Banderas, playas y consecuencias

Las enseñas azules son un estándar mundial de calidad ambiental

En lo más alto quedan siempre las banderas de la esperanza, madre. Son las últimas que nos quedan, y ¿quién será capaz de abatirlas definitivamente?

Ángel María de Lera, "Las últimas banderas"

En cinco playas asturianas no ondearán este verano banderas azules, a diferencia del pasado. En Anguileiro (Tapia) y en La Palombina, Barro, Toró y El Sablón (las cuatro de Llanes) han sido abatidas a pesar de todas las esperanzas que representaban.

La Fundación para la Educación Ambiental (FEE) las impulsó, a partir de 1985, desde Francia a todo el mundo. Pronto ondearán en todos los países europeos, se están extendiendo también por el centro y sur de América y han iniciado su despliegue por el Cono Sur en África, Australia y Asia. En resumen, más de sesenta países. A ello han contribuido, entre otros actores y razones, el apoyo que tienen de la Agencia de Naciones Unidas para el Turismo, la Agencia Europea para el Medio Ambiente o la Unión Europea para la conservación de costas.

La buena calidad del agua, la protección de ecosistemas y especies con una adecuada gestión ambiental, la seguridad de los bañistas con equipos cualificados de salvamento y primeros auxilios, la señalización oportuna y la fácil accesibilidad para cualquier persona están garantizadas en todas las playas donde ondean.

Por ello la bandera azul es un símbolo reconocido, en el mundo, por millones de usuarios de playas y un estándar mundial de calidad medioambiental. El rigor de la metodología con que se conceden, la solvencia académica y/o institucional de quienes lo hacen y la independencia de la Fundación que la creó y gestiona tuvieron mucho que ver en ello.

Aquellos municipios que comparten los rigurosos objetivos que defiende y valoran la proyección y publicidad que reportan las solicitan y tramitan. En caso contrario, renuncian a ello. Así de simple, sin excusas. Ni tan siquiera las de mal pagador, porque su coste económico es nimio.

Y quien desista debe ser consciente de que renuncia a beneficios cuantiosos en términos de prestigio, notoriedad y difusión mediática nacional e internacional; es decir, una promoción turística impagable. Quien queda fuera reduce el conocimiento y prestigio de su "marca", la afluencia de bañistas en sus costas y la de turistas nacionales e internacionales en sus territorios.

Ésas son las consecuencias. Ni más, ni menos.

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