Entrevista | Mario Margolles Exjefe de Vigilancia Epidemiológica de la Consejería de Salud del Principado

"En el covid recibí 20 llamadas de residencias en una noche por desesperación"

"En cáncer y enfermedades respiratorias y cardiocirculatorias, tenemos un problema de mortalidad y morbilidad"

Mario Margolles, acaba de jubilarse como jefe del servicio de Vigilancia Epidemiológica de Asturias

Mario Margolles, acaba de jubilarse como jefe del servicio de Vigilancia Epidemiológica de Asturias / Miki López

Pablo Álvarez

Pablo Álvarez

Mario Juan Margolles Martins (Gijón, 1959) acaba de jubilarse. Nacido en una familia originaria de Borines (Piloña), es licenciado en Medicina por la Universidad de Oviedo, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública, licenciado en Antropología, máster en Salud Pública por la Universidad de Lovaina y especialista universitario en Gestión y Logística Sanitaria por la Universidad de Oviedo. Funcionario del Principado, ocupó diversos cargos en la Administración autonómica, el último de ellos jefe del servicio de Vigilancia Epidemiológica. También fue director general de Innovación Sanitaria.

¿Cómo van las primeras semanas de jubilación?

Excelentemente. Después de un tiempo de gran actividad, especialmente en la campaña gripal, el descanso se agradece y permite dedicarse a aquello que a uno le satisface más en lo personal.

¿Por qué quiso ser médico?

Al proceder de una zona rural, conviví mucho con animales y mi anhelo fue ser veterinario, pero había que ir a estudiar a León, y en mi familia no había muchos posibles. Opté por ser médico.

¿Cómo le fue?

Para poder estudiar, incluso aunque fuese en Oviedo, había que ganar dinero. Fui a Suiza a la vendimia y a trabajar en una bodega de julio a noviembre durante prácticamente toda la carrera. Como llegaba con el curso en marcha, en la Facultad de Medicina hice muchos exámenes orales después de negociar con los profesores. Era un peón agrícola emigrante o peón de bodega. Aquí también trabajé de cartero.

¿Y lograba sacar buenas notas?

Dependía de lo que me gustase la asignatura. Después de la carrera hice la mili durante año y medio. Te destroza la vida, pero aprendí muchísimo de cirugía, especialmente cirugía de campaña.

¿Y después?

Me gustaba la medicina preventiva, pero había muy pocas plazas. Decidí estudiar Salud Pública en otro país y marché a Bélgica, a la Universidad de Lovaina, y en Bruselas estudié también gerencia de hospitales. Estando allí, salió una oposición de la Consejería de Sanidad del Principado en 1988.

¿Y qué sucedió?

Entré como inspector. Era una oposición de 200 temas bastante intensos, con un concepto de inspección muy global que ya no existe. Se inspeccionaba todolo que tuviese relación con la salud, desde el certificado de habitabilidad de las viviendas hasta aprobar una gasolinera o inspeccionar pescaderías. A los 7 u 8 meses de llegar a Inspección, Ramón Quirós me ofreció incorporarme a Dirección General de Salud Pública porque quería dar una nueva visión a la vigilancia epidemiológica.

¿Cómo le fue?

En epidemiología nos encargábamos de todas las enfermedades de declaración obligatoria porque los médicos rurales (de APD) tenían obligación de comunicarlas todas las semanas. Esa información se integraba en unas hojas de casi un metro por un metro y se le añadía el estudio de los brotes epidémicos.

¿Había muchos?

En aquella época sí: de origen hídrico, de enfermedades exantemáticas propias de la infancia… Hubo uno gordo de sarampión, una enfermedad que ahora prácticamente no conocemos pero es muy infecciosa. Llegamos a 5.000 casos, casi todos niños. No hubo muertos, pero sí 200 ingresados por neumonía, porque el sarampión la produce. Cuando entré en la Consejería nacían 20.000 niños al año en Asturias. Ahora no llegan a 5.000. Tuvimos que revisar el estado vacunal de todos los niños y vacunar inmediatamente. Vacunamos casi 100.000 niños con la triple vírica, que es muy buena.

Vivió el auge y el control del VIH…

El VIH fue una enfermedad de estigmas. Me tocó la época inicial, en Bélgica. En el hospital en el que estaba había muchos zaireños, muchos de Burundi… En esos países, el VIH apareció muchísimo antes con un tipo de transmisión totalmente diferente, pero el estigma era el mismo. Ese estigma lo vi posteriormente aquí, añadido a que la mayoría de nuestros casos eran personas adictas a drogas. Llegamos a tener 500 casos nuevos al año en una población muy específica, muy pequeña… Aparecían jóvenes muertos en escaleras, en techados… Todas las semanas varios casos. El cambio radical vino con el cóctel antiviral, que transformó la enfermedad en crónica y asumida, aunque siga habiendo cierto estigma porque esa medicación genera un aspecto característico al desparecer la grasa. Hay que seguir teniendo precaución. El virus dejó de ser letal gracias al ser humano. A diferencia del virus del covid, que dejó de ser letal por el propio virus.

