¿Y si llegara otra pandemia? Las respuestas de doce expertos asturianos formados en el covid-19
Los asturianos que lucharon frente al virus de origen chino que puso al mundo contra las cuerdas hace cinco años recomiendan optimizar los sistemas de información, alentar la colaboración entre disciplinas diversas y extremar el cuidado de las personas mayores

¿Y si llegara otra pandemia? Las respuestas de doce expertos formados en el covid-19 / LNE
Cinco años se cumplen del inicio de la pandemia de covid-19, la mayor crisis sanitaria mundial del último siglo. El 11 de marzo de 2020 fallecía la primera víctima asturiana del covid-19, el religioso salesiano Avelino Uña Gutiérrez, profesor del colegio Fundación Masaveu, de Oviedo. Tres días después, el 14 de marzo, entró en vigor un estado de alarma que estuvo vigente en todo el territorio nacional hasta el 21 de junio. El virus de origen chino SARS-CoV-2 nos encerró en nuestras casas y puso al mundo entero contra las cuerdas. Entre el inicio de la pandemia y junio de 2023, en Asturias se contabilizaron 269.450 casos de covid-19 y 3.536 muertos. ¿Qué lecciones ha dejado el coronavirus que pudieran aplicarse si se repitiera un escenario pandémico similar? LA NUEVA ESPAÑA ha formulado esta pregunta a once expertos que combatieron al virus desde la primera línea. En sus respuestas, destacan aspectos técnicos, como la importancia de optimizar las herramientas de información, y otros más humanos, como la necesidad de potenciar el trabajo colaborativo entre profesionales de diversas disciplinas y, en particular, de extremar el cuidado de las personas mayores y articular fórmulas de acompañamiento de los enfermos en los momentos finales de sus vidas.
"Dudo de cómo la sociedad asumirá las terapias en un futuro"
Esta es una historia que puedo contar en primera persona. El 5 de enero de 2020 intercambiamos un breve correo electrónico entre unos pocos directores de una compañía farmacéutica en San Francisco: "Hay un virus preocupante en Wuhan, China; quizás deberíamos hacer algo". Unos meses más tarde, realizábamos los primeros estudios en humanos con uno de los medicamentos que serían utilizados para tratar a los pacientes con covid-19. No fue fácil. Si el virus entraba en el laboratorio, el desarrollo del fármaco se interrumpiría. Algunos de mis colegas vivían en un hotel, aislados de todos, para poder seguir trabajando. Al mismo tiempo, los pasos para evaluar el medicamento y alcanzar la certificación para el mercado se facilitaron enormemente. Afortunadamente, los medicamentos y vacunas para el covid-19 se descubrieron, evaluaron y aprobaron en tiempo récord inédito. Solamente en 2020 se destinaron unos 100.000 millones de euros en el mundo para crear vacunas y medicamentos eficaces.
Rápidamente, 30 fármacos y vacunas fueron puestos al servicio de los sistemas de salud. Muchos más fueron evaluados. Algunos avanzaron a través de lo que se denomina "reutilización" (por ejemplo, la dexametasona, un potente corticoide antiinflamatorio). Otros fueron rescatados de antiguos proyectos (por ejemplo, remdesivir, creado en 2014 para el ébola). Pero otros fueron descubrimientos absolutamente nuevos (por ejemplo, anticuerpos monoclonales). Igualmente, algunas vacunas se desarrollaron con tecnologías conocidas, pero también se crearon por una tecnología (ARN mensajero) absolutamente innovadora y merecedora del "Nobel" en 2023. Hubo también abundancia de charlatanería. Las conspiraciones y la identificación con pensamientos políticos crearon ruido de fondo y limitaron el uso adecuado de tratamientos y vacunas.
¿Que aprendimos? Que la humanidad es capaz de responder a una amenaza con una fuerza inesperada, que es capaz de generar los fondos y la coordinación para crear fármacos y vacunas. Pero también aprendimos que es difícil crear una narrativa social homogénea y duradera. Cuando pienso en una posible pandemia futura, tengo mucha confianza en nuestra capacidad de innovación; pero ahora tengo dudas sobre cómo la sociedad asumirá esos tratamientos en un futuro.
