Si hubiera posibilidad de viajar al pasado –sin tirar de la imaginación– y asomarse a la ventana de una casa asturiana de 1981 la escena más habitual sería la de encontrarse a un matrimonio con dos o tres hijos y que vive, muy probablemente, con los padres de uno de los miembros del matrimonio. El cabeza de familia –por aquella época mayoritariamente el hombre– es el único que trabaja y lo hace en algún oficio relacionado con la agricultura (aunque ya por aquella fecha estaba entrando en declive) o la industria. La escena sería muy similar a la que durante años ha mostrado la serie “Cuéntame” a través de la familia Alcántara, aunque traídos a Asturias aquí serían los Feito o los Quintana, por ejemplo. Con el paso de los años la fotografía tomada a través de ese marco de la ventana ha ido amarilleando. Hoy en día la visión es radicalmente diferente.

Ahora mismo, el Principado es, señala el profesor de Sociología en la Universidad de Oviedo, José Pablo Calleja Jiménez, una de las comunidades con más viviendas en las que el número de ocupantes tiende a la unidad. A uno. En la región hay 140.000 hogares monoparentales, 10.000 más que hace siete años. Por lo que, a través de la ventana, ahora lo que abundan son personas mayores viviendo solas. Y alguna que otra pareja, de mediana edad, pero con pocos hijos. Se ven pocos jóvenes, muchos menos que hace 40 años. También ha cambiado la fuente de ingresos. Ahora el heterogéneo sector servicios se ha comido a la industria y sobre todo a la agricultura, que antes daba sustento a las familias asturianas, y ya no basta con un sueldo para llegar con holgura a final de mes.

Ahora mismo el Principado es, señala el profesor de Sociología en la Universidad de Oviedo, José Pablo Calleja Jiménez, una de las comunidades con más viviendas en las que el número de ocupantes tiende a la unidad. A uno

El Principado encara la crisis de la cuarentena desde que se aprobó el estatuto de autonomía con algunos retos muy diferentes a los que tenía en 1981. El tiempo pasa. En media vida –en estos 40 años– Asturias ha sufrido un profundo cambio social, económico y demográfico. El más visible está en la composición de la pirámide poblacional de la región. “Un hongo”, en palabras de la socióloga asturiana Marta Izquierdo, que ha ido perdiendo efectivos por la base, entre los más jóvenes. Paradójicamente, el Principado alcanzó su cúspide poblacional en aquel 1981. Había 1.129.556 habitantes en la región, por los 1.011.560 que, según la Sociedad Asturiana de Estudios Económicos e Industriales (SADEI) hay ahora. Son 117.996 menos. Del orden de 2.877 menos cada año desde aquel lejano pico. “Hemos perdido más del 10% de la población”, señala el catedrático en Sociología, Rodolfo Gutiérrez, que asegura que ese declive poblacional está estrechamente ligado con la “dinámica económica”, que en Asturias ha sido peor que, por cercanía, las que tuvieron las vecinas Galicia o Cantabria.

En aquellos primeros años de los ochenta –a las puertas aún de la dura reconversión industrial que llegaría a finales de esa década y se extendería durante la siguiente– los asturianos labraban su vida en el campo o en las fábricas, ahora “buena parte de nuestra riqueza depende de las transferencias nacionales, de las rentas mínimas u otros instrumentos”, señala Rodolfo Gutiérrez. Hay una altísima dependencia del Estado. Y eso, apunta José Pablo Calleja, que aún falta por llegar a la jubilación la generación del “baby boom”, que en unos años engrosará también la extensa nómina de retirados de la región. “El Principado es líder en gasto social por habitante”, agrega Calleja.

Aún falta por llegar a la jubilación la generación del “baby boom”, que en unos años engrosará también la extensa nómina de retirados de la región. “El Principado es líder en gasto social por habitante”, agrega Calleja.

Así que la demografía regional se ha ido desangrando durante estos últimos años casi al mismo ritmo que la actividad económica del Principado iba cambiando de abrigo y abriéndose a un sector servicios en el que abunda, señalan los sociólogos asturianos, los bajos salarios y la precariedad. Al menos en una mayor proporción que en la industria. “Se pasó de una sociedad de obreros a una de profesionales”, sostiene Marta Izquierdo. Un proceso similar al que se vivió en el resto del país, solo que el punto de partida del Principado era muy diferente al de otras regiones. Allá por 1981 el Principado era más obrero, con menos clases medias y más campesino que la sociedad española en su conjunto. Y de aquella, probablemente como ahora, la clase obrera tenía bastante poder adquisitivo. Tanto que de un solo sueldo podía vivir la familia de los Feito o de los Quintana a cuya ventana se asomaron en el primer párrafo.

Rodolfo Gutiérrez sostiene en un estudio que realizó hace unos años sobre los cambios sociales sufridos por la región en estas últimas décadas, que en 1981 solo una tercera parte de los hogares de la región (el 38%) tenían más de un perceptor de renta (un sueldo, una pensión, un subsidio...). Es decir, había un 62% que vivía con relativa tranquilidad con una sola fuente de ingresos. Una circunstancia que era, por aquella época, mucho más acusada en el Principado que en otras comunidades españolas, especialmente entre aquellas bañadas por el tranquilo mar Mediterráneo y donde la tercerización de la actividad económica iba tomando ya cierto impulso. Y, que, según Rodolfo Gutiérrez, pone de manifiesto que en aquellos primeros años de los ochenta lo que predominaban en Asturias eran “estructuras familiares tradicionales”, al calor de actividades económicas que permitían mantener con cierta holgura a una familia numerosa.

