Si los partidos políticos españoles deciden finalmente que haya nuevos comicios el 26 de junio, al menos podrían ahorrarse, a ellos y a la vez a los españoles en su conjunto, todo el ceremonial de la precampaña y la campaña electoral. Porque, realmente, ¿en qué van a cambiar sus propuestas respecto a lo que ofertaron el pasado 20 de diciembre? En nada, pues nada políticamente destacable han hecho unos y otros en los últimos cuatro meses excepto el acuerdo -llamado al fracaso desde el principio- que suscribieron el PSOE y Ciudadanos con el objetivo fundamental de ganar puntos ante la opinión pública, no de comprometer a ninguna otra formación.
Lo único nuevo en el escenario político español es el espectáculo nada edificante dado por los grupos parlamentarios en búsqueda de la hipotética gobernabilidad del país. Y como ahí se quedó todo (al menos por el momento y salvo sorpresón de última hora), pues todo lo demás continúa intacto. ¿O es que los partidos van a cambiar ahora sus programas electorales? Quizá maticen algo, pero lo más probable es que ni eso.
Además, los candidatos a la Presidencia del Gobierno serán los mismos. Entonces, ¿qué?, ¿de nuevo los mismos debates? Bueno, a lo mejor no, a lo mejor Mariano Rajoy da un paso al frente y acepta discutir con los otros números uno en lugar de Soraya Sáenz de Santamaría como sucedió en diciembre. Si fuera así, sí estaría bien y sería probablemente muy esclarecedora la porfía entre los aspirantes a llegar a la Moncloa.
Y si, encima, se mantienen las listas de candidatos del 20-D, como pretende hacer con las suyas el líder de Podemos, Pablo Iglesias, pues casi como que valdría más que los partidos apostasen por el ahorro y por limitar al máximo sus actos electorales. Darían ejemplo, lo que no estaría nada mal en los tiempos que corren. Pero va a ser que no. Va a ser que unos y otros machacarán a los electores con consignas ya supersabidas porque las llevan repitiendo, prácticamente, desde el mismo 20 de diciembre del pasado año.