"Necesitamos mensajes claros frente al exceso de información"
En el primer año de pandemia, se padeció dolor, sufrimiento, pero sentimos, sobre todo, incertidumbre al oír a los responsables que "no íbamos a padecer más de uno o dos casos", y a las pocas semanas había más de cien fallecidos al día. Los profesionales lo vivimos con mucha ansiedad por falta de información y de material de protección.
A lo largo de la escala evolutiva del hombre han aparecido epidemias, pero, en el caso del covid-19, no estábamos preparados para lo que luego sucedió. La pandemia demostró que tenemos un sistema nacional de salud con muchas carencias, muchas listas de espera en una población envejecida y, a veces, colapso en Atención Primaria, que está sobrecargada y tensionada. También aprendimos que hay comunidades autónomas peores que la nuestra.
En la Atención Primaria vivimos situaciones de enorme impacto psicológico, especialmente en ancianos y en adolescentes. En las primeras ondas hubo enfermos aislados, tanto en hospitales como en geriátricos, que fallecieron y sus familiares y seres queridos no pudieron despedirse en persona. Algunos de estos familiares aún hoy no han superado las pérdidas de padres y abuelos.
El exceso de información puede ser perjudicial. Por eso necesitamos dar mensajes claros y sencillos. Por ejemplo, lavado de manos, higiene y, si un paciente padece enfermedad infecciosa respiratoria, debe ponerse mascarilla FFP2 en centros sanitarios o lugares cerrados, para limitar la dispersión. En caso de epidemia, respetar el distanciamiento social, llevar a cabo hábitos de vida más saludables, cuidar de nuestros mayores. Es decir, hacer hincapié en medidas preventivas.
Unas de las secuelas que estamos viendo en nuestras consultas de Atención Primaria son las personas que sufren un proceso postcovid, long covid o covid persistente. Personas que en su inicio fueron infradiagnosticadas. Algunas de ellas siguen presentando síntomas con limitaciones de sus funciones normales y una falta de recuperación total, a pesar de haber transcurrido meses o años. Son personas que necesitan solidaridad y el sentimiento de compasión, aparte de un diagnóstico y un tratamiento para paliar su enfermedad.
"Debemos huir de remedios milagrosos sin base científica"
La avalancha de personas enfermas que sobrevino durante la pandemia por coronavirus hizo que las unidades de cuidados intensivos (UCI) de todo el mundo se vieran inmersas en una compleja situación de escasez de recursos ante la demanda; incertidumbre sobre la mejor forma de tratar a estos pacientes; y la tensión y el miedo a las consecuencias a escala mundial.
Lo primero que aprendimos fue la solidez de los principios sobre los que descansa la Medicina Intensiva. En ausencia de un tratamiento eficaz conocido, la mejor actitud terapéutica siempre es intentar mantener las funciones básicas del organismo, como una situación respiratoria y circulatoria adecuadas, haciendo el menor daño posible y evitando los tratamientos innecesarios. No siempre podremos curar una enfermedad, pero siempre podremos cuidar al paciente. Esto implica disponer de personas, equipos entrenados y tecnología para afrontar estas necesidades en cuidados, con una organización eficiente y capaz de responder en casos de emergencia con la necesaria rapidez.
El miedo a la nueva situación que supuso la pandemia hizo que se propusieran y ensayaran tratamientos a todas luces irracionales e ineficaces, cuyos efectos no eran los esperados en los pacientes. Esta es la segunda enseñanza: incluso en situaciones desesperadas, deben ser las estrategias científicas las que guíen la conducta a seguir. Como corolario, debemos aprender a huir de los que proponen remedios milagrosos sin base científica o basados únicamente en el argumento de autoridad.
De esta reflexión se desprende que la sociedad debe tener una infraestructura científica que conecte rápidamente la práctica clínica con la vanguardia de la investigación, que, a su vez, debe estar dispuesta a dar respuestas a las necesidades de los pacientes. Esta infraestructura, ya compleja de por sí, debe estar coordinada a través de redes nacionales e internacionales que permitan recolectar grandes cantidades de datos en poco tiempo, porque, y aquí viene la tercera lección aprendida, los desafíos a los que nos enfrentamos son de escala planetaria. En un mundo global, y parafraseando el lema de la mariposa, si alguien estornuda en la otra parte del mundo, tarde o temprano, nos llegará el catarro.
