Párroco de la iglesia de San Pedro de Gijón

El cura de la reforma litúrgica en Asturias

En memoria del sacerdote José Antonio Pérez del Río

La reforma litúrgica fue como el talismán del Concilio Vaticano II. Hacía cien años que no se reunían tantos obispos de diferentes culturas. La vez anterior fue con motivo del Concilio Vaticano I, que convocó en Roma, después de trescientos años del de Trento, el papa Pío IX, y en él se declaró la infalibilidad el Romano Pontífice. Duró menos de un año, (8 de diciembre de 1969 - 20 de octubre de 1970), aunque tuvo también cuatro sesiones. Quedo aplazado "sine die" por la toma de Roma papal. Asistieron setecientos obispos de todo el mundo, aunque la mayoría eran italianos, muchos de ellos en las diócesis misioneras de Asia y África. Hubo ya serias discrepancias que provocaron el abandono del aula conciliar de más de cincuenta obispos. Algo inaudito. La diversidad era mucho mayor entre los tres mil obispos que se reunieron en Roma en 1962, convocados por Juan XXIII, para el Vaticano II. Se manifestaba en el conocimiento de las diferentes culturas de procedencia y en la enseñanza y reflexión teológica de las Universidades Católicas, como por ejemplo la Gregoriana de Roma, y las de Lovaina, Nimega, Múnich y las de América?. Había que buscar un tema que conciliara mejor sus opiniones y decisiones para un el buen comienzo del gran evento eclesial. Se temían serias discrepancias y debates. El tema elegido y de consenso fue la reforma litúrgica. En Asturias, uno de los impulsores y difusores de esta reforma litúrgica conciliar fue José Antonio Pérez del Río, que en el silencio y después de un largo ocultamiento por su deteriorada salud que le fue poco a poco discapacitando, nos acaba de dejar este martes 28 de octubre. La diabetes muy severa fue mermando su vista, que desde muy joven por gravedad de su daño, cuidaba en la clínica Barraquer y que también fue afectando a su temperamento en principio comunicativo y luego introvertido.

Había nacido en Canero, en el occidente asturiano, el 16 de septiembre de 1934. Ingresó en el Seminario después de algunos cursos de bachiller. Recibió la ordenación sacerdotal el 29 de junio de 1961. Los 56 años de sacerdocio los vivió todos en la ciudad de Oviedo, donde estuvo de coadjutor o adscrito a las parroquias de San Pablo de la Argañosa y de San Juan el Real. Era una persona inteligente y su afición fue precisamente a la liturgia de la que el Concilio dice que "es la fuente a la cual tiene la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza", la fuerza para ser y vivir como hijos de Dios. En la liturgia se nos da la gracia de la salvación, con distintos modos de presencia de Jesucristo , (" Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la liturgia" afirma el Concilio), y al mismo tiempo en ella rendimos agradecimiento y culto a Dios y nos reúne y nos pone en comunión como pueblo suyo, como Iglesia. Pérez Río así lo vivía intensamente, como un monje benedictino, y luchó para superar una visión de la liturgia como ceremonias y ritos externos y hacernos comprender la vida divina y la relación con Dios que se expresaba y se manifestaba en la belleza de una sobria celebración. Nada le exasperaba y provocaba más, hasta hacerle saltar su genio, que una opinión o consideración ceremoniera y superficial de la acción litúrgica. Había hecho cursos en el Instituto de Liturgia de Barcelona con el que mantuvo una buena relación y donde le consideraban después como un experto y conocedor de esta temática. Tenía una buena biblioteca y estaba al tanto de todo lo que se publicaba, aunque últimamente tuviera que leerlo ayudado de una lupa. La afición por proseguir en su conocimiento y profundización podía más que las dificultades que le sobrevenían. Su mayor dedicación sacerdotal fue como profesor y delegado diocesano que empleó en clases, formación permanente, acompañamiento en reuniones que él preparaba primorosamente. Quiso transmitirnos y convencernos de que esta faceta de la vida cristiana vivida y celebrada era muy importante y básica para otras dimensiones del cristiano porque "sin Eucaristía no hay Iglesia ni cristiano". Dedicó mucho tiempo a explicar y dar a conocer las nuevas orientaciones litúrgicas a las Congregaciones Religiosas donde él tuvo siempre una agradecida y buena acogida y valoración de su saber. Le animé muchas veces a publicar algunas de esas explicaciones e interpretaciones de la Constitución Vaticana, y de sus aplicaciones a temas importantes devocionales, moniciones para la celebración de la Eucaristía y otros sacramentos, que serían muy prácticos para la pastoral diocesana. Era humilde y me contestaba: Hay otros que lo hacen mejor que yo.

Fue largo y duro ese apartamiento y vida oculta a que le sometió la enfermedad durante sus últimos años. Él, que nos ha dicho con frecuencia que en la liturgia de "se ejerce la obra de nuestra Redención", liberado de la esclavitud de la frágil debilidad en la que nos podemos ver, fortalecido por el misterio de Cristo resucitado, gozará de la liturgia celestial en la que siempre creyó.

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