A Amado González Hevia, que nació en Grado pero es avilesino desde los 12 años, lo bautizaron también Favila para que el niño pudiese tener en el futuro un nombre artístico relacionado con la historia de Asturias. Precisamente a él, que siendo una firma cotizada, no va de artista por la vida. Realmente, Favila no va de nada. Es un tipo sencillo, afable y totalmente sincero, ajeno a la pedantería típica de los creadores y creadoras. El antiprogre.

-Yo lo único que he pretendido y quiero es dedicarme por entero al oficio.

El «oficio» le ha llevado a pintar más de mil cuadros y a esculpir no sé cuántas figuras por encargo que, en muchos casos, cumplen un fin decorativo urbano, y, en otros, como ocurre con el conjunto escultórico de «Marta y María» y con Avilés, son relegadas por el sectarismo político, que lleva al Ayuntamiento actual a rechazar las obras contratadas durante el tiempo en que gobernaban otros. Una lástima. Un dolor.

Don Amado, el padre de Favila, al que recuerdo en su taller de rotulista, había quedado a las puertas de Bellas Artes, pero por esa misma razón se marcó el objetivo de que a su hijo no le ocurriese lo mismo. Y no le ocurrió, porque Favila estuvo en Valencia los años que le llevó obtener el título. De allí se trajo la formación académica que a lo largo de su trayectoria supo engarzar con las oportunidades que iban surgiendo. Y que le ha servido, además, para impartir magisterio en la Escuela de Artes y Oficios, donde, entre una cosa y otra, hace dieciséis años que enseña su prodigiosa técnica a los alumnos.

-Aprendí más ayudando a mi padre en el taller que en la Escuela de Bellas Artes de Valencia.

Favila puede pintar cualquier cosa y en cualquier momento, sin que para hacerlo tenga necesariamente que trascender del mundo de los mortales. No le da importancia. No levita. A escala, digo a escala, le ocurre un poco lo que a Mozart, al que la música le venía por oleadas ante el cabreo de Salieri, al que todo le parecía mucho más complejo y, por tanto, imposible.

Al artista en cuestión le importa un comino ser reconocido como tal. Se desprende con generosidad de la obra una vez que ha satisfecho el encargo del cliente. No le tiene especial cariño a ningún cuadro, porque en definitiva ha pintado de todo con un desprendimiento entre inconsciente y sincero. Él lo pasa bien pintando y punto. No quiere hacer otra cosa.

-Suelo ser impulsivo. Es importante la reflexión pero también la intuición.

-¿Podemos hablar de épocas?

-Bueno, tuve una época en que me influyeron Goya y la pintura negra. Goya fue un avanzado, pero no descubro nada al hablar de su influencia.

Ahora bien, Favila, como todo el mundo, se ha rendido en alguna ocasión al culto. No esconde que le gusta pintar como Charlie Parker tocaba el saxo. Improvisación, devoción por el jazz... A Favila lo conocí recreando un mural inspirado en la portada del disco de unas sesiones de blues en Londres, creo que de Howlin$27 Wolf. Después se compró un saxo con la intención de aprender a tocarlo y durante un tiempo hizo la carrera del meritorio, intentando sacarle lo mismo que a la paleta de colores, pero sin éxito.

-Llegué a tocar alguna que otra canción. Pero ahora sólo me dedico a escuchar, salvo por Carnaval.

En Carnaval, aunque la cosa va decayendo, Favila solía convertirse en el hombre de las mil caras. Un disfraz cada día. Y cada uno más ocurrente o imaginativo. La capacidad de transformar la realidad no tiene límites.

-En Valencia aprendí a disfrazarme. El «body art», la expresión corporal, no sé...

La escultura pública o civil ha ayudado a nuestro hombre, como a otros muchos artistas, a salir adelante. En Oviedo son obra suya, las vendedoras del Fontán, Campomanes, Alejandro Casona, Santa Eulalia de Mérida y otra que no consigo recordar en estos momentos. En Avilés, el tratante del ganado del Carbayedo, las ya citadas Marta y María, pero sobre todo la figura de la Monstrua, en la calle Carreño Miranda, el monumento seguramente más frecuentado de la ciudad, adonde acuden los turistas para hacerse fotos.

-¿Qué tiene Eugenia Martínez de Vallejo, que tanta expectación levanta?

-A la gente le gustan las esculturas de tamaño natural, de significación histórica, para poder fotografiarse con ellas.

-Las peanas son para los próceres...

-Sí, para elevarlos aún más. Los monstruos, sin embargo, despiertan ternura. Eugenia Martínez de Vallejo siempre estuvo muy bien considerada en su tiempo. No es cierto eso de que a los enanos y los bufones los despreciaban. Al contrario, eran muy queridos.

El mundo de Favila, salvo la veneración por Parker, no es un mundo de mitos. Pero Leonardo, por supuesto, es el «number one». De hecho, ha pintado su propia versión de «La Gioconda». Entre los pintores nacionales, el favorito es Sorolla, que describía la realidad con pinceladas largas y una luminosidad deslumbrante y majestuosa, según Favila.

El pintor, que vive en el edificio que a principios del siglo pasado ocupó el Gran Hotel, tiene en Avilés su principal fuente de inspiración o de observación. Para él, no hace falta salir, aquí y allá; en todos los lugares existe un escenario por donde van pasando los personajes de la vida, las cosas que luego uno puede ver en una pintura o en cualquier otra obra.

-Para lo conceptual no hace falta aprender un oficio.

-En la pintura hay mucho timo, ¿no?

-Se cuelan muchos, sí. Teniendo en cuenta de que un cuadro se basa en la sugestión.

La última de Favila, el proyecto pendiente, es hacer un paso de Semana Santa, al estilo de los grandes imagineros españoles: Martínez Montañés, Juan de Mesa, «la Roldana», etcétera. Trece figuras en busca de un autor para la Sagrada Cena. El párroco de Miranda y polígrafo, José Manuel Feito, lo está pinchando.

-Igual hay que poner en marcha otra cofradía.

-No sé. Ya tenemos prácticamente de todo. Creo que nos falta la Sagrada Cena.

-¿Así que usted no se considera un artista?

-No estoy preocupado por eso. No veo la necesidad de crear por crear. Si sale, sale.