De pequeño soñé que asistía en Ostende a la muerte de Europa. Era el mundo de ayer de Stefan Zweig que tanto habíamos idealizado. En Ostende me detuve años más tarde, cuando ya no era ni una sombra de su pasado. Inglaterra, eso sí, estaba todavía del otro lado, envuelta en las brumas, perdida y misteriosa tras la inmensidad del mar. De zee: un mar gélido donde los peces se mueren de frío.

El Ostende que yo vi ya no era el antiguo balneario de la realeza, ni mucho menos el lugar donde desembarcaban los espías aliados. El mar del Norte se retiraba todas las madrugadas dejando huellas de gigante sobre la arena de la playa y horas después llegaban hasta sus orillas los turistas ingleses comiendo cucuruchos de gambas y mejillones. Es el mismo paisaje que describe José Luis de Juan en su precioso libro «Campos de Flandes». «El Visserkaai, muelle de los pescadores de Ostende, es una babel de ferrys y restaurantes; de ingleses despistados que echan un vistazo a esta puerta alegre del continente antes de cargar con chocolate y licores para el viaje de regreso». La ciudad está llena de chocolaterías.

En Ostende, cerca del paseo marítimo, vivió escondido James Ensor, aislado de las corrientes artísticas de su tiempo y rodeado de caracolas, conchas marinas y máscaras. Ensor fue un pintor extraordinario y turbulento. Sus fuentes de inspiración, la muerte, el Carnaval y el mar, proporcionaron contenido a sus cuadros de masas. En «Los bañistas de Ostende», un óleo sobre madera en tiza negra y lápices de colores, recrea de manera satírica y jovial un día en la playa. Dos docenas de mirones y un centenar de personajes, muchos de ellos con el culo al aire, cabalgando sobre las olas. Lo grotesco casi siempre figura en el primer plano de su obra.

Como recuerda De Juan, Ensor pintó hacia 1887 un grupo de estáticas figuras que se recortan contra un fondo marino de Turner. «Se diría una escena costumbrista de Brueghel o de Teniers y, sin embargo, hay algo extraño, algo monstruoso en esos personajes vestidos para la juerga. La rigidez de clase les impide salir de sí mismos. No están alegres ni ebrios, ni siquiera agitados como los campesinos de Brueghel y el Bosco: están muertos. Ensor certificaba la defunción de la sociedad que frecuentaba las playas de Ostende, pero, además, prefiguraba la estúpida sangría a la que personajes como ellos estaban llevando a Europa sin darse cuenta: la "Gran Guerra"».

El casino; el Kursaal; la promenade Albert I; el Bloemenuurkwek, con su reloj de flores; el viejo hotel de las Termas, todo esto y lo que el viento se llevó o los bombardeos de las dos grandes guerras representan el Ostende del mundo de ayer. Apenas nada en el mundo de hoy. Lo mejor, seguir las rachas de aire que sacuden la memoria por la costa de Flandes, 65 kilómetros de playas desiertas cubiertas de historia y poesía de Joseph Brodsky,Hugo ClausJacques Brel.

Zeebrugge está comunicada con Brujas por el canal Balduino. Se trata de un centro de vacaciones menos masificado que Ostende: una pequeña ciudad moderna sin grandes atractivos ni el eco de la historia, pero un buen lugar para comer pescado ahumado y platos rebosantes de conchas. No conozco De Haan, estación balnearia que cita José Luis de Juan en su libro, donde veranearon Zweig y el poeta Emil Verhaeren, autor de «Toute la Flandre». Escribe De Juan: «Por mucho que lo intento, no puedo imaginarme a esos dos caballeros que huyen del sol. En cambio, no me cuesta mucho ver a Jacques Tati intentando abrir un sombrilla contra el viento, o al Capitán Haddock bebiendo whisky en una de esas terrazas de De Haan mientras masculla canciones marineras».

Más agua. En 2001, Arcadi Espada viajó por la ribera del Ebro para levantar acta de su paisaje y de las historias en torno a él. El lector compulsivo tiene ahora la disculpa de la actualidad para disfrutar de un libro trufado de periodismo y otras curiosidades. Narración limpia y precisa. Espada cita a Pla y se reconoce en él, como el que se mira en el espejo del maestro. «Ebro/Orbe» reúne 62 crónicas del mismo periodista que ayer escribía sobre el trasvase: «Lo primero que han hecho los agricultores del Delta del Ebro ante los irreflexivos planes de la Ministra y el Consejero ha sido empezar a regar». El viajero cuenta cómo conoció en Fontibre a Pedro Arrojo, un profesor zaragozano, una noche que venía de tirarle agua a un ministro del Gobierno de España. «¿No quieren agua? ¡Pues toma agua!».

Espada reproduce esta conversación con el citado Arrojo:

-¿De quién es el agua?

-¿De quién es la Alhambra?

-El agua canta en su cerebro.

-El río es de todos. La Alhambra es de todos. Pero no vendrán los de Benidorm a llevarse la Alhambra.

-No creo: antes la harán allí.

-Pues que busquen en otro sitio el agua... cantarina, como usted dice.

Habría que saber lo que piensa en estos momentos el tal Arrojo de las llamadas aportaciones puntuales a Barcelona de agua trasvasada del Ebro.

Bibliografía

«Campos de Flandes». José Luis de Juan. Alba Editorial.

«Ebro/Orbe». Arcadi Espada. Tentadero Ediciones.