Mario Fernández Fraga es uno de los grandes investigadores de España en el campo del envejecimiento y del cáncer. Así se lo reconocerá la Academia Asturiana de Ciencia e Ingeniería (AACI), que le concederá el próximo día 22 el premio "Investigador Distinguido 2023". Este biólogo y bioquímico, nacido hace 51 años en Pola de Lena pero criado en Gijón, dejó Madrid en 2008 para regresar a Asturias. Y fue, asegura "una de las mejores decisiones de mi vida". Desde las instalaciones del ISPA (Instituto de Investigación Sanitaria del Principado de Asturias), hace ciencia puntera como líder de un grupo de investigación formado por una veintena de profesionales. Fraga es profesor científico del Centro de Investigación en Nanomateriales y Nanotecnología (CINN-CSIC) de El Entrego y a ocupa varios cargos de responsabilidad: es subdirector científico del ISPA y, desde este año, coordinador del cáncer del Instituto de Salud Carlos III de Madrid.
–¿Qué supone para usted el reconocimiento de la Academia de Ciencia?
–Más que un premio para mí, yo lo veo como un reconocimiento a mi grupo: al laboratorio de Epigenética del Cáncer y Nanomedicina del CINN-CSIC, que está en el ISPA y pertenece también al IUOPA. Hoy en día, la ciencia no es como antes; hay muy pocos investigadores que trabajen solos. Así que sin el grupo al que pertenezco no habría reconocimiento, no habría nada. Tengo mucha suerte, porque más allá de ser científicos extraordinarios, son grandes personas.
–¿Qué necesita un investigador para ser bueno?
–Lo más importante es que te guste lo que haces. Porque solo así estarás al tanto de lo que se hace en el mundo y tendrás ideas competitivas. Pero esto no es suficiente. Es fundamental tener capacidad para crear un grupo de personas con las que trabajes a gusto. Y por otro lado, está el azar, estar en el momento oportuno en el lugar adecuado.
–¿Alguna vez se arrepintió de haber retornado a Asturias para hacer ciencia desde aquí?
–No, todo lo contrario. En otros tiempos, estar en un entorno donde hay menos grupos y centros de investigación que en grandes comunidades podía ser un factor limitante, pero hoy en día vivimos en un mundo globalizado y nosotros desde Asturias trabajamos con medio mundo. No percibo diferencias respecto a trabajar en otros sitios. No obstante, es cierto que, si viajas mucho, como es mi caso, las conexiones son peores. Pero esta es una cuestión menor. Asturias tiene una calidad de vida excelente y haber vuelto de Madrid, hace ahora 15 años, fue una de las mejores decisiones que tomé en la vida.
–¿La ciencia asturiana goza de buena salud?
–En Asturias hay muy buenos investigadores. Por ejemplo en el ámbito de la biomedicina, que yo conozco muy bien. La sociedad asturiana –y cuando hablo de sociedad, me refiero a sus dirigentes– debe ser consciente de esto y generar un entorno adecuado para que estos científicos puedan llevar a cabo su trabajo en las mejores condiciones posibles. Estamos dando pasos, pero, como todo en la vida, sigue habiendo recorrido.
–¿Asturias podría convertirse en una potencia biosanitaria?
–Somos muy fuertes en este campo. Seguramente, por la tradición que tenemos: Severo Ochoa, Margarita Salas, Grande Covián, Otín... Ahora estamos empujando la tercera o cuarta generación. Todo esto hay que apoyarlo mucho desde la Administración. A dos niveles. Por un lado, a los que están aquí hay que darles medios para que sigan. Y por otro, hay que tener la capacidad de otros países o regiones de atraer talento. Esto último lo estamos empezando a hacer, pero tiene que haber un compromiso firme y absoluto de la Administración. Si estamos de acuerdo en que tenemos una fortaleza (la investigación biosanitaria), habrá mimarla y empujarla.
–¿Cómo ve al ISPA?
