reportaje

Las veteranas no temen que el feminismo se rompa: "El movimiento nunca fue homogéneo"

Las mujeres que forjaron su activismo en los años 60 y 70 han sabido convivir con la diversidad y las divergencias del movimiento

Paloma Uría, sentada y con la perrita de su hija, "Piesca", en brazos, posa entre Gloria García, a la izquierda, y Carmen Suárez, reunidas en Oviedo.

Paloma Uría, sentada y con la perrita de su hija, "Piesca", en brazos, posa entre Gloria García, a la izquierda, y Carmen Suárez, reunidas en Oviedo. / JUAN PLAZA

Elena Fernández-Pello

Elena Fernández-Pello

"El movimiento feminista nunca fue homogéneo". Lo dice una veterana activista asturiana, y el resto de sus compañeras la secundan. Ni lo fue ni parece probable que vaya a serlo, porque esa es precisamente su naturaleza. La procedencia de la militancia es diversa; los planteamientos y las sensibilidades, distintas, y las reclamaciones, muy dispares. Lo que une al feminismo es un sentimiento de hermandad, la determinación de mejorar las vidas de las mujeres, la propia y las ajenas, y sobre todo de darle la vuelta a la organización patriarcal de la sociedad, para que sea igualitaria y más justa para todos.

Eso es lo que cuentan las feministas de largo recorrido, las que tomaron el legado de sus antecesoras, lo trajeron hasta aquí y lo compartieron con las generaciones jóvenes. Siguen en activo, compaginando el cuidado de los nietos con las asambleas. Son muchas, muy distintas, se acercan y se alejan, discuten y se reencuentran, y, pese a las diferencias, mantienen vivos los lazos de complicidad y afecto.

"El feminismo es una de las tensiones esenciales del mundo contemporáneo: ha producido alguna sorpresa y todavía producirá más", anunciaba Amelia Valcárcel en 1997, en su libro "La política de las mujeres". Ella fue y sigue siendo una de las más activas integrantes del movimiento, desde los tiempos del Colectivo Feminista de Asturias. Ya en 1971 y junto con Oliva Blanco organizaba reuniones entre universitarias y grupos de reflexión y autoconciencia, al estilo de las feministas europeas y de Estados Unidos.

Hay muchas otras mujeres en la historia reciente del feminismo asturiano, sus nombres son innumerables. Begoña Sánchez, Teresa Meana, Lourdes Pérez, María José Capellín, Emilia Vázquez, María José del Río y Margarita Riera, Paz Fernández Felgueroso, Carmen Veiga, Paloma Uría, Aida Fuentes, Dulce Gallego y Gloria García son algunas de ellas. La actual ola feminista en Asturias les debe mucho. Las primeras activistas asturianas salieron de la Universidad y formaban parte de partidos políticos de la Nueva Izquierda, una izquierda revolucionaria, a "la izquierda de la izquierda". "El feminismo es revolucionario", sostienen. Esa Nueva Izquierda englobaba al Movimiento Comunista (MC), la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), la Organización Revolucionaria de los Trabajadores (ORT), el Partido de los Trabajadores de España (PTE) y la OCE (BR), la Organización Comunista de España (Bandera Roja). Inspiradas por sus antecesoras, por la vitalidad del movimiento en otros países e incluso en España –las Jornadas de la Dona, en 1976 en Barcelona, fueron todo un hito–, y por las lecturas que iban llegando, que circulaban fotocopiadas y por capítulos, como "El segundo sexo", de Simone de Beauvoir, las feministas asturianas fueron colocando sus reivindicaciones en la apretada agenda de aquel amasijo de partidos: derechos laborales, reproductivos, al disfrute de la sexualidad, y otros asuntos más espinosos como la prostitución. "La contribución de las mujeres que militaban en ellos actuó a su vez de conciencia crítica dentro de unas estructuras patriarcales como eran las de los partidos", afirma Carmen Suárez, autora del libro "Feministas en la transición asturiana (1975-1983). La Asociación Feminista de Asturias", historiadora y feminista también ella.

