Alberto Campa Montes | Empresario y viajero, ha dado tres vueltas al mundo
"Viajar es ir a todas las universidades juntas y estudiar todas las carreras a la vez"
"A los 13 años, en el viaje de estudios, descubrí qué era lo que más me gustaba del mundo: fue a Cataluña, vi el Museo de Dalí y Quini nos enseñó el Nou Camp"
Una chequera de tiempo para recorrer la Tierra
Alberto Campa Montes (Nava, 1967) compró su tiempo en 2011, después de 25 años de extenuarse en el sector del turismo, para dedicarse a viajar en solitario del modo más barato posible.
Si suma sus viajes le salen 30 vueltas al mundo, en las que ha recorrido 260 países y visitado más de 500 fabulosos lugares Patrimonio mundial de la Humanidad. Le gustan el montañismo y el buceo.
Con su experiencia ha escrito dos libros "Una vuelta al mundo bajo cero" y "Una vuelta al mundo por las islas del Pacífico". Cuando está de viaje escribe cada noche durante dos horas lo que le pasó el día. "Hasta los 50 años me acordaba de las 2.000 ciudades que conocía y tenía memoria fotográfica".
Fue declarado "Viajero del año en 2023" por el viajero y geógrafo griego Babis Bizas, y varias webs de viajes como Nomadmania o MTP le sitúan entre las 100 personas del mundo que más lugares geográficos han viajado, cruzando para ello sin usar el avión unas 300 fronteras terrestres y marítimas diferentes de una gran mayoría de países.
Está casado y no tiene hijos.
Entre la enseñanzas de ese viaje vital y geográfico ha aprendido que "en el mundo no tienes que ser ni muy rojo, ni muy facha, ni muy islámico, ni muy cristiano, porque todos tienen una parte de razón y una parte de equivocación. Me entristece que hoy el mundo está muy polarizado".
Hijo único, nació en Nava en 1967.
Donde mi padre era taxista, pero a los tres meses nos fuimos a Gijón. Vivimos dos años en Vega. Mi padre trabajaba en la empresa de autobuses que llevaba los mineros a La Camocha. Luego pasó a autocares Medina- Viajes Principado y vivimos en Ceares.
¿Cómo es Bernardo, su padre?
Paisano a la antigua, de la época en la que vivió: tono gris, familia tradicional y ganaba poco trabajando las 24 horas 7 días. Siempre me quiso mucho. Tiene 87 años y hay que cuidarlo.
¿Y su madre, Consuelo?
Chelo, supertrabajadora en la casa, el campo y algo en la hostelería: fue ayudante de cocina en el bar La curva.
¿Qué niño fue?
Estar casi siempre malo me moldeó. Era alérgico al polvo y a la lana y me estuve pinchando 20 años. Era muy activo, trabajaba en casa, me gustaba echar un partido y la enfermedad lo interrumpía.
Aramil (Siero).
Los abuelos se iban haciendo mayores, había una casina al lado, mi padre encontró trabajo en Lieres, primero en Autos Isabelino, después Licasa, tres empresas de autobuses de Lieres, Carbayín, y Santiago. En la casa de Aramil la cuadra estaba bajo los cuartos y pasaba frío. Luego hubo más vacas, un tendejón, pasamos de la leche a la carne. Llegamos a tener 32 vacas, quedan dos. Mi madre en la huerta y aprovechaba hasta la última lechuga.
¿Cómo fue su cambio al campo?
Lo conocía de ir casa de los abuelos, pero se volvió más intenso y diario. A parte del colegio sacaba el cuchu, llevaba las vacas a pastar y, en vacaciones, iba a la hierba. Prestaba subir a la vara de hierba. Los abuelos maternos eran Paco, muy elegante cuando iba a la Pola, pelo blanco, buena planta y Luisa, hacía arroz con leche -olor a anís- y garbanzos los domingos.
¿Dónde estudió?
En el colegio pequeño de Aramil hasta sexto de EGB, todos los niños juntos; las niñas, separadas. En el colegio de Pola de Siero nos juntaron con las niñas. En octavo pasamos al colegio nuevo, donde estábamos divididos los que éramos de pueblos y los de la Pola, lo que chocó mucho. Quizá los chavales de los pueblos habían vivido más cosas. En el instituto ya se veía la droga. Con 13 años hice el primer viaje y descubrí que era lo que más me gustaba del mundo. Fue a Cataluña, vi el Museo de Dalí, playas y pueblos muy guapos, como Cadaqués, y Quini nos enseñó El Nou Camp justo después del secuestro. Viajar es como ir a todas las universidades juntas y estudiar todas las carreras a la vez.
