Mario Vargas Llosa, una feliz relación con Asturias: el escritor presumía de tener orígenes en el Principado
El premio Nobel, que visitó la región en varias ocasiones, es considerado por autores y estudiosos "un gigante" , "un obrero de la palabra" y "un testigo fundamental de la época"

Vargas Llosa recibe de manos del Príncipe Felipe el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1986 / LNE

Mario Vargas Llosa aterrizó en Asturias en noviembre de 1986 para recoger el "Príncipe de Asturias" de las Letras. En las páginas de "La Regenta", la novela de Clarín por la que confesaba rendida admiración, el premio Nobel conoció el paisaje de una región a la que en su discurso, en la ceremonia de entrega en el Campoamor, que por primera vez presidía Felipe de Borbón, se refirió como "un símbolo en la historia de Occidente de amor a la soberanía y la libertad". Vargas Llosa habló entonces de estrechar vínculos entre las dos orillas atlánticas y acabó su discurso muy poéticamente: "Hispanidad rima con modernidad, con civilidad y, ante todo, con libertad".
Dos años antes el escritor había viajado a Oviedo para formar parte del jurado del mismo premio. Aquella primera vez aprovechó para recorrer los escenarios de "La Regenta" acompañado por el escritor Jorge Semprún y el catedrático de la Universidad asturiana José María Martínez Cachero, gran conocedor de la obra de Clarín.
No hay dos sin tres y en diciembre de 1993 Vargas Llosa regresó a Oviedo para pronunciar una conferencia en un Campoamor abarrotado de gente, invitado por el Campus Internacional "Ciudad de Oviedo", un foro cultural promovido por la Universidad y el Ayuntamiento de Oviedo, con el patrocinio de LA NUEVA ESPAÑA.
Hubo más reencuentros, uno también multitudinario cuando en 2005 respondió a la llamada de la Cátedra Emilio Alarcos. La escritora Carmen Bobes y la directora de la Cátedra, Josefina Martínez, presentaron su conferencia en el edificio histórico de la Universidad y las colas para asistir a ella, a lo largo de la calle San Francisco, fueron memorables.
En 2016, cuando ingresó en el Cuerpo de la Nobleza de Asturias, Mario Vargas Llosa aseguró tener "origen asturiano por parte de madre" y aún volvería después a Oviedo, en 2018, para asistir a la ceremonia de entrega de los premios "Princesa de Asturias" acompañado por su mediática pareja de entonces, Isabel Preysler.
En cada una de sus visitas a Asturias Mario Vargas Llosa dejaba nuevos amigos. Graciano García, director emérito de la Fundación "Princesa de Asturias" e impulsor de los premios, no duda en referirse a él así: "Mi amigo Mario Vargas Llosa". "Fue jurado de los premios y premiado. Apoyó desde el primer momento, con una preciosa carta, la idea de la creación de nuestro histórico proyecto Asturias, Capital Mundial de la Poesía" y en su recuerdo quedará siempre ligado a "una inmensa gratitud y tristeza" por su pérdida.
Josefina Martínez habla de Mario Vargas Llosa como de un hombre inteligente y cautivador. "Era devoto de Flaubert", comenta, y cuenta que regresaba siempre feliz a Asturias. "Era extraordinario como escritor, atractivo y simpático. Sabía que gustaba y se dejaba querer. Se ha ido una de las figuras más importantes en lengua española. Era un obrero de la palabra, trabaja sus horas y no permitía que nadie lo interrumpiera. Muy trabajador. Era un gran fabulador, un ensayista finísimo, un cronista de la utopía, como dramaturgo menos conocido, pero muy bueno también. Y era un filólogo, que manejaba muy bien la palabra", le reconoce Josefina Martínez.
