Así fue el primer ascenso de dos asturianos al legendario Couloir Lagarde Direct en el glaciar alpino de Argentiere
El guía de montaña ovetense Joaquín Álvarez y el bombero-rescatador gijonés Rafael Viña completaron una apertura firmada por la élite del glaciarismo de los años setenta, un 140% mayor que la Cara Oeste del Picu Urriellu

El primer ascenso de dos asturianos al legendario Couloir Lagarde Direct en el glaciar alpino de Argentiere
"La cumbre ofrece una panorámica sobrecogedora. Vemos por fin el Mont Blanc, todo el Valle Blanco, las Grandes Jorasses, la integral de Peuterey y un sinfín de montañas más que hacen brillar nuestros ojos, volar nuestra mente y palpitar muy fuerte nuestro corazón". Así relata el guía de montaña ovetense Joaquín Álvarez su primera impresión en la cima del mítico Couloir Lagarde Direct, en la Cara Noreste de Les Droites, en el glaciar de Argentiere, una de las grandes superficies heladas del macizo del Mont Blanc, que escaló hace unas semanas junto al gijonés Rafael Viña, bombero-rescatador del Grupo de Rescate del Principado de Asturias.
Fue la primera ascensión asturiana al Couloir Lagarde Direct, variante de entrada de la original Lagarde, una apertura de los años setenta, firmada por la élite del glaciarismo de la época. Una ascensión rubricada por apellidos ilustres como Cechinel o Jaguer. Un 140% más grande que la legendaria Cara Oeste del Picu Urriellu.

Aas heladoras purgas de nieve en la sección vertical. / Cedida a LNE
Rafael Viña, bombero del Grupo de Rescate del Principado de Asturias, con un gran historial deportivo, propuso esa escalada al guía de montaña Joaquín Álvarez, "Xuacu", en el dique seco de la escalada desde noviembre por una lesión en el hombro derecho.
La idea inicial era hacer alguna vía pequeña (500 metros) de fondo de valle para aclimatar. Después, si se veían fuertes y en condiciones, entrar a la Cara Norte de Les Droites, a la Lagarde, una pared con 1.200 metros de desnivel.
Se pusieron en marcha. Destino, el teleférico de Grands Montets, a 1.239 metros de altitud. Primer jarro de agua fría: está en obras y no llega a la estación superior, a 3.300 metros. La alternativa fue coger dos teleféricos de menor tamaño y luego ponerse en marcha hacia el glaciar.
"Sudamos como pollo en el horno por el calor y el peso de las mochilas y no levantamos la cabeza de la nieve hasta que una barrera de castillos de hielo nos puso en guardia y vimos la imponente Cara Norte de Les Droites. Las emociones se disparan ante semejante pared", rememora Joaquín Álvarez.
Les preocupaba especialmente la Gran Canal Central, sencilla, pero en condiciones de nieve sin cohesionar puede convertirse en una pesadilla. El tramo en cuestión ocupa no menos de 500 metros de desnivel. "También nos preocupaban la bajada y el vivac, aunque primero, debíamos subir", indica el ovetense.

Joaquín Álvarez, en los primeros rompimientos del glaciar de Argentiere. / Cedidas a LNE
No se veía a nadie en la zona. Entonces Joaquín Álvarez planteó un cambio de planes: entrar directamente a Les Droites, sin hacer antes una vía pequeña. Su compañero asintió: "Sí, también lo venía pensando".
Noche en la tienda. El despertador sonó a las 4.15 de la madrugada. El frío cortaba. Tras desayunar café y sobaos comprados en Unquera, se pusieron en marcha, con los crampones puestos y los esquís en la mochila, junto con material de vivac, agua, comida, hornillo y gas y ropa. Unos diez kilos "al llombu".
"Bajo la luz de la linterna frontal avanzamos por el glaciar a buen paso, pero la pared parecía caminar también, alejándose de nosotros. Ahí tomamos conciencia de las verdaderas dimensiones del terreno en el que nos estamos moviendo", rememora Joaquín Álvarez.
Les llevó hora y media un recorrido inicial que suponían de 15 minutos. Rafael Viña se ofreció a abordar el primer largo. "Es una persona determinada y con mucha experiencia, un verdadero líder", destaca su compañero.
"La entrada está muy expuesta, y pasar la rimaya (la separación entre la pared de roca y el glaciar) es una peligrosa y emocionante maniobra de funambulismo. Sobre el hielo pegado a la pared granítica hay bastante nieve a medio cohesionar que tapa las grietas y crea falsos puentes que pueden romperse bajo nuestros pies", dice Joaquín Álvarez.

