez, catedrático de Economía y exrector de la Universidad de Oviedo y por Germán Ojeda, profesor de la misma institución educativa. Velarde, en su relato sobre la maldición de la insularidad asturiana, partía de las cifras registradas en 1955, cuando la economía asturiana alcanzó "su cénit": era la quinta en producción total de todas las provincias españolas, la sexta en ingresos por habitantes. ¿Y entonces, qué pasó? ¿Cómo fue que se produjo el hundimiento? ¿Aquella ascensión llevaba en si las condiciones para precipitar su caída?

Antes de abordar esas cuestiones, Velarde se remonta a las últimas décadas del siglo XVIII para explicar, primero, por qué Asturias no logró engancharse, en primera convocatoria, a la Revolución Industrial. Tenía materias primas y tenía mano de obra abundante (de hecho la superpoblación empezaba a verse como "un mal político", escribió Jovellanos). Y era mano de obra dispuesta a asumir salarios bajos.

Ni luces ni principios

Sin embargo, y citamos de nuevo al prócer gijonés, en Asturias faltaban "luces y principios". Es decir, no había la tecnología adecuada. Tampoco existía capacidad de ahorro suficiente entre las clases pudientes para acometer las inversiones que necesitaban los nuevos establecimientos industriales. Aunque había islas de bienestar, la mayoría en torno a las localidades portuarias, Asturias era una región en su conjunto "áspera y pobre". Y, sobre todo, desconectada de cualquier mercado exterior. Las bromas sobre lo que le cuesta a los asturianos conectarse con el resto del mundo tienen ya una larga tradición. Ya Jovellanos hizo rechifla de los muchos sinsabores que le costó al Marqués de Ferrera llegar a Asturias desde Madrid. Un viaje "milagroso" que hizo, no por Pajares sino por La Mesa, en un coche tirado por bueyes. Según el ilustrado gijonés, la gesta "quedó en la memoria de aquellos naturales más o menos como la expedición de los argonautas". Efectivamente, de todas, la desconexión más importante era con Castilla. Velarde: "La insularidad asturiana se mantenía, su pequeño mercado de ningún modo podía albergar el esfuerzo tecnológico, de capitalización y empresarial, que significaría su incorporación a la acción industrializadora que se generalizaba en Gran Bretaña y que comenzaba a impregnar otros países de Europa y América".

Con el siglo XIX todo cambia. Según Velarde porque el "modelo de Jovellanos triunfa" –mejora de la educación y de las comunicaciones– y, especialmente, por el surgimiento de la explotación hullera, impulsada por "la llegada de expertos en geología, de personas avezadas en los trabajos mineros europeos, y de capitales en gran parte exteriores del Principado". Y aquí Velarde hace una advertencia que resultará clave a la hora de explicar el declive que arrancó en la década de los años sesenta del siglo XX: "Todo este proceso industrial, y desde luego concretamente el minero, se observa que está basado desde su nacimiento, en la protección. Si hubiese existido libertad de entrada de artículos procedentes del exterior, creo muy dudoso que se hubiese iniciado la industrialización asturiana".

La isla, por unas décadas, dejó de serlo. Asturias termina el siglo XIX logrando "encuadrarse del modo adecuado en el conjunto del equilibrio español, que estaba presidido por una política nacionalista en lo económico a partir del viaje proteccionista de 1875. Con ello logró participar, de modo destacado, en el concierto económico nacional a través de tres sectores, el del carbón, el de la siderurgia y el de los productos relacionados con la ganadería. En 1949 (...) la provincia de Oviedo era la primera del conjunto minerometalúrgico de España, seguida bastante distancia por Vizcaya y Barcelona".

El hundimiento

Pero todo se termina. "El derrumbamiento", escribe Juan Velarde en la "Historia de la economía asturiana" de LA NUEVA ESPAÑA, comenzó con el Plan de Estabilización de 1959 "que supuso que se abriera al exterior el modelo español de industrialización. Con ello el carbón retrocedió rapidísimamente en su significación en nuestra economía. Soluciones como la de Hunosa no sirvieron para atajar un proceso gravísimo".

Ese fue el primer golpe que destronó a la región. Velarde identifica cuatro más. "El segundo golpe fue el proporcionado por la crisis del petróleo, que se complicó con el proceso de Transición política de España y supuso el derrumbamiento del modelo productivo de la Era de Franco y con él la grave crisis siderometalúrgica que golpea, de modo muy especial, a las comarcas de Avilés y Gijón".

El tercer golpe fue el ingreso en la Comunidad Europea. "No sólo resultó aún más agravada la suerte de los sectores anteriores, sino que la agricultura y la ganadería se incorporaron a estas situaciones de crisis". El cuarto golpe fue el impacto que tuvo la caída del Muro de Berlín y la reducción mundial en la producción de armamentos, en la crisis de la Empresa Nacional Santa Bárbara.

Y el quinto golpe –y aquí está de nuevo el fantasma de la insularidad– fue la "desconexión de la Comunidad Autónoma de Asturias del ámbito económico de las comunidades que se desarrollan hoy con más fuerza, centradas en la porción española del Arco Mediterráneo". A mediados de los años noventa, Velarde ya vislumbraba el desequilibrio económico del territorio español –que ahora está cristalizando en iniciativas como la del Frente del Noroeste– y advertía de que Asturias se encaminaba "a otra situación de aislamiento económico y por supuesto industrial".

Como en una maldición que nos condena a vivir huyendo de nuestra insularidad económica, Velarde veía que "parece que Asturias tiende a volver a la situación económica –desde el punto de vista comparativo con el resto de la nación, no en el absoluto– que tenía cuando Jovellanos se inclinaba sobre ella para remediar sus males".

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