Lo que arde es el despoblamiento: el monte como una bomba atómica y una imaginaria banda de terroristas

La causa verdadera de los incendios es la quiebra del mundo campesino asturiano

Vecinos de Fontouria, en Valdés, ayer, vigilando la evolución del incendio. | Luisma Murias

Vecinos de Fontouria, en Valdés, ayer, vigilando la evolución del incendio. | Luisma Murias / Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

A mediados del pasado mes, LA NUEVA ESPAÑA publicaba esta reflexión dentro de su serie "Asturianos". La hacía un vecino de Pesoz, Daniel Valledor, padre de Martín, el habitante más joven de este municipio de 141 habitantes, el segundo menos poblado de Asturias: "Uno de los riesgos de esta situación de despoblamiento es que esto va a ser una auténtica selva y va a venir un día un incendio que va a cruzar de Grandas a Illano y a ver qué hacemos los dos o tres que quedamos aquí resistiendo. Porque de mi edad, de cuarenta, debemos ser dos o tres chavales más. Y el único con hijos soy yo. Lo que digo del incendio: ya pasó algo parecido aquellas Navidades (de 2015) que se encendiera por la zona de Boal y bajó hasta el mar, hasta el puerto de Viavélez, y no hubo manera de pararlo. Atravesó la autovía, atravesó la nacional… Un día de estos de aire loco que el monte está seco, churruscado de las heladas, el fuego arranca en Grandas y lo vuelven a esperar en Navia".

1. La profecía y la explicación

Pues, mucho antes de lo que podía imaginar quien tomaba nota de estas palabras, ese análisis se convirtió en profecía. Ese día de aire loco y monte seco, churruscado por las heladas, ha llegado en mala hora. Quiero decir, ha vuelto a llegar. No fue en el valle del Navia. Fue, digamos, tres valles hacia el este. De Tineo abajo corrieron las llamas y fueron a esperar el fuego en la costa, a la altura de Cadavedo. No sólo en el Occidente, por media Asturias (especialmente en la Asturias despoblada) también saltaban las llamas en un día de calor y de fuerte viento racheado que hacía ingobernable la extinción. Los bomberos se planteaban, simplemente, "sobrevivir".

Pero la explicación oficial de esta nueva aparición ominosa del fuego, tiznando de negro la Asturias que se publicita y se imagina a sí misma de un verde esmeralda, no se parece en nada a la que abre este artículo. La lapidaria argumentación del presidente del Principado, Adrián Barbón, expresada en el formato de una story de Instagram, fue: "Asturias no arde. La queman. Y los responsables son terroristas".

Barbón es el único de los líderes políticos asturianos que ha comprendido el carácter esencialmente emocional de la nueva política, donde el ágora de la opinión pública es el cuadrilátero de las redes sociales. Esa es su ventaja competitiva: la alta temperatura digital que consigue alcanzar. Sólo él consigue que ardan las redes. Es el único que sabe cómo llegar a un electorado fuertemente "movilizado" –dícese del adicto al móvil– que se alimenta de chutes lingüísticos y se empacha pronto con la argumentación prolija y matizada. Por eso, sobre todo a las puertas de unas elecciones, es tan efectivo hablar del eje del mal, de la existencia de una Santa Compaña de aldeanos espectrales que se ha conjurado para convertir en un infierno este delicioso Paraíso Natural donde llueven cachopos y los únicos fuegos que prenden son los mecheros, ahí cuando el "Asturiasiyopudiera" de Víctor Manuel.

La teoría de los malhechores pirómanos zanja cualquier debate y sentencia el asunto. Hay un "otro" culpable. Salvando las muchas distancias, ese tipo se pensamiento se parece mucho a aquel que se aplicó cuando, a consecuencia de unos atentados contra unas torres gemelas organizados por unos señores que operaban desde Afganistán, resulta que se invadió Irak. ¿De dónde vienes? Manzanas traigo.

2. La banda de los treinta

Es verdad que la mayor parte de los incendios son provocados por el hombre. Pero muy probablemente es mentira gorda –o argumento electoralmente interesado, matizo– decir que en este preciso momento corre por ahí una partida de zombies pirómanos. Faltan estudios concluyentes, habrá que esperar a que se pronuncie el MIT, pero todo parece indicar que el índice de hijoputismo se mantiene más o menos constante a lo largo de la historia y nada hace sospechar que se haya disparado en la última semana precisamente en Asturias. Por el contrario, sí tenemos constancia estadística de que es ahora en primavera cuando estamos en temporada alta de incendios. Y especialmente en momentos en que se cumple una regla básica para los expertos: temperaturas de más de 30 grados más vientos superiores a 30 kilómetros por hora más humedad relativa del ambiente inferior a 30% igual a incendio a la vista. A ver si la culpa es de "La banda de los treinta"…

3. La factura del despoblamiento

El pensamiento urbanita, totalmente desconectado de los mecanismos de la naturaleza –la base del manual milenario del campesino asturiano– se contenta con la explicación conspiranoica del grupo salvaje con antorchas, gente rústica y sin romanizar. Pero lo que realmente estamos viendo estos días en Asturias es la terrible factura que nos está pasando el despoblamiento del medio rural. Estas son las abrasadoras consecuencias de la quiebra total de un modelo social y de gestión del territorio que durante milenios estuvo en manos de los campesinos y que ahora, tras el vaciamiento de los pueblos con la industrialización española, está convirtiendo nada menos que el 80% de la superficie de la comunidad asturiana (es el porcentaje de territorio rural del Principado) en una verdadera bomba atómica ambiental.