¿Qué tal estudiante fue?
Aprobaba en el colegio; repetí un año en el instituto. Me gustó mucho todo, Geografía e Historia lo que más. Me gustaban las ciudades con K: Helsinki, Reikiavik, Kaliningrado… Tuve la suerte de un gran profesor de Latín -Carlos Arana Tarazona- y llegamos a leerlo, escribirlo y hablarlo. A cambio, nunca pude estudiar bien inglés.
¿Qué adolescente fue?
Mis padres nunca me prohibieron nada y me facilitaron todo, dentro de los medios que había: bicicleta con la que subía el Naranco dos veces, porque veía la Vuelta; moto en la que iba a Villaviciosa por La Campa y bajaba en punto muerto para no gastar gasolina; primer coche de segunda mano para ir de fiestas… Desde los 13 años hacía autoestop a las fiestas -Ceceda, Arriondas, Nava- sin hora de regreso. Era más de mocines que de beber. Había muchos accidentes.
¿Cuándo se enfocó al turismo?
Con mi padre aprendí a conducir primero el autobús que el coche, porque de pequeñín me ponía en el cuello y aprendí las marchas; con 11 o 12 años aprendí a conducir el 600 de casa y, cuando tuve oportunidad, me matriculé para el carné de camión. Pensaba estudiar Arquitectura o Turismo. Luego, turismo. La escuela era en Oviedo, privada, y los tres cursos costaban medio millón de pesetas (24.000 euros de hoy). En casa no había dinero y en 1985 me puse a trabajar para el primer curso vendiendo libros de Salvat a puerta fría. Estuve dos años y ganaba 150.000 pesetas al mes, mucho dinero. El curso costaba 160.000 pesetas.
¿Y luego?
Me fui con Faustino Huerga, dueño de Viajes Aramo, una agencia que estaba en la calle Gil de Jaz y luego a Viajes Asturias. Aprendí a vender viajes, hice el primer viaje de guía y cuando me ofreció un contrato -en el que ganaba tres veces menos que con los libros- pasé a trabajar para él y estudiar la carrera.
Turismo, 1986-1989. ¿Qué tal?
Tuve de profesores a Frank Menéndez, el director, Carlos Meana, Celso Peiroux y Juan Benito Argüelles. Era obligatorio ir a las clases y apenas fui. Estudiaba de noche, iba a alguna primera hora y cuando me pillaba el toro y me iban a prohibir examinarme por inasistencia, cogía el paro tres meses y me examinaba. Me gustó la carrera -técnico de empresas y actividades turísticas- porque tocaba muchos palos: historia geografía, turismo, idiomas, economía, derecho… Me costó el inglés sin ir a clase. Cuando acababa Turismo conocí a Mónica Tranquilli, que empezaba. Llevamos 36 años juntos. Es de viajar, pero no tan apasionada. Conoce 130 países. En 2008 en la Antártida debimos de ser la primera pareja española que visitó los 7 continentes juntos. Nos casamos en Salinas y fuimos de viaje de novios a Asia. No tuvimos fíos, solo perrinos. Nunca llegaron. Ella me permite marchar tres meses.
¿Primer trabajo al acabar?
Dirigí una agencia en Gijón 6 meses y después fui guía por España y Europa. Trabajé en los trenes directos que ponía Faustino de Gijón a Alicante, lo que después adoptó Renfe. Después a Málaga. Trabajaba en la agencia, los viernes iba a comprar aprovisionamiento de comida, en el tren hacía de revisor, preparaba la cocina, daba las cenas del restaurante, animaba la pequeña discoteca y llegaba por la mañana a Málaga, donde bajaba a esa gente, volvía a aprovisionar y a las tres subía con los que venían y llegaba aquí el domingo por la mañana. Dormía un poquitín y a trabajar.
¿Y volar?
