Crónica de la cordura de otro día de locos: el siguiente episodio trae nuevo giro de guion

Ambiente en la terraza de un bar de Avilés, ayer por la mañana, en las primeras horas del apagón. | MIKI LÓPEZ
De un momento a otro se fue la luz, se detuvieron los ascensores, desapareció el dinero y en la cabeza de todos los locos empezó a sonar la alarma de que ellos eran los únicos que tenían la razón.
Y era verdad. Se estrenaba la siguiente locura del siglo XXI, y es hermoso decir que la reacción general fue de una perplejidad mansa y sonriente para aquellos a los que se les rompió la rutina sin derramamiento de sangre, pero ha tenido que haber muchos dramas en el cero eléctrico que aún no hemos podido comunicarnos para contarlos
Abriendo puertas, cerrando verjas, se fue la energía y bostezaban hasta atrás las puertas de los garajes y de los portales, se fue el dinero y se bajaron las persianas de muchos supermercados y tiendas. Las cajas y las básculas son eléctricas. Quedaron inhábiles los baños donde no llegaba la luz solar y en los de célula fotoeléctrica no llegaba el agua.
No se podía llamar por teléfono ni navegar por internet ni ver el estreno de "La familia de la tele", ni acceder a las plataformas, pero no importaba porque la realidad se había vuelto Netflix, algo a lo que nos vamos acostumbrando en este siglo XXI en el que la vida es una serie contada por un guionista lleno de ruido y de furia y que no significa nada. "Día cero" ya contó un cero eléctrico con Robert de Niro como prota.
El día del apagón fue muy luminoso.
Recordó, por unas horas, la dulce primavera del covid, pero sin encierro y eso siempre atenúa los problemas. En las casas donde la comida funciona por electricidad se repusieron los bocadillos de mejillones o se meció una ensalada acorde con la luz que entraba por la ventana. Aunque los lectores de "la guía Seal de supervivencia" y algunos de los que hicieron las risas más gruesas del kit de supervivencia de Ursula Von der Leyen se apresuraron a aprovisionarse de linternas, pilas e infiernillos de gas. En la ferretería más cercana a la redacción agotaron las 20 linternas de distintos formatos y precios, todas las pilas y los 4 hornillos eléctricos que se venden en un mes salieron de la tienda en un par de horas.
Después de comer el parque de invierno de Oviedo se convirtió en un campus del verano del amor, con pandillas sentadas en círculo hippy; había personas que ofrecían su cuerpo semidesnudo al sol para que el apocalipsis les escogiera morenos, otros que corrían como si huyeran y adelantaban a los que paseaban con sus animales de compañía en la despreocupación del cómo si nada. En la vieja estación de La Manjoya, una tertulia de mujeres mayores hacía una reivindicación del transistor de pilas que les había dado la vida informativa durante la mañana. Si el 23F de 1981 fue la noche de los transistores el 28 de abril de 2025 fue su día. La mañana de la radio piquiñina de Jerónimo que recordarán los mayorinos.
En la ciudad, un temprano tardeo traía cerveceo al terraceo y en los parques donde los niños dan balonazos había más padres que de costumbre. Lo que no mandaban los semáforos lo imponían los pasos de cebra a coches que circulaban como si toda la ciudad fuera zona escolar.
El apocalipsis prometía un atardecer hermosísimo, pero en torno a las seis de la tarde empezó a llegar la luz a algunos barrios. Como no fue una caída, fue una tumbada, mañana, que ya es hoy, el ruido será insoportable.
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