La coeducación no era, ni es, un significante vacío: ya no importa lo que tienen en común niños y niñas sino promocionar las supuestas diferencias

En algunas autonomías la educación en igualdad se ha ido renombrando para vaciarla de contenido bajo el paraguas de las leyes trans

La coeducación no era, ni es, un significante vacío

La coeducación no era, ni es, un significante vacío / LNE

Ana Rodríguez García

Ana Rodríguez García

Ana Rodríguez García es letrada del Consejo Consultivo del Principado de Asturias

Coeducar comenzó siendo juntar en las aulas a niñas y niños. Con la llegada de la democracia, la igualdad de mujeres y hombres quiso consagrarse como valor, principio y derecho fundamental, dejando al descubierto tempranamente que aquel coeducar de la mera convivencia no permitía superar el sexismo. Algo esperable, puesto que mujeres y hombres ya convivíamos en casa y en otros espacios fuera del aula. La coeducación es algo más.

Coeducar es educar en igualdad, y la igualdad favorece el bien común. El más notable referente en la materia, Doña María José Urruzola, dejó dicho que la coeducación es "una educación que supera los sexos, dejando a un lado los roles que la sociedad asigna de manera sexista a los niños y a las niñas en base a esa condición". Y nos enseñó con su práctica cómo cabe su aplicación para que sea efectiva y dé frutos, porque de las personas, en la infancia y adolescencia, podemos esperar grandes cosas, incluso que comprendan por qué es mejor un mundo igualitario, aunque las personas adultas no lo acabemos de entender. La educación no sexista se revela como un pilar fundamental en la erradicación de la desigualdad.

No cambio de tema: síganme. El cuco es un ave que, mediante el parasitismo de puesta, introduce un huevo en nido ajeno, hace uso de cierto mimetismo externo (que solamente alcanza a la cáscara, es decir, a la apariencia) y cuya cría, al nacer, y por ser de mayor tamaño que sus inocentes y desprevenidos competidores que creen estar ante un hermano, si no se deshizo antes de los huevos, los empuja fuera del lecho, matándolos para acaparar sus recursos.

Acaba de aparecer publicado un libro titulado "Autocoñocimiento" en cuya contraportada se asegura hacer uso de una "mirada feminista y liberadora… desmontando ideas preconcebidas": tal conjunto nos puede invitar a pensar, por un lado, que la autora se cree irreverente y, tan moderna, que podemos esperar que su sentido crítico se limite a la portada, pero, por otro, que el libro aplique una perspectiva feminista. Solo acertaremos en lo primero. Nos dice que coeducar "consiste en desarrollar todas las capacidades, tanto de niñas como de niños y niñes, a través de la educación. Además, supone contemplar la existencia de otras realidades, como las de las personas no binarias o con géneros diversos" porque "cada peque tiene derecho a ser diferente, por lo que es necesario educar valorando las diferencias individuales y las cualidades personales, dejando fluir su expresión de género sin coartarla".

En los tiempos en que Urruzola predicaba con el ejemplo no se había producido el desembarco populista que quiso llevar de la teoría a la práctica política el pensamiento de Laclau. Aplicado al caso: el Feminismo era dueño de sus expresiones y se sabía qué era la coeducación por más que costase implementarla.

Aquel populismo introdujo la lucha por el relato: las ideas se venden, no se explican; y en la campaña comercial vale todo. Laclau en su "La razón populista" acude a los significantes vacíos. Sobre esta tesis se impulsó en España un supuesto asaltar los cielos que traducido a la práctica política se ha limitado a la lucha por el relato. Si un significante se vacía de contenido, la disputa no deja de centrarse, simplificando, en quién se apropia de él si es bueno, o de cómo se convence al público de que describe un atributo del contendiente político en caso contrario. El campo de batalla más apetecible ha sido el del Feminismo a la luz de sus éxitos y avances a lo largo del siglo XX: un movimiento emancipador al que no se puede acusar de abuso o atrocidad alguna; una teoría política que no coloca su trono sobre ninguna cabeza, con un grado cada vez mayor de aceptación social y que estaba dando frutos beneficiando directamente a más de la mitad de la población mundial, así como también y de manera indudable, a sus compañeros de vida y aula.

Cuando hace 18 años la ley orgánica para la igualdad efectiva de mujeres y hombres impuso (pues no sugiere ni recomienda) la integración del principio de igualdad -entre mujeres y hombres- en la política de educación y el desarrollo de programas para la difusión de los principios de coeducación, no hacía falta definirla. Hacía falta implementarla. Pero antes de que la ley permitiera ver eclosionar la educación no sexista llegó la marea de los significantes vacíos, y con ellos, con la voracidad de la rapiña, la estrategia posmoderna del parasitismo de puesta del cuco.

El feminismo busca la igualdad: por encima de todo, somos personas. En igualdad cabe la libertad de elección y el individuo mismo. Por cierto, la coeducación, la educación en igualdad o no sexista, no admite expresiones de género, porque estas son las que limitan a niñas y niños, moldeándolos mediante el mutilante torno del sexismo. Aunque algunas personas de buena voluntad se sorprendan, deben saber que en diversas comunidades autónomas se ha ido renombrando la coeducación hasta vaciarla de contenido bajo el paraguas de las llamadas leyes trans. Como compra y vende el libro citado, ya no importa lo que tenemos en común sino promocionar las supuestas diferencias, que nunca son tantas si es que hay alguna. Para que se hagan una idea: en territorios como Andalucía se distribuyen guías en que se indica que si a una niña no le gusta ponerse prendedores en el pelo y sí jugar al fútbol, puede tratarse de un niño, recomendándose al profesorado que lo advierta y tome las medidas promocionales oportunas. Esto no es un avance por la diversidad sino caer al agua en el segundo puente del juego de la oca. ¡Nos está llevando la corriente! Hacia la segregación por sexos franquista, perdónenme.

Dado que lo que está en juego es el bien común, que se logra conquistando la igualdad, debemos pararnos a analizar a quién beneficia el relato que tanto insiste en las diferencias entre personas y en el peso de lo individual frente a lo colectivo, en los feminismos, que supuestamente son muchos, es decir, ninguno. Las mujeres no queremos ser diferentes, queremos ser individuos para poder hacer lo que queramos, incluso jugar al fútbol y llevar el pelo corto o largo, o ser calvas y que no pase nada, porque… no pasa nada.

Saben ustedes que en Asturias hay sectores que defienden la aprobación de una ley trans autonómica amparados por la Dirección General de Participación Ciudadana, Transparencia, Diversidad Sexual y LGTBI, que ha elaborado un proyecto de ley. El texto de la ley trans ha superado recientemente el primer trámite, el de consulta pública a la ciudadanía. Aquí operan la participación ciudadana y la transparencia, pero los significantes vacíos permiten que dicha consulta se haya llevado a cabo sin hacerse público ni el texto ni la intención concreta buscada por el legislador asturiano, más allá de la publicidad propia del comercio. Siendo imposible, hoy, conocer su contenido, debemos preguntarnos si el texto que se maneja pretende resignificar la coeducación para negarla. ¿Va a cumplir la ley orgánica de igualdad o estamos jugando con ella permitiendo que nos lleve la corriente según lo que nos muestre un dado marcado?

Tenemos un huevo sospechoso en nuestro nido y haremos bien en vigilarlo.

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