Luego, en Mundo Joven hacíamos viajes económicos a Marruecos, a Egipto... En Marruecos eché novia e iba a verla. En Viva Air que fue el inicio de Aviaco, llevamos vuelos a Londres y a Mallorca. Llevaba grupos de esquiadores a los Alpes con Nacho del Río. Empecé a pasar a África: Fez y otras ciudades eran muy auténticas, de contraste con la gente, los olores, los sabores… el exotismo. En Egipto me marcó, además del mundo islámico, los milenios de antigüedad, los monumentos. Trabajé en turismo 25 años, por cuenta ajena hasta 1998 y luego creamos agencias 12 años más. Rompí cuando fue el Tsunami del Índico.
¿Qué pasó?
Mónica y yo queríamos visitarlo y cuando pasó el tsunami nos decidimos. Con clientes y familiares, juntamos 50 kilos de medicamentos y ayudas y vimos la otra realidad. Ahora en Valencia murieron 230 personas y allí, en 2004, 230.000. En diez días vimos las vías del tren desplazadas un kilómetro adentro, los barcos encima de las vías, dos kilómetros tierra adentro no había nada.
Poco después empezaron con el hotel cerca del aeropuerto y los alojamientos rurales.
Un día me dio la locura, cogí el coche en Gijón y marché a cruzar todo el Sahara acompañando el último Dakar que hubo en África. Me desvié antes del final y acabé llegando al Golfo de Benín.
¿Cómo fue cruzar el Sahara en solitario?
Muy complicado porque no es por carretera, pero encontré gente que me ayudó, tuve suerte. Fueron nueve días en Land Rover sin experiencia, con una brújula subiendo durante tres días dunas, luego desierto de piedra viendo restos de coches entré en contacto con veintipico tribus de África, aprendí el protocolo de ver al jefe del poblado, hablaba en francés. Me marcaron los Dogón, en la frontera entre Mali y Burkina Faso. Viven en la falla de Bandiagara, son agricultores y transmiten sus tradiciones, que no conoce casi ningún occidental. Fueron 20.000 kilómetros de viaje, en solitario, dos meses, sabiendo lo que implica una avería en el desierto a 40 días andando de una ciudad. Nunca había estado tanto tiempo separado de mi mujer.
Alberto Campa Torres (Nava, 1967), criado en Siero en un ambiente rural y modesto, trabajó 25 años en Turismo y en 2011, con empresas en marcha, se convirtió en viajero. Ha dado tres vueltas al mundo. Está casado con Mónica Tranquilli , una viajera menos apasionada, y no tienen hijos.
¿Para qué sirve dar la vuelta al mundo? Usted dio tres distintas.
La primera en 2013. En invierno, en tren: Ucrania, Rusia, Siberia, Mongolia, Japón, Estados Unidos y Canadá con temperaturas de más de 30 bajo cero. Hice el transiberiano en un mes, lo que me dejaba el visado ruso. Viajaba por la noche, visitaba Kiev, Moscú, Kazan, Ekaterimburgo, Novosibirsk, Ulán-Udé por la mañana. En Mongolia dormí en las tiendas de los mongoles nómadas, con el ganado, como aquí, pero extremo. De noche los tapan con lonas porque si la temperatura baja a 40 o 45 bajo cero mueren congelados. Cuando ves algo malo aprendes que puede haber algo peor y agradeces ir y marchar.
Segunda vuelta al mundo.
Con mi mujer, en barco y cruzando todo el Pacífico. Salimos de Sidney, hasta Canadá, Costa Este y avión a Madrid. 35 días. No me gusta distinguir turista y viajero, porque todos somos uno y otro según el viaje que hagas y en qué época, pero fue una vuelta más turística.
Ahora viaja todo el mundo.
La minoría que viajaba en los 80 fue cambiando en los 90, en el nuevo siglo se abarató y el turismo se hizo de masas y ahora algo tiene que cambiar, porque es excesivo. Todo el mundo tiene derecho a viajar. Somos 7.000 y pico millones de personas en el mundo. Con que el 10% de China viaje son 150 millones de personas y otros tantos con que el 10% de India. Hay regulaciones que no me gustan, por ejemplo, el dinero. En Uganda vi los gorilas de montaña -quedan 600 en el mundo- tienes que sacar un permiso. Sacándolo por tu cuenta ahora ronda los mil dólares.
¿Tercera vuelta al mundo?
Hemisferio sur, visitando casi todos los países isleños: Taiwán, Palau, Micronesia muchos fueron españoles y quedaron en el olvido, como islas Marianas... Fueron tres meses volando a lugares sin transporte regular marítimo.