"Los sistemas de información aún no se han modernizado"
La vigilancia de las enfermedades infecciosas con capacidad de contagio, denominada Vigilancia Epidemiológica (VE), se constituyó como una función básica de la salud pública durante el siglo XX. En España, el sistema se modernizó y se adaptó a la estructura territorial en 1995, como una red coordinada. La cuestión es que, 30 años después, este sistema se ha mantenido con la misma estructura y un soporte tecnológico variable entre las comunidades autónomas, pero bastante precario en algunas como Asturias. La pandemia de covid-19 supuso el desbordamiento completo del sistema.
Como consecuencia, fuimos aprendiendo la importancia fundamental de disponer de sistemas de información ágiles y modernos, que permitan una captura y depuración automática de los datos, y un análisis guiado que convierta los datos en información oportuna para la toma de decisiones.
Otras enseñanza básica fue la necesidad de la coordinación nacional, tanto para los sistemas de información como, sobre todo, para analizar la información y proponer medidas técnicas de control a los decisores. Esta necesidad de coordinación ya se había manifestado en la Ley General de Salud Pública de 2011, en la que se establecía la creación de una Agencia Estatal de Salud Pública.
También aprendimos, y vivimos en carne propia, que el uso de medidas clásicas de control de epidemias (aislamientos y cuarentenas) y de higiene respiratoria (mascarillas) puede ser necesario cuando no tienes otras herramientas, pero no puede mantenerse en el tiempo por las disrupciones sociales que se generan.
Además, y bastante en relación con lo anterior, también aprendimos (y sufrimos) la necesidad de disponer de una normativa clara que evite que algunas medidas restrictivas acaben en los tribunales, y que según el tribunal, las decisiones puedan ser contradictorias.
Muchas cosas aprendidas, pero cinco años después, los sistemas de información no se han modernizado y la VE cada vez tiene menos personal, la normativa para crear la Agencia Estatal de Salud Pública sigue estancada en el Congreso, y parece que el Ministerio está trabajando en una nueva normativa para las actuaciones en situaciones de alerta grave de salud, pero aún no se dispone de una propuesta concreta.
"Vimos la relevancia de coordinarnos con los servicios clínicos"
El SARS-CoV-2 confirmó la importancia de las infecciones virales, la gravedad que pueden alcanzar y la necesidad de realizar un diagnóstico rápido y específico.
En el laboratorio de Microbiología/Virología del HUCA, se tuvo que reestructurar todo el sistema de trabajo, desde la recepción de las muestras hasta la emisión de informes, para dar respuesta las 24 horas, los 7 días de la semana y en no más de 6-8 horas, a la demanda creciente que se produjo. El 13 de noviembre de 2020 se procesaron cerca de 5.000 muestras (para ser exactos 4.986) cuando estábamos acostumbrados a unas 400 diarias.
Por otra parte, comprendimos la trascendencia de salir del laboratorio y coordinarnos con los distintos servicios clínicos y epidemiológicos para controlar mejor la pandemia. Desde nuestro punto de vista, ese fue uno de los puntos cruciales del "éxito" del control de la infección cuando España sufría la primera ola epidémica. Fuimos la única comunidad que en junio no registró ningún caso durante tres semanas seguidas y se comprobó la baja circulación del virus en el primer estudio de inmunidad que se llevó a cabo en el Estado, donde Asturias mostraba la mitad de individuos infectados con respecto al resto.
Aplicando los conocimientos y la trayectoria de la sección, se tuvo que agudizar el ingenio para desarrollar métodos de diagnóstico rápidos y de fácil aplicación. Con ello pudimos eludir la escasez de reactivos y material que afectaba al resto del país.
Finalmente, se aplicaron las técnicas genómicas más avanzadas (secuenciación masiva) para caracterizar correctamente el virus en cada momento. Técnicas laboriosas que se incluyeron en la rutina del laboratorio. Con esta metodología, como virólogos, fuimos testigos de la evolución permanente de un virus que llegó causando estragos en cualquier individuo y que ahora se comporta como otras infecciones virales, donde puede ser grave en huéspedes o individuos concretos.
Todas estas actuaciones, la aplicación y desarrollo de nuevas técnicas diagnósticas, la investigación de la evolución de la infección viral, la respuesta 24/7 y el contacto continuo con nuestros compañeros clínicos y epidemiológicos siguen siendo una característica intrínseca del laboratorio de Virología/Microbiología del HUCA.
