Entrevista | Carlos López-Otín Bioquímico, presenta libro el 13 de noviembre en el Club LA NUEVA ESPAÑA
"El sentido de la vida es vivirla, aprovechar lo bueno sin acelerar la pérdida de armonía molecular"
"Asturias fue mi lugar en el mundo, pero el azar y la condición humana determinaron que tuviera que explorar otros territorios"

Carlos López-Otín, durante la presentación de su anterior libro en la biblioteca del edificio histórico de la Universidad de Oviedo. / Tecueme Studio
Carlos López-Otín (Sabiñánigo, Huesca), explora cada día la vida en París, en una nueva etapa de esperanza y serenidad. Tras su trayectoria como catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de Oviedo, ahora investiga con Guido Kroemer en su laboratorio de La Sorbona. El científico, autor de la Trilogía de la vida, reconocido internacionalmente por su contribución a la investigación del genoma humano, el envejecimiento y enfermedades como el cáncer, plantea en "La levedad de las libélulas" (Paidós), un nuevo enfoque para lograr el equilibrio físico y mental. Lo hace a través de un relato por la historia de la medicina en el que examina cómo la manera de entender la salud ha evolucionado a lo largo de los siglos y muestra cómo los aspectos físicos y mentales se entrelazan en una curiosa ecuación que define la salud y el bienestar. Dentro de dos semanas, el miércoles 13 de noviembre, estará en el Club LA NUEVA ESPAÑA acompañado por María Manzaneque, delegada en Asturias de la Asociación Nacional de Amputados de España, de la que es vicepresidenta.
–Un nuevo libro es como nacer un poco otra vez. ¿Está de acuerdo?
–Completamente de acuerdo. Siempre digo que escribir es una curiosa forma de pensar, de sentir y hasta de sobrevivir. Este libro es muy personal, pero intenta ser útil para todos aquellos que intuyen o creen que la salud biológica y la salud mental son dones extraordinarios pero provisionales, y por tanto debemos comprometernos con su cuidado. En algún lugar del libro digo que la salud es una forma muy especial de cultura, la cultura de la responsabilidad y cuidado de la vida.
–¿Qué tiene este de especial respecto a la trilogía anterior?
–Todos son libros de viajes por el paisaje interior humano que invitan a los lectores a aproximarse con asombro y respeto al verdadero centro de la vida. En "La levedad de las libélulas" el viaje es una aventura de conocimiento hacia el centro de la salud, tratando de definir sus claves científicas, sociales y emocionales. Respecto a sus diferencias con los anteriores, este nuevo libro posee un importante componente onírico y metafórico que lo convierte en una obra que intenta ser global y que se puede leer, pero también escuchar y ver. Es un libro para aprender, para pensar y para disfrutar. No es un libro de historia, pero relata muchas historias reales e imaginarias entre sus páginas. Además, el texto se acompaña con material adicional disponible para los lectores incluyendo numerosas fotografías que iba tomando y músicas que iba escuchando durante mis paseos por París, mientras el libro se iba gestando en mi imaginación.
–¿Qué parte de escritor hay en el Carlos López-Otín científico?
–Ambos clones surgen del mismo lugar, uno muy especial en el que conviven la curiosidad por el mundo y el deseo de contribuir a mejorar la vida de sus habitantes; esto puede sonar exagerado, pero es la verdad.
–La salud es el equilibrio, pero ¿En qué consiste ese equilibrio?
–Son ideas que vienen del pasado y que ahora estamos tratando de poner en un contexto de moléculas y mecanismos que nos permitan entenderlas mejor. El gran Hipócrates de Cos dejó escrito que la salud era un estado de perfecto equilibrio entre los distintos humores corporales, y que la enfermedad surgía cuando alguna de estas sustancias existía en cantidades excesivamente grandes o pequeñas. Muchos siglos después, Claude Bernard concluyó que todas las funciones vitales tienen como objetivo central mantener la estabilidad del ambiente en el que viven las células del organismo. De esta forma, los seres vivos crean las condiciones precisas para su supervivencia y construyen, protegen y reparan sin descanso su universo más íntimo, el conformado por su propio mundo interior. Por eso, la salud es el equilibrio, la armonía y la sabiduría del cuerpo. Nuestro intento de llevar estas ideas al ámbito molecular nos ha permitido definir un total de nueve claves organizativas y dinámicas que mantienen el equilibrio funcional de nuestro organismo. Estas claves serían: la integridad de barreras, la contención de perturbaciones, el reciclado del material biológico, la integración de circuitos, las oscilaciones rítmicas, la resiliencia homeostática, la regulación hormética, la reparación molecular y celular y, finalmente, la adaptación psicosocial. La alteración de cualquiera de estas características determinantes de la salud nos aleja del deseado equilibrio y acaba provocando la pérdida de nuestro bienestar físico o emocional.
