Uno de los grandes

Luis Fernández-Vega

Luis Fernández-Vega

Con el fallecimiento de Juan Velarde todos salimos perdiendo. No solo porque, como en el poema de John Donne, cuando suenan las campanas lo hacen por cada uno de nosotros y ser esta razón más que suficiente, sino porque con él se va uno de los grandes maestros del pensamiento, económico, sobre todo, que entroncaba con la tradición de esta tierra de dar a luz a extraordinarios economistas.

Carezco de la formación y conocimientos necesarios para glosar una trayectoria excepcional a lo largo de muchos años como sin duda harán alumnos y estudiosos de su prolífica obra, pese a haberla seguido desde la cercanía que propició la estrecha amistad que mantuvo con mi padre, asentada en el reformismo conservador que ambos compartían, así como en su profundo amor a Asturias, para la que estaban empeñados en hallar soluciones a una decadencia que ya hace décadas se barruntaba.

Tan riguroso como vehemente, seguir sus disertaciones sobre los temas más diversos fue un privilegio de los que guardo en la memoria, pues contribuyeron –en mi caso desde luego– a abrir perspectivas que no siempre se ajustaban a las tendencias dominantes en cada momento, dada la independencia de criterio de la que siempre hizo gala, al igual que otros economistas asturianos tan prestigiosos como, por ejemplo, Valentín Andrés a quien le unía, además, la querencia por el Occidente de nuestra comunidad.

No puedo olvidar que entre sus muchos y merecidos galardones, se encuentra el premio de Ciencias Sociales de la Fundación Princesa de Asturias, y de su entrega y compromiso con los cursos de La Granda y como me honró con la concesión de la Medalla de esta institución académica el último verano. Generosidad esta que acentúa el dolor que siento por su pérdida, aunque las campanas que hoy sonarán con especial intensidad en su Salas natal serán manifestación inequívoca de que lo hacen por todos, de que se trata de un sentimiento muy compartido en esa Asturias a la que tanto quiso.

Tuve ocasión de operarle de su aguda miopía hace una década, y me viene ahora a la cabeza una metáfora y un deseo: la de que ello hubiera podido ayudar, a partir de entonces, a que las luces largas con las que siempre adornó su pensamiento, se conciliaran mejor con las de proximidad que nunca abandono. Sin duda, la intervención quirúrgica no dio para tanto, ni ese objetivo está a su alcance, pero en este caso me hubiera gustado que hubiera sido así.

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