–Es la joya de la corona de la investigación biomédica en Asturias. Costó muchísimo montarlo, pero ahora tenemos un instituto acreditado por el Carlos III, que nos permite optar a convocatorias a las que antes no teníamos acceso, y del que forman parte cerca de mil investigadores. Aun así, puede haber alguien que piense: ¿Pero para qué vale realmente el ISPA? Creo que la sociedad no tiene claro por qué es tan importante para Asturias.
–Explíquelo.
–Ha quedado demostrado que los hospitales españoles con institutos de investigación asociados son los que más progresan. Y no solo eso, sino que mejoran la atención a los pacientes.
–¿Podría poner algún ejemplo?
–Nosotros tenemos una relación muy estrecha con el servicio de Endocrinología y Nutrición del HUCA, que lideran Edelmiro Menéndez Torre y Elías Delgado. Ellos tienen un grupo de investigación en el ISPA y un día nos contaron que tenían problemas con los pacientes que vienen con bultos en el tiroides. A estos pacientes se le practica una biopsia y la muestra obtenida se manda a Anatomía Patológica. Allí miran si esas células son benignas o malignas. Pues bien, en el 80% de los casos, esto se sabe, mientras que en el 20% el resultado es incierto y, ante el riesgo, el endocrino opera y retira el bulto. Sin embargo, se ha visto que el 80% de esas operaciones no eran necesarias, porque, una vez fuera, se comprobó que el tumor era benigno. ¿Qué hicimos nosotros? Identificar biomarcadores epigenéticos para ver lo que el ojo de anatomopatólogo no ve. Para ello, utilizamos técnicas de ultrasecuenciación e inteligencia artificial, e identificamos tres biomarcadores que nos indican si las muestras son malignas o benignas. Publicamos hace unos meses los resultados y ahora estamos en negociaciones con empresas para poder comercializarlo y que esos biomarcadores lleguen de forma rutinaria a todos los hospitales. Otro ejemplo de cómo el ISPA mejora la atención de pacientes es el corsé impulsado por el jefe del servicio de Rehabilitación, José Antonio Fidalgo, para tratar escoliosis idiopática. Es un corsé que está a la vanguardia nacional.
–¿Qué es la epigenética?
–La genética se refiere al ADN, donde viene escrito lo que somos y un montón de cosas que van a pasarnos en nuestra vida. Pero no viene todo escrito ahí. Hay otros aspectos que nos influyen, como los factores externos, el estilo de vida... Y todo eso se relaciona con el ADN a través de unos procesos químicos que se denominan epigenéticos.
–¿Qué relación guarda con el cáncer?
–Cuando estos mecanismos moleculares se ven alterados, puede pasar que una célula normal se convierta en maligna y eso acabar originando un cáncer. Hay estudios hechos en fumadores y a esas personas ya se les vieron alteraciones aunque no tuviesen tumores.
–¿Cómo utilizan ustedes la epigenética para combatir el cáncer?
–Por un lado, a nivel de diagnóstico y de información para que el personal asistencial pueda tomar decisiones más adecuadas. Y por otro lado, ofrece oportunidades terapéuticas. Si por ejemplo, como consecuencia de una alteración epigenética, yo pierdo una determinada modificación química, puedo utilizar un fármaco que revierta esa pérdida. Ya hay tratamientos de este tipo muy esperanzadores para el cáncer.
–¿Se podrían aplicar de forma masiva test epigenéticos para prevenir enfermedades?
–Es lo que se llama medicina personalizada, que va a cambiar radicalmente la medicina del futuro. Dentro de unos años, no vamos a conocer la medicina por la aparición de inteligencia artificial y ser capaces de acumular muchísima información molecular de un paciente. Esto ya ha empezado, la pregunta es cuándo va a estallar. Es difícil decirlo, pero el crecimiento es exponencial y yo anticipo que será pronto.
–¿Qué investigaciones tienen ahora en marcha?
–Sobre todo son proyectos de envejecimiento y cáncer. Utilizando diferentes capas ómicas, buscamos biomarcadores de pronóstico/ diagnóstico y, con algunos tumores, tenemos esperanzas de poder identificar dianas terapéuticas. En las investigaciones sobre envejecimiento tratamos de entender los beneficios moleculares que tienen para nuestro organismo factores externos positivos como pueden ser hacer ejercicio o tener actividad cognitiva.