El escritor gijonés Ricardo Menéndez Salmón afirma que "con la muerte de Vargas Llosa se cierra una página de la historia de la literatura del siglo XX: era el único representante vivo de lo que se llamó el boom de la literatura latinoamericana, con él se cierra un ciclo histórico irrepetible". Menéndez Salmón lo describe como "un escritor prodigioso, el mejor con mucha distancia de los otros de ese grupo. ‘La ciudad y los perros’, ‘Conversación en La Catedral’ son irrepetibles, tiene 15 o 20 años irrepetibles". Elogia, además, su "parte pedagógica" y cita sus ensayos sobre Flaubert y Onetti. En definitiva, Ricardo Menéndez Salmón, lo considera "un escritor sin tacha, indiscutible, coherente. Un gigante. Hay que leerlo, es ineludible hacerlo".
El allerano Fulgencio Argüelles, también compañero de letras, reconoce haber leído mucho a Vargas Llosa en su juventud. "Algunas obras suyas han permanecido siempre en mi memoria. La primera que leí fue ‘La guerra del fin del mundo’, que nadie suele citar, me impactó muchísimo y seguramente tiene algo que ver con que yo me dedique a la escritura". "A nivel literario era uno de los grandes, el último de aquel gran grupo de escritores latinoamericanos, lo que no quiere decir que la literatura latinoamericana no haya seguido su camino después de él", reflexiona.
La periodista y novelista candasina María Teresa Álvarez confiesa que no es "gran lectora" de Vargas Llosa, pero sí lo suficiente para poder decir de él que es "un gran escritor". "La tía Julia y el escribidor" fue uno de los primeros libros suyos que leyó, pero comenta que el que más le gustó fue "La fiesta del Chivo", le interesó, dice, por su "mezcla de elementos ficticios y reales". María Teresa Álvarez repara también en la intensidad de la biografía del autor peruano: "Tuvo una vida que supera a sus novelas".
La escritora gijonesa Pilar Sánchez Vicente no es demasiado complaciente con Vargas Llosa y opina de él que "de vieyu perdiolo todo: escribe muy bien, tiene obras magníficas, lo tenía en consideración hasta que el autor se comió la obra".
María Esther García, presidenta de la Asociación de Escritores de Asturias, es más benévola: "Se nos fue una de las grandes escritores hispanoamericanos". "Vargas Llosa no morirá del todo", afirma, porque "nos deja como herencia su extensa, diversa y polifacética obra".
Fernando Beltrán, poeta y narrador ovetense, asegura que la lectura de "La casa verde" y "La tía Julia y el escribidor" "condicionaron" su vida como escritor. Cuenta que con 17 años se lo tropezó en un VIPS en Madrid y el escritor, que le expresó su admiración, le invitó a sentarse con él un rato. Volvería a coincidir con él más adelante, la última vez en los cines Renoir, donde lo vio llegar con su bastón. "Fue una emoción", reconoce.
Eduardo San José, profesor de literatura hispanoamericana de la Universidad de Oviedo, sostiene que "con Vargas Llosa muere el siglo XX en el mundo en lengua española. Ha sido un testigo fundamental de la época y el último gran depositario de un legado que luchó por conservar: el de la capacidad humana de asombro y de indignación. Su literatura avisa de que, si perdemos esa extrañeza, si nos abandonamos a la costumbre y al cinismo, desaparecemos como civilización, y quizá estamos acostumbrándonos peligrosamente a la inhumanidad". "Su obra y su vida son un aviso contra la resignación. Quizá esa es su seña de identidad frente al realismo mágico: este, pese a su aparente extrañeza ante las cosas, se complacía oscuramente en que estas pudieran ser así y solamente así", concluye.
Mario Vargas Llosa, que tanto admiraba "La Regenta" de Clarín, supo descubrir y disfrutar también de los valores literarios de la obra de otra autora asturiana, la gijonesa Corín Tellado, a la que en su día reivindicó: "Corín Tellado, con esas novelitas ligeras, daba a sus lectoras esa ración de fantasía e irracionalidad sin la que no podemos vivir".
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