"Se necesita un sistema de acompañamiento a enfermos en fase final"
Nos hemos olvidado muy pronto del reto que supuso enfrentarnos a aquella terrible pandemia. Sin embargo, creo que hemos aprendido algunas lecciones que nos permitirán afrontar con mayor garantía retos similares en el futuro.
Desde el punto de vista de la hospitalización, por ejemplo, hemos aprendido la gran importancia que tiene la colaboración entre estamentos y especialidades. Recuerdo que las reuniones multidisciplinares dirigidas por la Dirección del Hospital (Dirección Médica y de Enfermería), permitieron organizar mucho mejor la actividad de aquellos días, compartiendo conocimientos y puntos de vista, y planteando soluciones sobre los recursos necesarios. Esta colaboración nos llevó a un sentimiento de unión de gran importancia ante una catástrofe sanitaria de esta naturaleza.
También aprendimos el gran valor de las medidas de higiene, desde el lavado de manos al uso de mascarillas en situaciones de riesgo (no es infrecuente ahora que los pacientes más vulnerables acudan al centro sanitario portando mascarilla), así como una mayor concienciación de la importancia de las vacunas.
Como neumólogos, se han potenciado las unidades de cuidados respiratorios intermedios (UCRI) en todo el país, y nosotros hemos tenido la suerte de que la Administración nos haya dotado de una unidad de cuidados intermedios que consta de 10 camas monitorizadas, con personal médico de Neumología y enfermería específicos, lo que permitiría en el futuro afrontar el soporte respiratorio en la planta de hospitalización con mayores garantías. Hemos avanzado, también, en los estudios genéticos, determinando genes que predisponen a una mayor gravedad.
Finalmente, entre los retos futuros, destacaría dos: por una parte, mejorar los sistemas de información a la sociedad; por otra, tratar de articular un sistema de acompañamiento familiar, fundamentalmente en las fases finales de la vida.
Para terminar, creo que todos debemos de ser conscientes de que sin la sanidad pública no hubiera sido posible afrontar todos los retos que la pandemia supuso. Por tanto, considero imprescindible protegerla, respetarla y dotarla de los recursos suficientes que nos permitan afrontar otros retos similares.
"El liderazgo y la capacidad de adaptación son claves"
En Transinsa, empresa dedicada al transporte sanitario, fueron varios los factores que hicieron posible una respuesta fiable y de calidad al exigente reto que supuso la pandemia.
En primer lugar, el liderazgo, dentro del cual hay que destacar el compromiso tanto de la dirección como de los miembros del consejo de administración, que se pusieron al frente, dando un vivo ejemplo de lealtad a la profesión de técnico de transporte sanitario.
Aparte del liderazgo, hubo otro hecho diferenciador: la formación. En este ámbito, tuvimos la suerte de contar en nuestras filas como directora general a la doctora Begoña Martínez Argüelles, especialista en salud pública. Gran parte de nuestro acierto fue la anticipación, cuando saltaron los primeros casos en Europa. Asimismo, quiero poner en valor la capacidad de adaptación de toda la organización, dado que los protocolos cambiaban de una hora para otra.
En Asturias, el primer traslado de un caso de sospecha covid data del 24 de febrero de 2020. Desde ese traslado hasta el 12 de febrero de 2021, las ambulancias asturianas realizaron un total de 19.570 traslados. En julio de 2020, Transinsa obtuvo el certificado de protocolos de actuación frente al covid-19, emitido por Aenor.
Hay un hilo conductor que en Transinsa llevamos años trabajando: la humanización. Nuestros técnicos desplegaron en esos momentos de caos sus mejores cualidades y demostraron su pleno compromiso y profesionalidad, arropando a los pacientes que, en la mayoría de los casos, estaban solos, aislados, en sus domicilios. Fueron incontables las muestras de agradecimiento que recibimos por ello. Cómo no recordar las caravanas que nuestros profesionales realizaron, de forma voluntaria, después de su jornada laboral: solo queríamos transmitir a la sociedad: "Tranquilos, estamos aquí y os vamos a cuidar".
¿Y nosotros qué aprendimos? Que el liderazgo, el compromiso, la capacidad de adaptación, la formación, la calidad, la humanización y la agilidad en la actualización de procesos, unidos a una transformación digital, son claves para afrontar cualquier reto previsible e imprevisible al que debamos de hacer frente.