–¿Y que propone usted?
–Sobre esta base científica, propongo una ecuación de la salud, a modo de la "Rayuela" de Cortázar, en la que además de los determinantes celulares y moleculares, se incorporan los factores derivados de los estilos de vida y los componentes emocionales que en conjunto construyen el complejo arte de vivir y mantener la salud.
–Esas libélulas leves que vio en París ¿son una metáfora del mundo actual?
–Así es. Muchas gracias por entenderlo de una manera tan próxima a cómo lo imaginé. Las libélulas son criaturas míticas y maravillosas, con una gran capacidad de observar el mundo a través de su excepcional visión panorámica. Además, su nombre deriva de "libella" (balanza), un vocablo que simboliza el equilibrio preciso para sobrevivir y la perseverancia necesaria para lograr la madurez y mantener la salud. Sin embargo, pese a sus múltiples talentos biológicos, las libélulas son muy frágiles y vulnerables, lo mismo que nosotros, aunque a menudo se nos olvida.
–A veces da la impresión de que vivimos para enfermar, parece que el ser humano ha perdido el instinto de autoprotección.
–La enfermedad es consustancial a la vida, de hecho, admitir la imperfección es una gran muestra de sabiduría. Para poder llegar hasta aquí, tras más de 3.800 millones de años de evolución biológica y cultural, hubo que asumir riesgos moleculares y celulares que nos alejaron de la aparente banalidad bacteriana y nos regalaron complejidad y una larga vida, pero que a su vez nos abocaron a la enfermedad y a la muerte. En suma, pagamos un precio muy elevado por conseguir la imperfección. Por eso, es un poco absurdo añadir más riesgos debido a malas decisiones en cuanto a nuestros particulares estilos de vida. En mi opinión, el verdadero sentido de la vida es vivirla, no es enfermar, así que hay que tratar de aprovechar todo lo bueno que nos ofrece la vida cotidiana sin añadir más factores que aceleren la pérdida de la armonía molecular que nos mantiene anclados a la noria de la supervivencia.
–Silencio, armonía, sabiduría. Esas claves de la salud combinan mal con esta sociedad llena de ruido. ¿Cómo escapar de la vorágine?
–A veces cuesta sostener la esperanza, pero hay que perseverar. En el libro se recogen algunas propuestas tanto en lo que se refiere a aspectos médicos y científicos como a los puramente sociales. Las estrategias médicas y científicas serán difíciles de implementar y generalizar mientras no haya un mayor progreso tecnológico y un decidido compromiso con la equidad social, pero las aproximaciones que se refieren a los estilos de vida están al alcance de nosotros. Por ejemplo, además de seguir insistiendo en las campañas que intentan promover la salud recordando los perjuicios de la malnutrición, el sedentarismo y el uso de sustancias tóxicas como las drogas, el tabaco o el alcohol, debería informarse a la población de los factores que favorecen la salud mental. Unas pocas palabras bastan para ilustrar algunas de las necesidades apremiantes en este ámbito: educación, respeto, empatía, ayuno digital, calidad de sueño y control de estrés.
–La segunda parte del libro está dedicada a la salud mental. ¿Es una especie de nuevo cáncer social?