de izquierda a derecha, una manifestación por el aborto libre en oviedo, en 1980; la policía retira las pancartas de una protesta de afa en la plaza de la escandalera; el primer cartel de AFA, de 1976; y manifestantes el 8M de 2020. |  | AFA

Esther Crespo. / Elena Fernández-Pello

Ya en aquellos años, a finales de los 60 y los 70, convivían en el seno del movimiento puntos de vista muy diversos, sobre cuestiones concretas e incluso sobre el papel que el movimiento feminista debía tener en aquel momento político. Se planteaban dos vías, explica Paloma Uría, que militaba en el MC y tuvo sus primeros contactos con el feminismo en Madrid, en el 65. Unas consideraban que la lucha feminista debía ocupar un espacio propio, pero las estructuras de los partidos, en manos de los hombres, tendían más bien a considerar que el feminismo debía estar al servicio de la causa democrática, subordinarse a ella y relegar los aspectos más controvertidos para no entorpecer los posibles consensos. Lo común entre las mujeres movilizadas era la doble militancia, en el partido y en el feminismo, y en aquellos momentos decisivos para construir los cimientos de un futuro en democracia las mujeres tenían que plantearse la disyuntiva de anteponer unas reivindicaciones a otras.

La AUPEPM (Asociación Universitaria para el Estudio de los Problemas de la Mujer) fue el primer colectivo feminista que se constituyó en Asturias, aunque no se presentará con esa etiqueta. Con el Colectivo Feminista de Asturias empezó a fraguarse AFA (Asociación Feminista de Asturias). Durante el año 1976 sus mujeres se reunieron en muchas ocasiones en la Casa de Ejercicios de El Bibio, el Ateneo de La Calzada de Gijón y la Casa Sacerdotal de Oviedo. "En aquellos años era primado en España el cardenal Tarancón y la Iglesia era aperturista", explica Paloma Uría. Gloria García, actual presidenta de AFA, cuenta cómo discretamente iban entrando de una en una o de dos en dos en las reuniones, y como recurrían a las parroquias para difundir la información entre las mujeres.

Así fue como en 1976, tras mucho debate y mucho trabajo, se fundó AFA, que adquirió personalidad jurídica en 1978. Se inscribió con el nombre de "Clara Campoamor", denominación que hubo que elegir aceleradamente cuando al ir a presentar los papeles en el registro los funcionarios les informaron de que era imprescindible que la asociación llevara un nombre. "¿Y cuál mejor que el de la mujer que consiguió el derecho al voto para nosotras?", pregunta la actual presidenta.

AFA recogía la aspiración de las mujeres feministas asturianas de "abordar de lleno y de una vez por todas los problemas que las unían, dentro de un marco plural y heterogéneo, pero unido por la causa de las mujeres". Fueron divergencias de táctica política las que decidieron a las mujeres del PC, el Partido Comunista, y al PT, el de los Trabajadores, a descabalgarse, por entender que lo primero eran los derechos más generales. Las mujeres del PC y del PT se llevaron con ellas la D de democrática, porque inicialmente la asociación se llamaba ADFA (Asociación Democrática Feminista de Asturias).

El movimiento feminista navega desde sus orígenes en las aguas del debate, la discrepancia y la divergencia. Las veteranas no temen que las tempestades hundan el barco. Están acostumbradas a que el tono de la discusión se eleve en las asambleas, incluso en reivindicaciones que concitan una adhesión unánime, como el aborto, con unas a favor de una ley de plazos y otras hablando de supuestos. Más aún con cuestiones como la prostitución, entre las abolicionistas y las que defiende el derecho de las mujeres de hacer uso de su cuerpo.