En 1981 la mayor parte de los hogares asturianos podía sostenerse con un solo sueldo, ahora las parejas necesitan más de una fuente de ingresos

Pero el cambio que a partir de entonces sufrirían las familias asturianas llevaba ya unos cuantos años fraguándose, en palabras de Marta Izquierdo. Dos décadas antes de los 80 –en los sesenta– es cuando tiene lugar el gran éxodo rural. Cientos de familias van abandonando el campo para mudarse a las emergentes y ciudades asturianas, a Oviedo, Gijón y Avilés. Un proceso que empezó con mucho ímpetu, luego se ralentizó, y pasados unos años volvió a tomar impulso. Dice Rodolfo Gutiérrez en su estudio sobre los cambios sociales de Asturias que “lo que había sido un proceso temprano de urbanización en los años cincuenta y sesenta parecía frenado en la década siguiente. Entre 1970 y 1981 el área urbana central (que comprende a los municipios de Oviedo, Gijón, Avilés, Langreo y Mieres) solo pasó a aglutinar de un 52 a un 57% de la población asturiana durante esos años”. Ahora el que está considerado como el área metropolitana del Principado concentra casi al 80% de la población asturiana, con lo que el éxodo lejos de ir perdiendo ritmo fue acelerándose. En ese primer tránsito de lo rural a lo urbano tiene mucho que ver, por supuesto, el tirón industrial. Comienzan a establecerse en la región las que ahora se identifican como multinacionales, como la actual ArcelorMittal (que durante aquellas décadas cambió con frecuencia de nombre) a la cabeza. La clase obrera iba ganando en importancia, poder, sueldo e iba engordando en número.

En ese tránsito que da Asturias del campo a la ciudad también se produce un hecho curioso. Apunta Marta Izquierdo que es la década de los setenta cuando hay un mayor índice de natalidad en la región. “A partir de ahí fue disminuyendo”. Es en esos años previos a la aprobación del Estatuto de Autonomía, cuando en la región comienzan a construirse gran número de institutos y centros de educación superior lo que permite que la mujer, hasta ahora relegada a las tareas domésticas o de apoyo en los trabajos agrícolas, formarse para, lógicamente, ir incorporándose a un mercado laboral que hasta ese momento le había cerrado las puertas a cal y canto. Aunque, matiza Izquierdo, que aquello fue algo más “cualitativo que cuantitativo”. Es decir, que su desembarco en los centros de trabajo fue algo más bien simbólico, porque el número de mujeres trabajando aún no era demasiado elevado durante aquellos primeros años de autonomía. Ese tránsito de la mujer tardaría aún unos años en completarse. Al principio, además, la mujer va encontrando acomodo laboral en sectores como el de la sanidad y, sobre todo, la educación que son los que sí que le abren las puertas de par en par.

Los Alcántara, en una de las temporadas finales.

Toda aquella estructura social se rompe en mil pedazos durante los años de reconversión industrial, cuando los tres pilares que sostenían –y sobre los que aún se apoya la economía asturiana– comienzan a tambaleares: la siderurgia, el naval y el, ahora ya enterrado, carbón. Aunque los dos primeros –estoicos, pero mermados de efectivos– consiguen ir sobreviviendo y, precisamente, ahora están volviendo a recuperar parte del brillo perdido durante aquellos años. Asturias comienza en los 90 a abrirse a sectores como el turismo o incluso las nuevas tecnologías. Mientras que los sectores más tradicionales, como el del metal, tratan de modernizarse para no quedar aislados en la carrera frente a sus competidores europeos.

Marcos Martínez, presidente del colegio de Graduados Sociales de Asturias, asegura que la estructura económica de la región pasó de las grandes empresas que había entre los años 1980 y 2000, con trabajadores que tenían su primer trabajo y se jubilaban en la misma empresa, a la cultura del emprendimiento que ha tenido dos fases. Una de 2008 a 2018 donde se genera una burbuja emprendedora impulsada por las subvenciones y ayudas al emprendedor y la falta de empleo por cuenta ajena, y que tiene un alto índice de fracaso en Asturias con respecto a otros territorios.

El complicado tránsito provoca que muchos jóvenes tengan que salir de la región en busca de un nuevo empleo de calidad. El paro juvenil sube y los hogares se van vaciando

La segunda es tras ese 2018 y se centra en sectores de alto valor añadido, basados en lo nuevo, lo diferente y la reinvención. “La Asturias obrera se mantiene, pero con unos sueldos cada vez más bajos para dar equilibrio a la familia. El PIB per cápita asturiano está por debajo de la media, la renta per cápita está lejos de las regiones europeas más prósperas y el nivel de terciarización de la región ha aumentado considerablemente en los últimos años gracias a la administración pública, la sanidad y la educación”, señala.

Esos cambios en la estructura económica van tallando también la vida familiar. El complicado tránsito provoca que muchos jóvenes tengan que salir de la región en busca de un nuevo empleo de calidad. El paro juvenil sube y los hogares se van vaciando.

Así que si hoy uno se asoma a la ventana de cualquier hogar asturiano –sin caer en el voayerismo– lo más seguro es que dé con una familia de pocos miembros, en la que hay más de una fuente de ingresos para poder hacer frente a la hipoteca, gastos e impuestos, y en la que hay pocos niños. La mitad que cuando se firmó el Estatuto. Con lo que, llegados a la cuarentena, los Feito o los Quintana que en los ochenta eran familia numerosa ahora tienen bastantes papeletas para haberse convertido en un hogar unifamiliar.