De nuestro corresponsal Falcatrúas

(Segunda puntata de esta crónica, continuando la milonga del lunes pasado).

En Bildeo quieren darle un meneo a la fiesta local, San Simeón y San Tolomeo, para atraer turistas, ganao, lo que sea, que se hable de este municipio, que aparezca en el mapa, en LA NUEVA ESPAÑA, en la tele. La fiesta no da para mucho, así que pensaron en montar unos Sanfermines, pero como aquí la pasión por los toros es cosa de las vacas, la carrera será con xabariles.

Pepe Torazo, furtivo oficial, sabía que un primo suyo tan delincuente como él tenía en una finca una camada de jabalíes que había capturado recién nacidos y que mostraba, orgulloso, a todo el que quisiera verlos fozando felices. Pepe fue al pueblo de su primo y le pidió los seis «morlacos».

-Queremos organizar una carrera con ellos y luego los dejaremos sueltos en el monte.

-¿Y qué gano yo?

-Doscientos euros y que no te detengan. Hasta ahora los guardas dejáronlo correr, eran pequeñinos y podían morrer, pero ahora pesan más de cincuenta kilos y no puedes hacer chorizos con ellos, porque no tienes licencia.

-Pues ye la compañía que tengo, al no tener muyer ni guajes...

-Válente igual unes oveyes. Además, gastarán un dineral en comida.

-Eso sí, comen a Dios por una pata. ¿No pueden ser trescientos?

-Doscientos cincuenta, ni pa ti ni pa mí.

Según el plan previsto, la carrera discurriría por la caleya principal, que recorre Bildeo encajonada entre huertos y casas. La víspera de la fiesta cegaron con tablones posibles escapatorias de los jabalíes y dejaron dispuestos unos burladeros tapando las entradas a las casas.

El día de autos, vecinos e invitados acudieron a misa, algunos incluso entraron en la capilla, pero los más permanecieron por los alrededores, saludándose, sacando fotos y armando jaleo. El cura, cabreado, se desgañitaba por el micrófono, alternando preces con broncas, rogando silencio inútilmente. Años atrás, predecesores suyos lo hubiesen arreglado con una indicación a la Guardia Civil, aprovechando el paredón cercano.

Al salir de misa, el personal solía ir a la cantina y al juego de bolos, hasta la hora de comer, que en Bildeo es la del parte, las dos y media. El plan consistía en dar unos toques de corneta poco antes de las dos, como para convocar la junta vecinal, y que la gente fuese tomando posiciones para ver los gochos desde la barrera a lo largo de la caleya y entonces procederían a soltar los xabariles de la cuadra donde estaban encerrados.

Ése era el plan, pero algún hijo de la gran puta soltó los jabalíes antes de tiempo, salieron de estampida caleya arriba con escobas encendidas amarradas al rabo, chillando y fumiando como voladores y pasaron por delante de la capilla justo cuando la gente salía de misa.

Los ciento y pico presentes que vieron venir a todo gas aquella jauría envuelta en fuego y humo huyeron en todas direcciones saltando paredes, subiendo figales, hundiéndose penosamente, vestidos de fiesta, en los montones de cucho. Hubo una gran confusión, atropellándose unos a otros, presos del pánico. Los perros, desconcertados, dudaban entre esconderse de los voladores y perseguir a los jabalíes. Optaron por ladrar y aullar alocadamente, contribuyendo al griterío y la confusión.

Los xabariles huían aterrados de las llamas que arrastraban y, aunque alguno perdió la escoba encendida, dos o tres consiguieron salir por el pico del pueblo, perdiéndose en el monte y prendiendo fuegos a granel. Fueron tres minutos inolvidables.

Vecinos hubo que llevaban años dando la turra a don Cheluís, el médico, quejándose de reumas, artrosis y lumbagos, que al ver venir aquellos demonios treparon por las figales arriba como esguilos, siendo tantos a esguilar que las cañas esgayaron y fueron cayendo entre ortigas y espinos, llevando buenos berriazos.

La tía Celedonia, siempre quejosa de las piernas -es que no puedo con ellas, mamá no puedo con ellas-, remangó las faldas, escapó blincando como una corza, corza sin bragas, y acabó chapoteando sumergida hasta la cintura en un estanque de cucho blando, purín de primera calidad. Consiguió salir, sosteniendo las faldas remangadas por encima de la cabeza, que no se mancharan, luciendo unos pantis color marrón mierda que le evitaban el bochorno de que se le vieran el culo y el malvís.

Venancio Quilicas y algunos miembros de la Corporación fueron llamados a declarar. Salieron en la tele, sí, pero en los telediarios, como el cojo Mantecas, con la vergüenza de aparecer como los más brutos de este país de acémilas. Afortunadamente no se mancó nadie, sólo pequeñas contusiones, pero aquel día de fiesta lo tuvieron que dedicar a apagar fuegos, ayudados por dos helicópteros y sus equipos. Ya de madrugada, en el bar, Pepe Torazo, luciendo un casco de antiincendios, intentaba enseñar a cantar asturianadas a un brigadista ecuatoriano.

Seguiremos informando.

Para ir al meollo:

www.bildeo.org.