Ven ahora a las más jóvenes, a sus hijas y sus nietas, y a los miles de mujeres que en Asturias se han unido al movimiento, millones en España y en el mundo; en aquellas reuniones del Bibio como mucho llegaron a reunir a 90 mujeres. Se cuestionan cuánto habrá de moda pasajera o si tanto presumir de feminismo no será más bien una "operación de marketing". Carmen Suárez está convencida de ello. De todos modos, valoran que se hable de feminismo abiertamente y que políticos, intelectuales, artistas y celebridades consideren que declararse feministas les prestigia.

paloma uría, sentada y con la perrita de su hija, «piesca», en brazos, posa entre gloria garcía, a la izquierda, y Carmen suárez, reunidas en oviedo.  | JUAN PLAZA

Dulce Gallego. / Elena Fernández-Pello

Lamentan que se pierda energía en cuestiones más teóricas que prácticas, que no inciden de forma tan inmediata y urgente en la vida de las mujeres, como la ideología de género o la inclusión o no de las mujeres transexuales en el movimiento, cuestiones sobre las que llevan décadas debatiendo y sobre las que no creen que sea fácil llegar a acuerdo. Va en detrimento de cuestiones más urgentes. Dulce Gallego lo ve así. "La unidad entre el feminismo institucional y el activismo ha permitido que España sea punta de lanza del feminismo europeo", afirma, y la existencia de un Ministerio de Igualdad es ya por sí misma "una conquista", pero ella opina que es "un error" que la Administración actúe sin escuchar a las bases. "Las feministas queremos una legislación para amparar a la población trans, para proteger sus derechos como se merece, pero no se ha pensado bien adonde nos puede llevar la que se ha aprobado", lamenta abiertamente.

La activista gijonesa abrazó el feminismo empujada por sus vivencias personales y una temprana toma de conciencia de las diferencias entre hombres y mujeres, sucesos que se insertaban en su cotidianidad, como la prohibición de vestir pantalones. "Venía de un colegio con educación segregada y llegué al instituto, tenía ó10 años. En mi primer año de instituto no podía ir de pantalones, y tenía unos de pinzas recién hechos por mi abuela", recuerda. Corría el año 68. En la adolescencia empezó a frecuentar los comités estudiantiles, se comprometió con los movimientos de izquierda y estuvo en AFA desde el primer día. Fue una de las fundadoras en 1986 de la tertulia feminista "Les Comadres" de Gijón.

Esther Crespo nunca se unió a AFA, pero siempre ha estado cerca y ha compartido espacios con sus mujeres. Militaba en el MC, como Paloma Uría, aunque ella es unos años más joven. "Tenía una estructura de mujeres, nos reuníamos solas y avanzábamos muchísimo en pensamiento feminista, y luego lo llevábamos a las células mixtas", cuenta. Esa experiencia organizativa le sería útil para crear y sacar adelante la Secretaría de la Mujer en Comisiones Obreras, CC OO.

No tanto en el partido, pero en el sindicato Esther Crespo y sus compañeras se dieron de bruces con la masculinidad de aquel ambiente. "Recuerdo con unas compañeras de Alcampo, teníamos 20 años, y nos daba miedo entrar en el local del sindicato, te miraban extraño, como pensado qué hacíamos allí, y poco más que a un ‘cachocarne", relata. Las cosas han cambiado mucho, y a su juicio no siempre para bien. "Hace 20 o 30 años las mujeres nos reuníamos, hacíamos nuestras propuestas y veíamos los pros y los contras. Luego las escritoras lo transformaban en teoría. Ahora es al contrario, y están enfangando el movimiento con temas muy teóricos que afectan relativamente poco a las mujeres, aunque sean importantes, que lo son", argumenta.

El movimiento feminista, dicen las veteranas, siempre ha sido inclusivo y ha adoptado como propias causas más generales, los derechos del colectivo LGTBI casi desde sus inicios, pero hay cuestiones en las que el acuerdo es difícil, el de la ideología de género y el borrado de las mujeres es uno de ellos; la legalización de la prostitución, otro. "Yo he discutido con todas mis compañeras y ese pelear en conjunto nos lleva a tener mucha confianza", asegura. La historia del movimiento feminista ha discurrido así, con diferencias y enfrentamientos broncos, sin fisuras cuando tiene al enemigo enfrente –como ocurrió en 2018 tras el caso de la "Manada" de los sanfermines–. Las más experimentadas dan por sentado que seguirá siendo así, pero no temen que el movimiento descarrile, entre otras razones porque, como dice Teresa Meana, el feminismo "es la única revolución posible en la vida cotidiana".

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