"Es fundamental el apoyo emocional dentro del centro"
El ámbito de las residencias de mayores ha sido la prueba de fuego: una población vulnerable con múltiples patologías que necesita cuidados y, por lo tanto, contacto estrecho con sus cuidadores. Actividades comunes, zonas compartidas, personal que entra y sale, visitas… Todos ellos son factores de riesgo ante la inesperada aparición y propagación del nuevo coronavirus (SARS-CoV-2).
En la Residencia Mixta de Gijón, las primeras medidas preventivas que se tomaron fueron instalar puntos de higiene y asepsia en el centro, e informar a residentes, familiares y personal, siguiendo las indicaciones que recibíamos desde el ERA (Establecimientos Residenciales para Ancianos). Suprimimos las zonas comunes y, más adelante, se cierra el centro a visitas e ingresos. Establecimos un sistema de llamadas y videollamadas entre residentes y familiares. Elaboramos el primer plan de contingencia la primera semana de marzo contemplando, entre otras cosas, la sectorización del centro, habilitando una zona para casos sospechosos y otra para casos positivos en una misma planta, aislada del resto del edificio, con entrada y salida solo para esa zona y personal exclusivo. También se sectorizó la atención, es decir, se minimizaron los contactos entre profesionales y residentes y se hicieron planteamientos organizativos más seguros manteniendo el personal mínimo esencial para evitar ser vectores de transmisión del virus.
Aplicamos con rigor los protocolos en constante actualización. Pusimos a prueba la capacidad de la coordinación sociosanitaria y nos familiarizamos con sistemas de trabajo antes desconocidos.
Todo esto lo hemos aprendido con la presión del temor a los contagios y los incesantes test PCR que nos mantenían en vilo. Pero es cierto que hay cuestiones que mejorar si algo así volviese a suceder: una visión integral que facilite el manejo no solo de la epidemia, sino de todas las necesidades de las personas (residentes, familiares y trabajadores). Es fundamental el apoyo psicológico y emocional dentro del centro establecer cauces de comunicación fluida con los familiares, garantizar un sistema seguro para la realización de visitas presenciales, la formación a los profesionales y la dotación de medios materiales adecuados.
"El mando único para las crisis sigue en espera"
Dos de los motores de avance de la Humanidad han sido las guerras y el aprendizaje a partir de los errores. Cinco años después de la pandemia por covid-19 deberíamos tener elementos objetivos que confirmasen que hemos aprendido lo suficiente para no repetir errores.
Deberíamos poder ofrecer a la sociedad una respuesta afirmativa a la pregunta ¿estamos en mejores condiciones que en marzo de 2020 para afrontar una hipotética nueva pandemia? Pero no es así, al menos en aspectos que en aquellas fechas nos parecieron determinantes, como la existencia de registros de salud pública en el marco de un gran centro de datos estatal. Pero, sin duda, habiéndose considerado entonces como prioridad de primer nivel el disponer de una Agencia Estatal de Salud Pública, la realidad es que la creación de este organismo vegeta en su tránsito parlamentario, sin que en este momento exista certeza sobre su aprobación y, menos aún, sobre su configuración y competencias.
De las recomendaciones sobre la gobernanza, como avanzar en transparencia, participación o sostenibilidad, poco o nada sabemos, como tampoco sabemos de la dotación a los centros públicos de capacidades para la gestión operativa de su presupuesto, su personal, sus compras y sus contratos.
Para lo bueno y para lo malo, el Sistema Nacional de Salud sigue en el mismo lugar que hace cinco años. Aquellos aspectos de gestión y gobernanza que parecieron determinantes siguen pendientes, especialmente los que exijan una respuesta única y coordinada para el conjunto del Estado: el mando único para las crisis sigue en espera.
Lo más tranquilizador es saber que la capacidad de adaptación y respuesta de los profesionales sigue siendo el gran activo del sistema y volverá a ser nuestra mejor arma en caso de crisis. Profesionales y directivos sí que han aprendido a responder a la crisis, como lo demostraron según avanzaban las nuevas olas pandémicas. Queda por resolver que la atención a las personas más vulnerables y a sus familias, que la gestión de los momentos previos al duelo, pasen a formar parte de las mejores prácticas profesionales y no vuelvan a morir en soledad tantas personas como entonces.