¿Cómo viaja?
Fui evolucionando a no programar casi nada. A las 9 de la noche no sé dónde voy a dormir, ni lo que voy a hacer al día siguiente. Tiene que ser barato. Duermo en hostales, casas de particulares, playas, aeropuertos. Aprendes a gestionar el tiempo, a viajar por las noches en autobuses, barcos, aviones y vivo el día intensamente desde las 5 de la mañana hasta las 11 de la noche.
¿El mundo es seguro?
En general, sí. El 99% de la gente es buena en todo el mundo, aunque te puedes tropezar con quien no. No me atracaron. Sé traducir el mundo y me equivoco muy poco, por las experiencias en tantos países y ciudades. Aminoro el riesgo: hace 15 años que no llevo reloj, visto de manera que paso desapercibido. Huyo de los conflictos armados, pero me pareció más seguro Afganistán que Pakistán y no quiero blanquear a nadie.
Usted ganó mucho dinero.
Siempre vivimos muy de clase media, porque estábamos más a gusto así. La infancia de austeridad no hace necesitar grandes cosas.
¿Qué ve de Aramil en el mundo?
La mayoría del mundo es rural, agrícola, ganadero y en África, Asia o Latinoamérica ves reflejado tu pueblín y su modo de vida: la mayoría de la gente se levanta con la única pretensión de ganarse un euro o un dólar para el día, no gasta en ropa ni alojamiento, come austeramente y tiene una casa muy sencilla que a veces tiene que volver a construir por accidentes. Vengo de Sudán del Sur, el país más nuevo de la Tierra, y los mundari viven como hace 1.000 años: los niños trabajan sacando el cucho con las manos, estimulan a las vacas para que den leche y las maman directamente, la gente mayor lleva esas vacas a pastar, viven todos allí, queman el estiércol, se acuestan en el suelo y aguantan la temporada de lluvia y la temporada de calor.
¿Va muy vacunado?
A veces sí; otras, no. Nunca pillé una malaria y estuve mucho en África. Te haces un superviviente en cada uno de los sitios sin ser de allí.
¿Lo más potente que vivió?
Muchísimos amaneceres en el desierto o en Siberia, muy diferentes. Este año estuve con los nénets, una tribu nómada que vive muy al norte, en el Mar de Kara: sobreviven a 40 bajo cero en tiendas, con 800 renos sin árboles ni pación. Aprendes que un reno escarba en la nieve, se alimenta de líquenes, da leche, pieles y, si lo matan, carne.
¿Vuelve alguna vez a un sitio?
Sí, me gusta . Hago amigos, pero no mantengo las relaciones por respeto, porque son mundos totalmente diferentes. No quiero que nagüen. Muchos te ven como una aspiración. Reencuentro viajeros con los que coincidí un día en Kiribati y otro en Eritrea.
¿Qué tal cree que le trató la vida?
Del uno al diez, once. Tuve la oportunidad y la suerte de hacer casi todo lo que quería. Tuve disgustos, pero en general me siento muy afortunado y volvería a escoger lo mismo. A veces es la actitud, las cosas hay que pelearlas y no todos tenemos el mismo carácter.
¿Nunca desfallece?
Llevo fuera de casa muchísimos años y tres terremotos -Nicaragua, Japón, Indonesia- accidentes de tráfico en África, donde hay muchos. Viajé en pateras y kayukos y en un trayecto entre islas en Timor Oriental pasé una noche a mar abierto, nubes, tormentas, toda la noche… Son viajes, pero no vas de vacaciones.
¿Es completar?
Después de 40 y pico años, me quedan 6 países, pero me gusta conocer regiones. Conozco todas las de Europa. San Marino es un país muy bonito que se puede ver en un día, pero la Antártida, Groenlandia, Taiwán, La Guayana son mucho más interesantes.
Con la edad viajar irá a menos.
Con una salud normal, la edad no es inconveniente. Antes cuando alguien se jubilaba a los 65 prácticamente acababa en una butaca viendo un partido, pero ahora viaja muchísima gente con 75 y 80 años. Hago menos noches de playa con mosquito y busco un hostalín de 8 euros. Tengo cumplidas todas mis aspiraciones viajeras, pero intento seguir conociendo.
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