Las diferencias entre alta y baja cultura se han ido diluyendo en las últimas décadas al encontrarnos con numerosos productos de la cultura de masas que han erosionado esa distinción y porque, al cabo, una u otra cultura producen mercancías para el consumo, conscientes de que en el 99 por ciento de los casos terminarán en la basura porque «todo lo moderno», titula Verónica una de sus obras, «tiene fecha de caducidad». Por eso mismo tampoco podemos hablar de oposición entre arte, diseño, cómic e ilustración, que forman parte de un conglomerado de imágenes que buscan su aprobación en el mercado. No es extraño, por tanto, que en los últimos años se haya producido una recuperación del dibujo como práctica artística cuyo interés reside, actualmente, en la creación de un espacio autónomo, de un lenguaje que se aleje de estrategias de escaparate y asuma nuevos modelos de subjetividad.

Y Verónica Grech (Avilés, 1977) participa de estos ejercicios con unos dibujos deudores de la ilustración pero conectados con el mundo del cómic. Esta artista licenciada en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia, que ha recibido numerosos premios en la categoría de historieta gráfica y como ilustradora, realizó con anterioridad una exposición individual en la sala Borrón, significativamente titulada «Pensar es gratis». Y el pensamiento de Verónica, crítico y desencantado, sabiendo que «todo es una tontería», transita próximo al concepto de simulación y se enreda en preguntas acerca del deseo -mermado y manipulado- y la realidad, que «nunca es otra cosa», según Baudrillard, «que un mundo jerárquicamente escenificado», como la propia artista se encarga de recordar en el texto del catalogo.

Sus dibujos sencillos, con la línea definiendo el color, realizados con un trazo ágil, participan de una estética informal pero rotunda y nos sorprenden por su halo de sinceridad, a lo que contribuye la inmediatez del gesto. La mayoría de las obras incorporan textos y palabras de forma caótica, grafitis emocionales o reflexivos que aportan a la imagen ese pliegue narrativo que la aproxima al cómic. Esta tendencia hacia la historieta aporta frescura y cotidianeidad a la escena.

Lo femenino que definió el discurso de su anterior exposición en la sala Borrón pasa a un segundo plano -aunque la mayoría de la obras siguen protagonizadas por rostros de mujeres-, y ahora la artista libera otros conceptos e impulsa otros debates, revolviendo en los comportamientos individuales y sus condicionantes sociales. Esta temática queda resumida en una de las obras, que incorpora la frase «I want to be a robot» («Quiero ser un robot»), que cristaliza en la negación de cualquier autonomía individual, asumiendo el fin de lo imprevisible y el advenimiento de lo programado.

Verónica Grech escenifica su entorno, una realidad fragmentada de rostros trazados con un cierto aire pop; pero más allá de su carácter representativo, la artista concibe el dibujo como una herramienta de análisis y crítica, lo que convierte su trabajo en una valiente apuesta.