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Asturias y su futuro

El crecimiento económico y el reequilibrio demográfico, los dos retos que reclaman un esfuerzo bien pensado, compartido y persistente en la región

Un joven usa una bandera de Asturias para cubrirse en medio del Sella. Miki López

En el medio siglo último, Asturias ha experimentado una gran transformación en sintonía con las tendencias globales. El teléfono móvil y el ordenador son los símbolos de la mudanza, aunque solo alcancen a sugerir una idea aproximada de su profundidad, extensión y velocidad. En nuestra vida política se percibe el impacto de la democracia establecida en España y al constituirse en Comunidad Autónoma la región dispone por primera vez de instituciones de autogobierno. La sociedad asturiana disfruta de un mayor bienestar y se muestra más abierta al exterior. No obstante, los múltiples cambios han tenido también algunas consecuencias problemáticas.

Cuando el CIS nos pregunta en las encuestas poselectorales por los asuntos más importantes de los que debería ocuparse el gobierno entrante, la inmensa mayoría de los asturianos concede prioridad de forma invariable al empleo. La escasez de oportunidades laborales está acelerando la dinámica demográfica depresiva que traza un perfil claro del presente de Asturias.

El rendimiento administrativo de las instituciones autonómicas puede considerarse satisfactorio; el político ha sido decreciente

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Los asturianos deberíamos preguntarnos cuál ha sido nuestra aportación al cambio histórico de nuestra región. Esta es una cuestión pendiente respecto a la evolución de la sociedad asturiana a partir de la industrialización durante el siglo XIX. De acuerdo con los estudios que Luciano Cafagna dedicó al desarrollo regional, Asturias sería un buen ejemplo de modernización pasiva. En tiempos recientes, particularmente, los avatares más relevantes de la economía asturiana han sido inducidos por agentes integrados en ella desde el exterior.

El Estado sostuvo la minería y la siderurgia hasta que decidió su cierre o venta, el motor industrial perdió potencia en los vaivenes del mercado global y la Unión Europea financió infraestructuras, además de dar ejemplo en modelos de gestión pública. Para muchos asturianos, nuestra región ha sido abandonada por los grandes intereses corporativos y geopolíticos. “Han acabado con el mundo rural”, señalando a los innominados responsables, es la expresión que condensa la actitud de sus habitantes. El impulso dado por las élites locales a la modernización de Asturias ha sido por lo general flojo, subalterno y discontinuo. El resultado ha sido un desarrollo rápido, espacialmente dispar y quizá fugaz. Y una región con una acusada heterogeneidad interna de sus diversas partes, el centro dividido, las Cuencas y los extremos oriental y occidental.

La otra limitación de la sociedad asturiana es su débil implicación pública en los asuntos regionales. Los asturianos participan a distancia del combate político nacional, pero permanecen al margen del proceso autonómico

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La definición del futuro de Asturias está condicionada a la resolución de dos retos gigantescos, el crecimiento económico y el reequilibrio demográfico. La región presenta en relación con ambos el peor balance histórico. Son desafíos que reclaman un esfuerzo bien pensado, compartido y persistente. La gobernanza de las complejas sociedades actuales descansa en instancias de coordinación a gran escala, entre los estados, pero simultáneamente otorga una responsabilidad más amplia a las unidades políticas de tamaño reducido.

El Estatuto de Autonomía es una herramienta muy poderosa en manos de los asturianos. El rendimiento administrativo obtenido de las instituciones de la Comunidad Autónoma puede considerarse satisfactorio, pero el político ha sido decreciente y hoy está en un nivel bajo. Perdida la capacidad para tomar la iniciativa que demostraron los primeros gobiernos autonómicos, en la vida política de Asturias se revelan dos graves limitaciones. Una afecta al sistema de partidos. Es de los menos competitivos del estado autonómico.

Después de las últimas elecciones, la ventaja del partido ganador sobre el segundo solo ha sido superada en Madrid y Galicia. En nuestra historia electoral, únicamente en 1983 el PSOE había conseguido una diferencia de votos mayor. En las elecciones de 2003 y 2007 el PP disputó la victoria. La alternancia en el gobierno se produjo en 1995 y en 2011, pero las dos experiencias concluyeron en un estrepitoso fracaso del PP y de Foro. De manera que una rivalidad política mermada nos ha privado a los asturianos de un fuerte estímulo para hacer que los partidos sean más exigentes y formulen metas más ambiciosas.

No podremos decir que existe una auténtica opinión pública asturiana, mientras los propios asturianos no sepamos cuál es la opinión mayoritaria sobre los asuntos más polémicos en nuestra Comunidad Autónoma

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La otra limitación de la sociedad asturiana es su débil implicación pública en los asuntos regionales. Los asturianos participan a distancia del combate político nacional, pero permanecen al margen del proceso autonómico. La pretensión de recuperar la intensa politización de los años de la Transición está, por varios motivos, fuera de lugar. La cuestión ahora estriba en que las distintas voces de todas las Asturias tengan una presencia constante en la esfera pública y una comunicación fluida con los grupos parlamentarios y el gobierno.

Las apariciones esporádicas del Occidente, los ganaderos y los promotores de la cooficialidad del bable indican que hay alguna carencia en la relación de los políticos con los ciudadanos. No podremos decir que existe una auténtica opinión pública asturiana, mientras los propios asturianos no sepamos cuál es la opinión mayoritaria sobre los asuntos más polémicos en nuestra Comunidad Autónoma. Además de los partidos y las organizaciones patronales y sindicales, las generaciones jóvenes, la Universidad y los profesionales que ya despuntan en su actividad y por sus capacidades, son los llamados a cubrir el enorme vacío que se observa en la esfera política de Asturias. No es necesario que se conviertan en políticos profesionales y ocupen cargos. Para enriquecer el debate público, sería suficiente con que prestaran atención e intervinieran. Si nada de esto ocurre, es probable que el sistema de partidos se contagie de inmovilidad y nuestro futuro próximo seguirá de gris.

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