José Luis Novalín y mi visita al Papa

El clérigo sabio y ejemplar que abrió las puertas del Vaticano para una audiencia con Juan Pablo II

José Luis González Novalín era un sacerdote sabio y ejemplar, a quien yo llamaba mi cardenal "in pectore", desde que en 1989 me abrió el camino para un encuentro con Juan Pablo II, un mes antes de que viajara a Asturias. Era entonces vicerrector, más tarde sería rector, de la iglesia de Santiago y Montserrat, y de su residencia para sacerdotes españoles que acudían para la ampliación de los estudios eclesiásticos. Era el templo de España en Roma, donde habían estado depositados los restos de Alfonso XII hasta su traslado a El Escorial. Y a quien ejercía tan distinguido cargo se le suponía influencia en alguna de las muchas puertas del Vaticano, ancha o estrecha, principal o trasera.

En las Navidades de 1989, cuando se supo que el Papa vendría a Covadonga, mi compañero José Vélez y yo encontramos en la calle al Padre Novalín y sin más preámbulos le propusimos que "ahora que va a venir Juan Pablo II, no estaría mal que recibiera a 'Hoja del Lunes', semanario de la asociación de la prensa ovetense", de la que yo entonces era director. Su respuesta, "bueno, se puede intentar", fue esperanzadora y a partir de entonces establecí periódicas comunicaciones con él, en ninguna de las cuales se mostró pesimista.

Supe después que con quien negociaba la visita no era ningún monseñor de la Secretaría de Estado, sino con el secretario privado del Papa, Estanislao Dziwisz, en la actualidad cardenal de Cracovia. Con su gran capacidad de persuasión y conocimiento de los recovecos vaticanos, José Luis estaba a punto de culminar con éxito sus intentos. Y así fue. El sábado 27 de mayo de aquel año llegó la llamada tan esperada: "El lunes a las seis de la mañana debemos de estar ante el pontón de bronce y nos conducirán hasta la capilla donde dice misa a diario Juan Pablo II". Llamé a Mario Bango, entonces presidente de la Asociación de la Prensa, porque me pareció que, puesto que se trataba de una audiencia a "Hoja del Lunes", él debería de estar allí. El domingo por la tarde nos recibió nuestro anfitrión en el aeropuerto, y mientras nos conducía al hotel, nos fue dando cuenta del programa de nuestro encuentro con el Papa.

José Luis concelebró la misa con el Papa y después un secretario personal, sacerdote vietnamita, nos acompañó hasta la biblioteca privada, y al cabo de unos minutos apareció el Pontífice. Conversamos durante unos instantes, le entregamos el "Libro de Asturias", un ejemplar de "Hoja del Lunes" y un libro con las visitas "ad límina" de los obispos de Oviedo, del que era autor nuestro cura. Fue la culminación de un reto personal y profesional que había comenzado como un intento casi imposible, pero siempre hay una puerta trasera para conseguir los grandes logros. Y Novalín las conocía bien. Hablé muchas veces con José Luis Novalín de aquella audiencia y celebrábamos el éxito de haberla conseguido, gracias a su conocimiento de los recovecos del Vaticano, a su habilidad, capacidad de persuasión y a la gran fe puesta en el empeño. La semana pasada, cuando me enteré de su ingreso en el hospital, lo llamé como lo hacía con alguna frecuencia. Naturalmente me dirigí a él como mi cardenal "in péctore" y se rió con ganas. Me dijo que no se encontraba muy mal y hablamos durante un buen rato, sin que me diera sensación de cansancio. Charló con ese buen humor que yo le conocía desde hacía muchos años. Y se mostraba moderadamente optimista. Pero con toda seguridad la enfermedad que padecía aceleró su muerte.

Era un sacerdote culto, estudioso, intelectual profundo y buen conocedor de la Historia de la Iglesia; generoso, cordial, simpático y virtuoso y dotado con un fino sentido del humor. Nunca me olvidaré de él. Mi hondo dolor por el amigo fallecido y una oración por su alma.

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