¿Cómo vivió la pandemia de covid?

Fue durísimo. La primera ola, en la primavera de 2020, fue tremenda, pero no estuvo ahí el mayor número de casos. En esa ola uno fue donde más sometidos estuvimos a decisiones y dilemas muy complicados y donde los técnicos fuimos marcando la dinámica. En el verano del 2020 la gestión pasó a ser más política.

¿Eso es bueno o malo?

Es distinto. Hubo cosas que no deberían haberse hecho. Bastantes, porque la gestión del covid fue una dinámica de ensayo-error. No sabíamos absolutamente nada y, encima, lo poco que sabíamos, basado en publicaciones científicas, era erróneo. Pensábamos que los infectados asintomáticos no transmitían. Ese error disparó torpedos a la línea de flotación de muchas residencias de mayores. En realidad, había gente asintomática que sí era contagiosa.

¿Los cierres fueron un error?

El confinamiento general de Asturias fue un éxito. Hablo de la primera ola. En Asturias ya estábamos decretando el confinamiento, aunque no lo hubiese hecho el Gobierno de España, en aquello que era competencia de la comunidad autónoma. No puedes prohibir a nadie salir a la calle, porque eso solo puede hacerlo una ley orgánica, pero sí reducir la actividad. El confinamiento fue un éxito. No sé si sería constitucional o no, pero fue un éxito. Una decisión durísima del Gobierno de España que fue buena. Los confinamientos de carácter poblacional, individual, también fueron buenos. Yo decreté muchísimos de residencias de mayores, y eso evitó muchos contagios.

Llevó la gestión de las residencias…

En el verano de 2020 en Asturias tuvimos un receso de 26 días de ausencia de casos, casi único en España, pero se veía que iba a venir una segunda ola. Es típico de las epidemias que el que lo pasa bien en la primera ola va a pasarlo mal en la segunda, y viceversa. En el reparto de competencias que estaba proponiendo el director general de Salud Pública, decidí quedarme con residencias. Sabía que iba a ser lo peor, pero como ya teníamos la experiencia de la ola uno lo asumí.

¿Cómo lo vivió?

Fue terrible. Aparte de las residencias, también nos comunicaban desde Vigilancia Epidemiológica todos los muertos. En el conjunto de Asturias llegó a haber 40 muertos por covid en un día. Fue durísimo. El equipo de residencias proponía medidas y después había una decisión política. Casi todo lo que propusimos lo aceptaron y yo creo que salió…

¿Cómo salió?

Iba a decir que bien, pero no puedes decirlo cuando murieron mil personas. Pero en la Comunidad de Madrid murieron ocho veces más. En aquel momento sabíamos que si el covid entraba en una residencia iban a morir el 20% de los residentes, uno de cada cinco. En Asturias hay residencias con 400 personas.

¿Lo de Madrid fue tan denunciable o hay mucho de batalla política?

Bueno, hay las dos cosas, pero fue enormemente dramático. En las residencias murió muchísima gente. El Palacio de Hielo está ahí, es un hecho físico. Otra cuestión es quién tuvo la culpa…

Globalmente, aquí en Asturias ha habido mucha mortalidad por covid…

Pero no tanta en residencias. Tenemos una población muy envejecida. Se murió mucha gente por covid en 2022. Se negó y se atribuyó al calor, pero en 2022 hubo muchos muertos con covid. El Ministerio no aceptaba muchos de esos casos porque querían que no contásemos aquellos de los que nos habíamos enterado con posterioridad a las 24 horas de suceder. Después del confinamiento, mucha gente entró en una situación de que "hay que vivir, hay que vivir", y se relajó la prevención.

¿Personalmente, cómo vivió la pandemia?

Nunca estuve confinado. Durante tres años, el equipo de vigilancia epidemiológica estuvimos trabajando las 24 horas del día. Pero la sensación de vulnerabilidad fue enorme. Veías que se moría gente que previamente estaba sana. Era como estar dirigiendo un coche y ver que no te responden el volante ni los frenos. Cuando los 40 muertos en un día nos llamaban por la noche por la desesperación que tenían. No sé si tuve 20 llamadas en una noche: que qué más podíamos hacer. Probamos de todo con las herramientas que teníamos en aquel momento. Hubo que evitar las despedidas a los muertos. Fue enormemente doloroso decir a las personas que no podían despedirse de su padre o de su madre. O impedir que mayores de residencias volviesen a su casa. Pero era muy alto el riesgo de llevar el virus a otro lado. Todo eso, por suerte, cambió con la vacuna.

¿Cómo vio la vacunación?

Al principio era absolutamente insuficiente el número de vacunas que nos llegaban. En Asturias tenemos 280.000 personas mayores de 65 años. Hubo que seleccionar personas y decidir a quién se la aplicábamos primero. Y primero fueron los más vulnerables, los de residencias, que eran doblemente vulnerables.

