Sin luz, sin agua, con las puertas abiertas y con ensaladas y bocadillos para comer: así se vivió el apagón en una residencia de estudiantes de Oviedo
"Llega la guerra", afirmaron algunos universitarios, presas del pánico

Universitarios en el campus de El Cristo. / Luisma Murias
Jesús Amelibia Baizán
Sin luz, sin agua y con todas las puertas abiertas. Así vivieron en una residencia de estudiantes de Oviedo las ocho horas de apagón de este lunes que paralizó por completo al país. Como todo el mundo en Asturias (y en España), lo primero que pensaron los trabajadores es que la caída eléctrica sería interna, "a nivel de residencia". Más aún cuando la información, durante las primeras horas, llegaba en pequeñas dosis. Hasta que se confirmó lo peor: el apagón tenía una magnitud nacional. Ahí empezó la aventura.
Sin servicio energético, en la residencia repararon en la problemática que podría sufrirse debido al funcionamiento de acceso a las habitaciones: “Lo único que importaba era abrir todas las puertas y dejarlas con el pestillo puesto que tienen un máximo de autonomía sin conexión”. Tras esto, tuvieron que avisar a la mayor brevedad posible de que el servicio de aguas se vería también inhabilitado, pues el suministro dependía de bombas eléctricas.
Los residentes, aprisa, se dispusieron a abastecerse con toda el agua que aún seguía circulando. Aquellos con menos suerte se vieron necesitados de acudir a los comercios más cercanos para abastecerse de bebida y alimento.
El servicio de comidas tan bien se vio seriamente repercutido. “El gas es dependiente de la electricidad en estas instalaciones, por lo que no se pudo cocinar”, contaron. Tan rápido como fue posible, se decidió elaborar un menú de cenas compuesto de ensaladas, bocadillos y arroz (cocinado durante la mañana antes del desafortunado incidente) que sirvió para alimentar a los inquietos residentes.

El pasillo de la residencia ovetense, con las luces de emergencia / J. A. B.
Las horas sin conexión pasaban, la batería de los dispositivos se empezaba a agotar, viéndose emplear, a quienes tenían la posibilidad, los automóviles como puntos de carga. Informados por transistores, que por azar se encontraban entre las posesiones de algunos residentes, muchos eran los que salían al sol a debatir teorías que diesen una explicación a lo que acontecía al país entero; generalmente intentando mantenerse calmados. Los menos, presas del pánico, decían “llega la guerra”.
Otros, más despreocupados o, quizás, más resignados ante la imposibilidad de actuación, buscaban la compañía de amigos en alguna terraza de los bares cercanos, optando por disfrutar del buen tiempo ante la adversidad que se les planteaba. Las últimas horas del cese energético llegaban, aunque por supuesto, nadie lo sabía, y eran cada vez más los respondían con un vago “aquí estamos, matando el tiempo” cuando se les preguntaba cómo estaban afrontando la situación.
Lo más reseñable de este insólito evento fue la solidaridad hacia quien estaba al lado, a fin de cuentas, los residentes conviven durante un curso completo y es en momentos como este que cualquier granito de arena, muestra de apoyo o pequeño gesto hace que las complicaciones sean mucho más llevaderas.
Afortunadamente, los suministros volvieron una vez recuperada la electricidad y los universitarios vuelven a preocuparse por los, tan próximos, exámenes.
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