Entrevista | Sara Mesa Escritora
"Los profesores están cada vez más asfixiados por la burocracia"
Presenta en Oviedo y Gijón su novela "Oposición", que "habla de cómo los trabajos burocráticos también causan daño a quienes los desempeñan"

Sara Mesa. / SONIA FRAGA / EPC

La escritora Sara Mesa (Madrid, 1977) aprueba con nota alta su regreso a la novela con "Oposición" (Anagrama), que presentará mañana en la librería Matadero Uno de Oviedo y el sábado en la Feria del Libro de Gijón.
-¿Qué simboliza la "oposición" en su novela?
-Más que simbolizar una sola cosa, la palabra oposición condensa varios sentidos a la vez: confrontación interna, resistencia pasiva, imposición externa. Pero lo que más me interesa es su dimensión estructural, casi abstracta: un mecanismo burocrático que absorbe al individuo, lo regula, lo vacía. La novela no va sobre opositar —no es una historia sobre cómo se prepara un examen—, sino sobre el descomunal peso de la burocracia en la actualidad. Al final es una oposición a la oposición.
-¿Qué le interesaba más explorar?
-Me interesaba mostrar cómo, al entrar en un sistema que exige obediencia y repetición mecánica, una puede terminar olvidándose de sí misma. En ese sentido, la novela habla de cómo los trabajos burocráticos también causan daño a quienes los desempeñan.
-¿Critica la idea de meritocracia?
-No exactamente. El modo de acceso al trabajo de la protagonista es aquí anecdótico, lo relevante es la vida de la oficina administrativa en sí –algunos de cuyos rasgos se reproducen también en la empresa privada–, como los personajes aceptan las reglas sin saber muy bien quién las dicta, si tienen sentido o si son útiles.
-Los personajes parecen difuminarse en su identidad mientras más avanzan en el proceso tan lógico del estudio...
-El único personaje que estudia es la protagonista y, como digo, no es un hecho tan relevante en el conjunto de la novela. Lo que se difumina es la vida exterior, el contacto con la realidad, pero por el mero hecho de trabajar sumergida en procedimientos, trámites, papeleos sin lógica.
-El vínculo entre personajes muestra tensión contenida. ¿Le costó ese clima emocional?
-Yo creo que se desprende de la misma atmósfera de oficina, de la elección del edificio como único escenario. A la fuerza eso genera tensión, los personajes están ahí como atrapados, chocando unos contra otros, algunos acostumbrándose, otros enloqueciendo.
-¿Hay un sesgo generacional en la forma en que sus personajes afrontan los problemas?
-Probablemente. Creo que ahora hay una generación que está revisando muchas nociones sobre el trabajo que teníamos asumidas, como que lo importante es la estabilidad laboral, aunque las tareas que se desempeñen para conseguirla no tengan ningún sentido. Pensar que con cobrar es suficiente es reducir nuestra naturaleza humana a lo meramente material, asumir que vendemos nuestro tiempo. El problema es que el entorno laboral ahora es tan hostil que mucha gente llega a este tipo de trabajos por eliminación, tras renunciar a sus verdaderos deseos y capacidades.
-¿Eligió la estética y el tono de su prosa desde el inicio o surgió al desarrollar el material?
-Para mí, van unidos a la historia, se desprenden de ella. Paradójicamente, el lenguaje burocrático, a pesar de ser tan árido y excluyente, a mí me resulta bastante cómico. Por eso me permití explorar en las grietas de ese lenguaje ampuloso y vacío, jugar con los contrastes con el lenguaje cotidiano, el de la calle, y añadir además elementos poéticos, dibujos, humor. Sentía que en esta novela podía meterlo todo, fue divertido escribirla.
-En España las oposiciones son casi una institución nacional, ¿le dio algo de miedo abordarlo?
-En absoluto. Cualquiera que lea el libro ve que el tema no son las oposiciones, ni siquiera la administración pública, sino la burocracia y sus desmanes, que también se producen en la empresa privada, la tecnologización deficiente de los procesos, la desigualdad que se genera... La novela habla de cómo nos relacionamos con las instituciones, cómo nos enfrentamos o nos sometemos a ellas, sobre los mecanismos de obediencia y domesticación.
-¿Hay una crítica directa al andamiaje social o prefiere que la lectura resulte ambigua?
-Creo que en este caso no hay mucha ambigüedad. Mi visión de este asunto es clara y bastante crítica. Cosa distinta es que no creo en las visiones simples y demagógicas, esas que, por un lado, atacan todo lo público o, por el otro, lo defienden justificando sus desmanes. Habría que hacerse muchas preguntas, por incómodas que sean, sobre qué aceptamos y qué sacrificamos, y en qué medida contribuimos al engranaje.
-¿Ha tenido reacciones de opositores reales?
-Sí, y también de funcionarios de todo tipo. La mayoría, en mayor o menor medida, se identifican o reconocen en las situaciones que aparecen en el libro, o bien han sido testigos de ellas. Los que se ofenden son quienes no leen el libro y se guían solo por los titulares, los corporativistas y los que se autoengañan. Quien hoy día diga que la administración funciona bien es alguien que no quiere mirar, ni escuchar alrededor.
-¿Siente que su escritura se va inclinando hacia una mirada más política?
-Quizá sí. Pero una política íntima, si se quiere. No me interesa hablar de grandes sistemas, sino observar cómo esas estructuras se manifiestan en lo cotidiano, en lo psicológico, en lo aparentemente banal. En cómo afectan a nuestro tiempo, a nuestras emociones y nuestras relaciones personales. Lo íntimo está atravesado por lo colectivo, y viceversa. Me interesa lo que ocurre en esa frontera. Los comportamientos individuales, las emociones más privadas, están marcadas por la estructura social.
-¿Ha sentido alguna vez la tentación de opositar? ¿Qué relación personal tiene con ese mundo?
-Yo oposité para ser profesora de secundaria y estuve ejerciendo algunos años, pero no es del tipo de trabajo que hablo aquí, aunque, por cierto, los profesores están cada vez más asfixiados por la burocracia. Pero también desempeñé trabajos administrativos en lugares muy similares a los que aparecen en la novela, así que no hablo de oídas, es un mundo que conozco muy bien y que me interesa muchísimo.
-¿Hay alguna novela suya que sienta que ha sido mal leída o incomprendida?
-Todas las novelas corren ese riesgo, y me parece natural. A veces se busca un mensaje claro, una enseñanza, un fin cerrado, y mis libros no funcionan así. Pero no me preocupa que se malinterpreten ni que haya lectores que se enfaden o molesten, eso significa que el libro los está apelando de algún modo. Lo peor que puede ocurrir con una novela es que resulte indiferente y que se lea de modo lineal y unívoco.
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