¿Fue acertado el proceso?

En general, fue un gran éxito con algunos errores, entre ellos haber vacunado a los sanitarios antes que al resto de personas mayores. Fue un error la decisión nacional. Se tenía que haber vacunado a todos los mayores de 80, también a los que vivían en sus casas, porque siguió muriendo muchísima gente mayor de 80 años. Evidentemente los sanitarios, los de 20 años, tenían un riesgo muy inferior. Pero, bueno, fueron decisiones colectivas.

¿La efectividad de la vacuna?

Muy buena. Protege un 90-95% a corto plazo. Estimé que en Asturias nos evitamos, gracias a la vacunación, entre 10.000 y 15.000 muertos. Podríamos haber evitado más si hubiésemos vacunado más, pero el Ministerio no nos dejó. Estoy hablando de 2022. Con la variante ómicron llegamos a 3.996 casos el 14 de enero de 2022. A partir del 14 de enero empezó a bajar, hasta marzo, pero después ese mismo año tuvimos dos grandes olas, una en mayo y otra en agosto. No con la misma mortandad ni con la misma morbilidad que antes, pero como hubo muchos casos hubo muchos muertos. La letalidad era pequeña, pero la mortalidad terminó siendo muy grande. En números absolutos, el año en el que más gente murió de covid en Asturias fue 2022, no 2020.

¿Cómo está ahora el covid?

El covid se llevó por delante a 5.325 personas en Asturias... sólo hasta que dejamos de contar. Sigue falleciendo alguna persona por neumonía, pero no son las neumonías bilaterales que teníamos. El sistema sanitario en Asturias respondió muy bien y nunca estuvo saturado, a pesar de los miedos que teníamos. En otros países fue catastrófico. La vacuna es muy buena, pero es de corta duración. Y el virus no es estacional. De poco sirve vacunarse en octubre si el virus llega en febrero. Hay que ser flexibles. Lo mejor sería aplicar una estrategia flotante basada en lo que vaya viendo la vigilancia epidemiológica y, en ese momento, tomar la decisión de vacunar, empezando por los más vulnerables. El Servicio de Salud del Principado (Sespa) es capaz de hacerlo en 15 días o en menos.

¿De qué se siente más orgulloso en su carrera profesional?

Estuve en bastantes sitios y pude hacer cosas. Como director general de Innovación implantamos la receta electrónica. Como paciente crónico que soy, le doy gran importancia. Ahí hicieron un trabajo enorme la Consejería y el Colegio de Farmacéuticos. Hasta ese momento tenías que ir cada una o dos semanas al médico para que te hiciese una receta de crónicos. Tuvimos problemas con algunos facultativos, porque al reducir casi un 25% la actividad diaria hubo médicos que vieron peligrar su puesto de trabajo. Otro episodio importante fue lograr abrir el nuevo HUCA en 2014. Cuando entré de director general me pidieron tres objetivos: abrir el HUCA, abrir el Hospital Álvarez-Buylla de Mieres y crear la FINBA. Los tres se cumplieron.

¿Y en la faceta más suya, la epidemiológica?

En 1996 empezamos a llevar el programa de vacunas en la Consejería. Se consiguió aumentar las coberturas vacunales. En Asturias la cantidad de personas que se niega a vacunarse es ínfima.

Ha dispuesto de un observatorio excepcional de la salud y la enfermedad. ¿Cómo ha evolucionado la salud de los asturianos en los últimos 40 años?

Ahora tenemos muy desarrollados los registros de información sobre resultados de salud. Se observa que nuestra mortalidad es superior a la del resto de España, pero está muy relacionado con un mayor envejecimiento. Sin embargo, tenemos un problema de mortalidad y morbilidad con el cáncer, las enfermedades respiratorias y las cardiocirculatorias. En patologías crónicas, la diabetes aumenta considerablemente su prevalencia por los estilos de vida no tan saludables. En infecciosas, debido a las altas tasas de vacunación, estamos bien posicionados. En tuberculosis, que teníamos muchos casos, se ha logrado reducir un 90% su incidencia desde 1994. Pero todo lo ligado a enfermedades infecciosas no tiene ninguna comparación con lo observado cuando empecé a trabajar. Estamos muchísimo mejor, incluso a pesar de haber padecido varias pandemias: sida, gripe, covid…

¿Cuál fue el mejor consejero de Sanidad que tuvo?

Es difícil decirlo. Como ciudadano y como trabajador, confío en la consejera de Salud que tenemos ahora mismo, Conchita Saavedra. Como gerente del Sespa, en la gestión de la pandemia de covid demostró una actitud buenísima, tanto ella como su equipo.

¿A qué se dedicará en adelante?

A disfrutar de la vida y a seguir haciendo censos y observando aves para la Sociedad Española de Ornitología, y estudios etnográficos en la faceta antropológica de mi vida.

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