Y cuando llegó la luz, se fue internet: crónica del día después al apagón

Una mujer, delante de un anuncio de un móvil de último modelo. | MIKI LÓPEZ
El día en que volvió la luz se fue internet para acostumbrarnos a que no se puede tener todo en esta vida, salvo que seas un milmillonario de la plutocracia mundial.
Antes del apagón cada día se presentaba un asistente virtual nuevo deseoso de servir, distrayendo de la lectura y ofreciéndose por las esquinas de las pantallas. No me dio tiempo de aprenderme los nombres, pero antes del apagón tenía un cuerpo de casa como de Downton Abbey. El día después del apagón, cuando más los necesitaba, se habían ido todos. Alexa, la interna que tengo desde hace varios años, ni siquiera me encendió la lámpara cuando se lo pedí al despertar. ¡Cómo está el servicio!
Acabó el luminoso día sin luz y empezó el teleincomunicado día sin internet. Después del día en que regresamos al siglo XIX vino la mañana en que volvimos al siglo XX, algo inédito para los nacidos en el XXI y en su lustro de víspera. Internet llegó a los españoles en 1995 y celebró su 30.º cumpleaños yéndose el 29 de abril como las madres que se plantaban y decían: "Pues hoy no cocino, arregláivos".
No fue todo el día ni en todas partes igual. Fue un caprichoso a medias, a ratos y según para qué. En casa el rúter no enrutaba, no había tele ni radio ni internet y eso inquietaba respecto a lo que podía ofrecer la calle en la normalidad que ha alumbrado el apagón. Seguía la jornada de puertas abiertas en algunos portales y portones, la joyería había levantado la persiana y la pastelería plegado la verja… al ver encendida la luz de la colchonería, descansaba uno.
Aunque había regresado el dinero digital a los datáfonos, el efectivo recuperó su capacidad de contar y sonar y salió por la boca del cajero del Sabadell más próximo. Dicho sea sin hostilidad ni opas, el BBVA de la avenida de Galicia estaba apagado y cerrado.
En el supermercado no había colas. Los estantes estaban cargados por los reponedores repuestos después del apagón. Había pila de pilas y pilas de rollos de papel higiénico, indicadores de que el país funciona y la mayoría del paisanaje también. La cajerina apreció que había más madrugadores y que era pronto para que hubiera tenido que pedir cambio por segunda vez y algún carro llevaba leche como para un colegio y huevos para una tortilla Guinness, pero no era lo corriente a las 10.15 de la mañana.
Los jugadores encontraban administraciones de loterías en las que el retroceso al tiempo de los premios en pesetas les dejó hasta sin Primitiva. La Administración también tuvo su lotería, con servicios sin servicio de puertas adentro, aunque los portales de internet públicos atendían gestiones que algunas sedes físicas no podían. Le pasó durante parte de la mañana a la Tesorería General de la Seguridad Social en la Escandalera.
Pero eso no se veía en la calle, donde los martillos hidráulicos levantaban la calzada con percusión y dentera; las peluquerías, que van a tijera, tenían ocupados los sillones de barbero y las terrazas seguían llenas como si la clientela del lunes hiciera doblete de apagón a plena luz.
En la enseñanza hubo más pizarra y menos tableta. Las Dominicas tuvieron la mañana normal, con sus clases y sus exámenes. En el Alfonso II, la digitalización que aceleró el covid la frenó el apagón por unas horas, aunque se dieron permisos especiales para usar el móvil, prohibido a la puerta, para alguna enseñanza.
En muchos centros y oficinas se ha utilizado el papel como respaldo para los asientos. En la biblioteca pública –a oscuras para leer el lunes– se tomaron a mano las devoluciones de libros. Cuando cae internet adquiere otro sentido la expresión "el papel lo aguanta todo". El apagón beneficia al papel de oficina como el covid benefició al papel higiénico.
A ver si mañana, que es hoy, volvemos del todo al pleno siglo XXI, aunque sea con sus inconvenientes.
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