Las cinco horas más angustiosas de la historia de Fitoria

"Llamaron a la puerta a las cuatro de la madrugada y al abrir teníamos el fuego en la cara", relatan los vecinos

Agentes de la Guardia Civil  comunicando a los vecinos de Fitoria el fin del desalojo del pueblo. | |  LNE

Agentes de la Guardia Civil comunicando a los vecinos de Fitoria el fin del desalojo del pueblo. | | LNE / Lucas Blanco

"Llamaron a la puerta insistentemente y cuando abrimos teníamos el fuego a la cara, enfrente de casa". Laura Ruiz tuvo este viernes el despertar más sobresaltado de su vida. Apenas habían pasado unos minutos de la cuatro de la madrugada cuando la amenaza de las lenguas de fuego surgidas de la maleza y las arboledas de la falda del Naranco le obligaron a abandonar junto a su marido y su hijo de once años una vivienda a la que llegó a creer que nunca volvería. Su caso fue uno más entre el de alrededor de un centenar de vecinos de Fitoria desalojados por las autoridades durante nada menos de cinco horas cargadas de angustia y mucha solidaridad. Pasadas las nueve de la mañana, la Guardia Civil les permitió volver a sus moradas, eso sí, "con mucha precaución".

Los escombros del edificio calcinado por las llamas en Fitoria; en el centro, los bomberos apagando un fuego en un gallinero, y a la derecha, una vecina rescatando a un conejo. | Irma Collín

Los escombros del edificio calcinado por las llamas en Fitoria. | Irma Collín / Lucas Blanco

Claramente descolocados tras ver violentamente interrumpido su sueño, decenas de vecinos fueron concentrándose en una de las plazas de la parte baja del pueblo ovetense. Desde allí vieron atónitos como las oleadas anaranjadas y columnas de humo se abrían paso frente a unos bomberos limitados por la falta de agua. "Vecinos cogieron los tractores y subieron cubas para echar una mano", comenta la presidencia de la asociación de vecinal Carmen Villa, sobre la que sería la primera de las muchas escenas solidarias de una noche muy difícil de olvidar. Algunos, los menos, buscaron realojo en otras partes de la ciudad. Muchos de ellos prefirieron quedarse para seguir en primera línea la pugna entre el fuego y los bomberos, cruzando los dedos para que nadie ni nada resultara mortalmente dañado. Entretanto, el "confinamiento" a la intemperie tuvo excepciones. "Algunos pudieron entrar en sus casas con mucha precaución para coger medicación", relata la presidenta. Fitoria, eterno aspirante al galardón "Pueblo Ejemplar" de la Fundación Princesa de Asturias, hizo méritos en su jornada más difícil para el premio. El local social fue abierto de par en par para alojar a quienes lo desearan. Otros como Lourdes Noval tiraron de termos con café para hacer más llevadero el tenso seguimiento de las labores de extinción. "Pasamos momentos muy duros", comentó rodeada de vecinos en pijama.

En Oviedo

Una vecina rescatando a un conejo. | Irma Collín / Lucas Blanco

La salida del sol dejó al descubierto las consecuencias en blanco y negro de una noche al rojo vivo. No hubo que lamentar ningún daño personal, pero sí hubo algunos materiales de consideración. "Intentamos apagarlo, pero cuando llegó a la uralita fue una bomba de relojería", explica Honorio Alonso tras visitar los escombros del edificio anexo a la segunda vivienda de sus tíos octogenarios residentes en Pumarín, que estos utilizaban a diario como tendedero o para crear algunos animales domésticos.

En Oviedo

Los bomberos apagando un fuego en un gallinero. | Irma Collín / Lucas Blanco

Unos metros más arriba, los titulares de un alojamiento de turismo rural se afanaban por rescatar entre las ascuas a los conejos criados bajo un cobertizo cercano al que las llamas devoraron de manera parcial. "Cuando vieron que los animales habían sobrevivido se les iluminó la cara", comentó uno de los efectivos que consiguió domar a las llamas en esa zona.

Otros como José Sánchez se daban con un canto en los dientes, a pesar de llegar a tener el fuego a escasos metros de la puerta. "Si llega a entrar el fuego por el otro lado de la casa estaríamos ahora recogiendo las cenizas", sostuvo sobre una situación que, al menos a él, no le pilló de sorpresa. "Sabíamos que esto pasaría, cada vez hay más fincas abandonadas y eso es caldo de cultivo para incendios", afirmó el inspector de educación jubilado.

Todos ellos pudieron volver a sus casas a eso de las nueve y media de la mañana, pero sin quitar ojo al monte. "Ayer dormimos poco, pero hoy difícilmente podremos volver a pegar ojo", suspiró uno de los desalojados de un pueblo más unido que nunca ante el desafío de resistir a las llamas.

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