El bombero-rescatador Rafael Viña, en la arista cimera / Cedida a LNE
"Escalamos sin protección, más allá de la que ofrecen las ganas de subir y la experiencia, aunque Rafa solventó este escollo con mucha serenidad y maestría", apunta el guía de montaña. De lleno en la pared, encuentran hielo muy bueno, pero muy delgado. Más dificultades: los tornillos no entran.
"A mitad de largo una lámina de hielo fusión permite poner la primera protección que también será la última. Más que una protección es un espejismo. Conseguí introducir a la mitad un tornillo de 16 centímetros", recuerda Joaquín Álvarez, que veía a su compañero en mejor forma física, lo que para él era "un alivio y garantía de seguridad".
Tras el tercer largo observaron que la línea de escalada presentaba unas enormes coladas de nieve polvo, que se precipitaban de forma intermitente. "Estas coladas son frío extremo en manos, pies y cabeza; pérdida de visión; gafas empañadas; en definitiva, peligro".
Una ráfaga de viento, no demasiado fuerte y en otros contextos inocua, provocó una larga ducha de nieve polvo, canicas de hielo y alguna pequeña piedra sobre los montañeros: "da una sensación de vulnerabilidad muy difícil de controlar". Treinta interminables segundos duro el "chaparrón".

El Mont Dolent, que cierra la cuenca de Argentiere. / Cedida a LNE
Las purgas de nieve y hielo se fueron haciendo cada vez más frecuentes en la escalada. Un trozo de hielo golpeó el hombro derecho de Joaquín Álvarez y le hizo bastante daño, pero continuó sin decir nada: "El alpinista ha de guardarse los sufrimientos para no condicionar al compañero".
"En el fragor de la escalada y la lucha por ponerse a salvo de uno mismo, se pierde la noción del espacio y el tiempo. Lo único que de cuando en cuando te devuelve a la realidad es el frío", destaca Xuacu Álvarez, que durante la escalada pasó momentos de agobio, angustia y miedo. Pero sacaba fuerzas de flaqueza y pensaba: "Por donde otros han pasado, pasaré yo también".
La oscuridad de la noche y la incertidumbre acrecentaron los nervios. "No teníamos ni idea de nada, no sabíamos si estábamos arriba o nos faltaban 200 metros". Ya no importaban la dificultad, el frío, ni el cansancio: solo encontrar una repisa para pasar la noche, aunque fuera sentados. La encontraron.
"Un nido de águilas para dos personas excavado en la cresta del espolón Tournier, cien metros bajo la cumbre de Les Droites es el mayor tesoro que haya visto nunca, la mayor emoción que he sentido en los últimos años, el más hermoso palacio que se puede desear y el salvavidas que tanto necesitábamos", relata Joaquín Álvarez. Sus caras volvieron a reflejar alegría. Habían pasado 17 horas desde que iniciaron la escalada.
Tras un sueño reparador y más café con sobaos como desayuno su cuerpo era "una bola de dolor y tirones preocupantes", indica Joaquín Álvarez. Volvieron a ponerse en marcha, esta vez para cumplir el objetivo de hollar la cumbre. Coronaron poco después. Como relata el ovetense en su página web, "la panorámica hizo que a los protagonistas de la hazaña les brillaran los ojos, les volara la mente y les palpitará muy fuerte el corazón"
Bajar no era fácil. Tras 2.200 metros de descenso complicado, otro jarro de agua fría: "Aunque llegamos con 15 minutos de margen para subirnos al tren cremallera, el teleférico que da acceso ya estaba cerrado". Tomaron la maltrecha escalera con más de 300 metros de desnivel que asciende hasta la estación y pasaron la noche bajo sus soportales. Mereció la pena.
"Me alegré profundamente de haber perdido el tren y, así, habernos ganado la posibilidad de vivir de manera maravillosamente forzosa, vívidamente reconfortante, las mismas experiencias que los héroes de todos aquellos libros de alpinismo que devoré durante mi infancia", concluye su relato Joaquín Álvarez.
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