De los "Bartolos" a las "Letizias": la saga repostera que conquistó a Oviedo
Desde 1946, Pastelería Asturias ha sabido mantener vivo el legado familiar, combinando técnicas artesanales, creatividad y una firme apuesta por la excelencia en cada una de sus creaciones

Ataulfo Valdés, Manuela Rodríguez y César Valdés Rodríguez. | PABLO SOLARES
En el corazón de Oviedo, a escasos pasos del bullicio urbano y de los lugares más emblemáticos de la ciudad, se encuentra un negocio que forma parte de la memoria colectiva de generaciones de ovetenses: la Pastelería Asturias. Fundada en 1946 por Rosa y Emilio José, conocido cariñosamente como "Pepito", este obrador nació con la vocación de mantener viva una tradición repostera que ya venía de tiempo atrás. Rosa era hija de Gersán, un pastelero visionario que en 1912 creó el icónico pastel "Bartolo", una receta que marcaría un antes y un después en la repostería local.
A lo largo de las décadas, la pastelería ha sabido conservar el sabor de antaño mientras incorporaba nuevos productos y técnicas que enriquecieran su oferta. La segunda generación, representada por su hija Manuela, conocida como "Noli",y su esposo Ataulfo Valdés, asumió el reto de modernizar el negocio sin perder su esencia artesanal. Para ello, emprendieron numerosos viajes por Europa y Estados Unidos, participando en ferias, congresos y exposiciones en ciudades como Múnich, París o Las Vegas. Aquellos viajes no solo les permitieron conocer las últimas tendencias en maquinaria y procesos de elaboración, sino también ampliar horizontes y establecer contacto con otros referentes del mundo de la repostería.
De ese espíritu innovador y curioso surgieron creaciones tan emblemáticas como las "Letizias", un pastel que Ataulfo Valdés ideó tras conocerse el compromiso matrimonial entre el entonces príncipe Felipe y la periodista ovetense Letizia Ortiz. El día de la boda real, en 2004, la pastelería vendió más de 6.000 unidades de este dulce, que pronto se convirtió en un éxito rotundo y aún hoy continúa siendo una de las especialidades más demandadas del establecimiento.
Actualmente, la tercera generación familiar ha asumido el timón del negocio. César Valdés, nieto de los fundadores, lidera con convicción una etapa en la que se conjugan el respeto absoluto por la tradición con una mirada actual y abierta al futuro. Bajo su dirección, la Pastelería Asturias ha reforzado su compromiso con la calidad, elaborando diariamente productos que siguen siendo artesanales, con materias primas seleccionadas y una elaboración cuidada al detalle.
Uno de los productos estrella de la casa es la tarta milhojas, una creación que sintetiza a la perfección el saber hacer de este obrador: capas finas de hojaldre delicadamente horneado, rellenas de crema pastelera suave y merengue, coronadas con una capa de yema tostada. Esta tarta, tan sencilla como exquisita, resume la filosofía de la casa: producto honesto, bien ejecutado y profundamente ligado al gusto local.
La historia de Pastelería Asturias es también la historia de un modelo de empresa familiar que ha sabido adaptarse sin renunciar a su identidad. En un contexto donde muchas pequeñas empresas enfrentan dificultades para garantizar la continuidad generacional, este obrador ovetense se convierte en ejemplo de cómo es posible transmitir no solo el negocio, sino también los valores y el amor por el oficio. A lo largo del tiempo, cada generación ha aportado lo suyo: desde los fundadores, con su legado y constancia; pasando por los impulsores de la modernización; hasta los actuales responsables, que han sabido integrar herramientas de gestión contemporánea sin perder el trato cercano y el espíritu artesanal.
El vínculo con Oviedo es, sin duda, una de las señas de identidad del negocio. Sus pasteles y bollería han acompañado celebraciones familiares, mesas navideñas, desayunos de domingo y aniversarios de boda. Están presentes en la memoria afectiva de quienes crecieron con ellos y de quienes, ahora, los descubren por primera vez.
La historia de la Pastelería Asturias es, en definitiva, un testimonio vivo de cómo la tradición, la pasión por un oficio bien hecho y la voluntad de seguir aprendiendo pueden converger para crear un legado duradero. Más allá de los productos que ofrece, representa un modo de entender la repostería, el comercio local y el compromiso con una ciudad a la que ha acompañado, dulce a dulce, durante casi ochenta años.
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