Megatones vegetales fabricados con estos ingredientes: un monte abandonado y que, en su tránsito hacia un bosque de frondosas, se llena de matorral altamente combustible; un monte cuya limpieza es económicamente inasumible para la administración pública; un monte sin manos campesinas que lo gestionen y que no sólo no genera ningún beneficio directo en la población local si no que empieza a verse como un "enemigo" que se come las casas, habitadas en su mayoría por viejos, y llena los alrededores del molesto jabalí fozador. Por eso el fuego, que fue y es una herramienta secular de limpieza y regeneración en el medio rural –en verdad, un instrumento para la conservación del ciclo de la vida–, se ha convertido en un arma ingobernable. Y tenemos el arsenal a rebosar.

Por todos estos factores, que son muchos y no son uno, prendes mecha en Tineo y acabas disfrutando de las llamas en el Naranco desde la calle Uría de Oviedo. No por la supuesta banda terrorista de aldeanos conjurados para hacernos ceniza. Ese argumento es –y el chiste fácil va de suyo– una cortina de humo.

El problema no es que haya incendios. El problema no está tanto en localizar y perseguir al que activa el detonador (el monte se puede prender para abrir pastos, para hacer limpieza en las proximidades de los núcleos rurales, para mover la caza o por placer pirómano, entre otros motivos), la clave está ahora en la descomunal carga de la bomba forestal que íbamos cebando mientras atendíamos sólo al desarrollo de nuestras ciudades.

Lo que antes quedaba en un incendio local, ahora es un peligro regional. El problema es la dimensión que han adquirido los fuegos en las últimas dos décadas. Empiezan a ser de tal magnitud que incluso, como ocurrió el 16 de octubre 2017, en una región pequeña como ésta, nos cubren por completo. Recuerden que aquella jornada, a consecuencia de otra ola de incendios en el Occidente, quedó en el recuerdo como "El día que no amaneció".

4. Un sistema quemado

Y todo esto que está pasando –que el supuesto Paraíso Natural se está volviendo contra nosotros– requiere una aproximación más profunda que ahonde más allá de los límites del pensamiento "tuiteral" (Twitter+elecciones). Plantearse, quizá, que en el nuevo escenario de la Asturias verde pero desertizada de paisanos y paisanas, las políticas de prevención de los incendios que se han seguido en los últimos 40 años están siendo un fracaso reiterado. Por eso tiene que crecer cada año el presupuesto de extinción, cuando la prevención resultaría más barata. Plantearse, por ejemplo, qué papel jugó en este desastre que bajó galopando de Tineo a Luarca el monocultivo de especies pirófitas como el eucalipto, donde el incendio se propaga y suena "como un avión a reacción", según explican algunos expertos. Y, al hilo de esto, echarle un vistazo también al nuevo plan forestal, que prevé introducir, en la búsqueda de un rendimiento rápido con destino a la industria papelera de Navia, el eucaliptus nitens, más resistente a las heladas que el globulus actual y, por tanto, capaz de colonizar más espacio, con el consiguiente incremento del peligro de fuego. Eso se verá dentro de una década, probablemente.

También cabría preguntarse si los planes de prevención tienen que estar sólo en manos de los ayuntamientos o hace falta una visión más global. Analizar también por qué hay concejos de Asturias donde no hay incendios o por qué en Soria, donde el modelo de exploración forestal revierte directamente en el bolsillo de cada vecino, tampoco quema el monte. O plantearse si, como estos días se ha escuchado de la misma fuente simplificadora, realmente tiene sentido práctico reclamar un aumento de las penas contra los pirómanos cuando la realidad habla de la extrema dificultad de identificar a los autores.

5. Reenfocar

Lo que estamos viendo, aún a riesgo de caer en la cursilería, es un grito de la tierra que habitamos. No cabe una expresión más evidente de alarma que esas cortinas de humo saliendo del monte como si un volcán hubiera entrado en erupción en las brañas vaqueiras (eso parecía en la tarde del jueves desde la autovía a la altura de Cadavedo). O estos aterradores resplandores nocturnos en la silueta de la sierra que quitan el sueño a los vecinos que están a sus pies. Todo eso está hablando de que estamos perdiendo peligrosamente el control sobre la mayor parte del territorio donde estamos asentados los asturianos. Y eso es especialmente preocupante en una región que tiene en su belleza paisajística y su alta calidad ambiental dos de sus capitales más exclusivos y con más proyección económica. Ojalá que de estas brasas surja un pensamiento –un pensamiento político responsable– que reenfoque sus afanes en la regeneración social y económica del carcomido mundo rural asturiano, que es donde realmente está la compleja raíz de tanto fuego.

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