–Las cifras relativas a los eclipses de alma son crecientes y elocuentes, pero parece que siguen sin impresionarnos lo suficiente. Más de mil millones de personas padecen hoy algún tipo de desorden emocional. Cada año, más de un millón de seres humanos, incluyendo muchos jóvenes, sufren inadaptación psicosocial y deciden quitarse la vida porque por muy pequeños que fueran sus miedos o incertidumbres a los ojos de los demás, acabaron por ser insoportables para ellos. En todo caso, más allá de estos números abrumadores y de las frías estadísticas, lo realmente importante es que estamos hablando de pacientes individuales con nombres concretos que necesitan atención y apoyo. En el libro discuto en profundidad las claves que subyacen a esta epidemia de soledad y tristeza que parece extenderse por el planeta, e invento la palabra "trisbiosis", la disbiosis causada por la tristeza, para definir los desequilibrios biológicos causados por los eclipses de alma. Recuerdo que cuando se me ocurrió este nombre lo compartí de inmediato con mi maestro en el arte de nombrar, el poeta ovetense Fernando Beltrán.
–Cita "Ensayo sobre la ceguera". Saramago encontró su paraíso en Lanzarote. ¿El suyo es París?
–No tengo un único paraíso, Asturias fue mi lugar en el mundo durante la mayor parte de mi vida, pero el azar y la condición humana determinaron que tuviera que explorar otros territorios. La trama transcurre en París, un lugar que siempre me ha regalado momentos maravillosos de inspiración, creatividad y serenidad. Además, y tal como recojo en la dedicatoria del libro, la colaboración científica con Guido Kroemer en su laboratorio de La Sorbona es mi mayor estímulo intelectual actual. También digo que Guido es una de las tres personas más genuinamente inteligentes que he conocido en mi vida, y a estas alturas ya me he encontrado con mucha gente de todo tipo. Finalmente, en este tiempo de mi vida he creído entender que los paraísos no son necesariamente lugares físicos sino formas de pensar, sentir o ser.
–¿Tiene algo que ver este París con el que conoció Claude Bernard?
–Sí, la huella del Doctor Bernard todavía está muy presente en París. A unos pocos minutos de nuestro laboratorio se encuentra el lugar donde trabajaba y la casa en la que vivió y murió Claude Bernard. Su pensamiento médico y científico también está muy presente en mi mente, pese a que, para muchos lectores, este gran pionero de la Medicina experimental tal vez sea el menos conocido de los protagonistas del libro.
–¿Qué ideas le gustaría dejar con este libro?
–La educación en el cuidado de la salud, la nuestra y la del planeta que todavía nos acoge con generosidad pese al daño crónico que sufre tras su colisión con el meteorito humano, puede facilitar el desarrollo de una adicción necesaria en nuestro entorno: la adicción social a la salud. Hay muchas enfermedades que atender, más de 17.000 distintas, así que todo esfuerzo en este sentido es imprescindible y prioritario. Sin embargo, la equidad y la cohesión social estarán más cerca si además prestamos atención sincera y activa a la preservación de la salud, incluyendo la salud mental, en lugar de anunciar abstractos e indefinidos cambios revolucionarios o perseguir publicitados sueños de inmortalidad instigados por quienes tienen todo menos el dominio del tiempo. Todo esto me parecen exageraciones que distraen la atención de esenciales problemas sanitarios y sociales que están sin resolver y que son los que nos deberían importar. No esperemos grandes prodigios, practiquemos el arte de la vida y cultivemos la salud y la empatía como elixires de longevidad y bienestar emocional. Mantengamos la curiosidad, evitemos la toxicidad humana y el ruido ambiental, y recordemos que lo asombroso es sobrevivir porque la salud es un don tan frágil y efímero como el futuro de una leve libélula en vuelo hacia el sol.
–¿Habrá más libros?
–Nunca se sabe, pero más allá de la génesis y escritura de artículos científicos que siguen ocupando la mayor parte de mi tiempo, es cierto que algunos libros futuros ya están en mi mente. Además, cada día sigo estudiando y aprendiendo del mundo y de la gente, lo cual tal vez me ayude a sembrar las semillas de nuevos textos. En mi esquema vital centrado en la búsqueda del conocimiento, una tarea siempre incompleta e inacabada pero todavía irrenunciable, he podido conocer a personas maravillosas, muchas de ellas en Asturias, para las que, ahora que estoy lejos de aquí, me gustaría seguir escribiendo como forma de compartir lo vivido, lo aprendido y lo imaginado en esta nueva etapa de mi vida.
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