Opinión

El partido se juega en otro campo, pero el gol nos lo meten en casa

Pedro Sánchez y Mittal

Pedro Sánchez y Mittal / LNE

Tan ingenuo es creer que el presidente del Principado, Adrián Barbón, podría resolver con su viaje a Estrasburgo algo sobre las incertidumbres para la siderurgia europea, como malicioso creer que la decisión que tomará Arcelor de trasladar a la India sus servicios auxiliares supone un fracaso de la visita europea del líder socialista asturiano. Este partido se juega en otro campo, pero tengan por seguro que los goles nos los meterán en casa.

Ya iba Barbón con la mosca detrás de la oreja, porque en el Ejecutivo asturiano se barruntaban malas noticias esta misma semana, cuando ya el Presidente había cerrado la agenda de un viaje previsto con varias semanas de antelación y que pretendía ser un hito singular para un dirigente poco dado a desplazarse, menos en avión.

También resulta simplista atribuir a la guerra arancelaria de Trump los movimientos que adopte la multinacional siderúrgica, aunque sin duda actuarán como catalizador de decisiones ya valoradas hace tiempo en los despachos de la empresa de la familia Mittal, que ha demostrado desde hace años una enorme capacidad para poner cara de póker mientras el resto trataba de adivinar sus intenciones.

La última esperanza estuvo en el encuentro celebrado en Davos entre el presidente del Gobierno Pedro Sánchez y los Mittal. Considerada ya la inversión en la planta de DRI de Gijón como un imposible, Sánchez, asesorado desde Asturias, apostó al menos por la electrificación de la acería de Avilés. Pero no se alcanzaron los objetivos que el director de la Oficina de Asuntos Económicos, Manuel de la Rocha, llevaba bien remarcados en sus notas durante la reunión.

El anuncio de ayer, en cierto modo, supone un baño de realidad tras cuatro años y medio de espejismo y regateo. En julio de 2021, cuando Pedro Sánchez y Aditya Mittal se chocaron los puños como saludo en un clima pandémico, las mascarillas impedían ver la franqueza de las sonrisas. Fue en la factoría de Gijón donde los dueños de la multinacional presentaron al Gobierno español una "hoja de ruta" de descarbonización que cuatro años después ha quedado en papel mojado. Aquel anuncio de una inversión de 1.000 millones de euros en España para descarbonizar el proceso siderúrgico en Asturias, cuya letra pequeña ya conllevaba la exigencia de que la mitad fuese subvencionada, encendió los ánimos en el Gobierno regional, que daba por exitosa la legislatura, sumándole aquella tan ensalzada "respuesta asturiana" al coronavirus. El optimismo puede ser en ocasiones un patógeno que inmoviliza.

Es cierto que Europa y el Gobierno español hicieron sus deberes, y también parece que todas aquellas trabas que podrían ahuyentar a los Mittal no lo eran tanto. Las decisiones de las grandes corporaciones no se toman con la sencillez con que se regatea un acuerdo en los negocios locales, sino que obedecen a factores tan volátiles como impredecibles.

Ahora constatamos que el hidrógeno es un gas altamente inflamable y del que estaban hechos unos sueños verdes y descarbonizados en un mundo perfecto, en el que las leyes de la termodinámica podían sortearse.

Ya entonces, cuando se anunciaba para este 2025 la entrada en servicio tanto de la evaporada planta de DRI como del horno eléctrico (en construcción que se espera para el año que viene) se advertía del riesgo que supondría un fracaso en los planes que dejase a la siderúrgica asturiana con menos capacidad productiva y unas instalaciones sujetas a interrupción y sensibles a deslocalizaciones. El futuro es ahora y toca capearlo. Y no parece que despunten tiempos mejores en el horizonte.

Otros jugarán sus pachangas en otros campos, y aquí, desde la grada, nos bastará, como mucho, con no recibir el balonazo en plena cara.

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