"El mayor aprendizaje es la importancia del trabajo en equipo"
Durante la pandemia, se agudizaron las principales características de una unidad de urgencias hospitalarias. Nuestro servicio está acostumbrado a lidiar con situaciones difíciles, a los cambios continuos, pero todo ello se vio hipertrofiado por la situación vivida, por la incertidumbre que generaba una enfermedad desconocida y muy transmisible.
Aprendimos a vivir con esa incertidumbre y a reaccionar rápidamente a todos los cambios organizativos, de tratamientos y todo lo que nos pudiera surgir. También la pandemia puso en relieve la importancia del trabajo en equipo, desde la limpieza de los boxes, a los celadores, auxiliares, enfermería, médicos adjuntos y residentes o personal administrativo y de seguridad y al trabajo codo con codo con otros servicios hospitalarios... Pero también con otros dispositivos externos, como fue el control de los contactos con los centros sociosanitarios.
Fue momento de ingenio y decisiones rápidas, como comenzar con la toma de muestras a domicilio en un inicio para pasar a hacer los muestreos en las residencias, o la creación del famoso autocovid para la toma masiva de muestras y que más tarde también se utilizaría para las vacunaciones masivas.
Los inicios del autocovid se hicieron con la inestimable colaboración de las fuerzas armadas, sobre todo el personal del Regimiento Príncipe número 3, que nos enseñaron una forma de trabajo estructurada, lo que supuso una experiencia realmente enriquecedora.
Desde el principio, todo el personal del servicio de urgencias plantó cara a la pandemia, y trabajó y luchó contra la infección. Estas situaciones ponen a cada uno en el lugar que le corresponde y, al final, la respuesta fue muy positiva, teniendo en cuenta la incertidumbre con la que se trabajaba y sin dejar de lado que todos tenemos familia a la que no queríamos contagiar.
Probablemente, el mayor aprendizaje es la importancia del trabajo en equipo, de forma multidisciplinar y huyendo de egos muy propios de la sociedad actual. La pandemia supuso el mejor ejemplo que el trabajo de todos los actores implicados es de gran importancia, y que exige la profesionalidad de cada uno en su ámbito, pero de forma coordinada con el resto.
"Es clave compartir mucha información con muchos colectivos"
¿Qué hemos aprendido en el ámbito del rastreo? Muchas cosas. Y si se diera un escenario similar, nuestra respuesta sería, sin duda, más eficaz gracias a tantos aprendizajes que cuesta resumir. Quizás el primero es perder el miedo a una tarea desconocida: rastrear, además, a un virus desconocido.
Se trataba de identificar brotes y aislar los casos y sus contactos para cortar cadenas de transmisión, explicando a cada persona cómo debía hacerlo. Aprendimos a enfrentarnos a ese escenario incierto y cambiante sin ser epidemiólogos. Un gran salto cualitativo fue definir el papel de los escasos médicos y enfermeros en la organización, e incorporar dos grandes perfiles profesionales que realizaron un gran papel muy ligado a sus competencias, los trabajadores sociales y los militares, trabajando con civiles en idénticas funciones y con los mismos medios.
También aprendimos a adaptar herramientas informáticas internacionales, ya que no daba tiempo a crearlas, y cumplieron perfectamente su función. Indudablemente, el confinamiento nos hizo desarrollar nuevas formas de trabajo que nos permitieran interactuar sin estar físicamente en el mismo espacio, y ese aprendizaje ha llegado para quedarse: el teletrabajo, las videoconferencias, las reuniones diarias del equipo supervisor y semanales con todos los rastreadores...
Tejimos redes entre hospitales del Sespa y compartimos descargas de resultados de miles de pruebas PCR. El rastreo general se coordinó con rastreos específicos de residencias de mayores, de empresas y del ámbito escolar, compartiendo mucha información con numerosos colectivos. Resultó clave apoyarse en el sector sociosanitario para confinar a personas sin soporte familiar, y trabajar con la Delegación del Gobierno y las Fuerzas de Seguridad.
En resumen, aprendimos mucho porque la experiencia fue muy larga, dura y compleja, y es en ese escenario donde el ser humano adquiere los mayores aprendizajes. Seguro que, en una hipotética pandemia futura, la experiencia adquirida nos hará ser no solo más eficientes, sino empezar desde un par de peldaños más arriba la fatigosa escalada hasta vencer al virus.
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