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uestra música tradicional sigue siendo la mejor embajadora de esta tierra. Y Asturias sabe ejercer de anfitriona; con calidadÉ y con trabajo. Estas dos premisas se han visto recompensadas -en parte- al ver como sobre todo lo que implica el Festival Intercéltico de Avilés recayó este pasado jueves el reconocimiento del Principado al declararlo fiesta de interés turístico.

Si España es un país cainita, en cada rincón de Asturias puede encontrarse la tumba de Abel. Son habituales los soniquetes: «que organicen otros», «que otros trabajen; ya estamos aquí unos cuantos para criticar cuanto se hagaÉ». Recuerdo bien los días de gestación y nacimiento del Festival Intercéltico de Avilés y el entusiasmo utópico puesto en la aventura por Xuan Casas, los de «Esbardu» y cuantos apostaban con riesgo por llevarlo adelante. «No durarán un año más», solía escucharse en boca de algunos que se dicen amantes del folk o de «lo nuestro» tras las primeras ediciones. «¿Dónde van estos de Avilés imitando a Lorient?». «Esto les va a estallar en la cara, por ambiciosos».

Ocurría que el citado Xuan Casas y quienes con él trabajaban no eran los «cabezaleros del moviendo folk» de una Asturias que llevaba pocos años asomando la cabeza en estos tientos. Hubo muchos proyectos y ninguno cuajó como ha cuajado éste, al menos en cuanto a estructura. Bien, pues ya han pasado doce años y el Festival Intercéltico de Avilés crece y recoge reconocimientos -algo tardíos- que probablemente no impliquen esa inyección monetaria imprescindible para que los escenarios ofrezcan nombres sobresalientes, cada día, durante la larga semana de celebración.

No han sido ediciones perfectas pero año tras año se ha buscado mejorar. Todo el trabajo conlleva buscar esta mejoría lógica, pero sobre la labor de la organización de este evento no puede caer ningún reproche que no signifique ayuda para que la música tradicional, «la de los celtas del Arco Atlántico», siga teniendo Asturias como exponente y referente aquí en la Península y mirando Cantábrico arriba.

Es casi imposible mejorar lo hecho durante 36 años de historia en Lorient. Llevan más de dos décadas de ventaja y esta cita avilesina que nació a imagen y semejanza del «hermano mayor» de los festivales no pretendía otra cosa que no fuera seguir poniendo con letras de molde el nombre de Asturias dentro del «territorio céltico internacional».

Llegaron nombres sencillos, artistas y grupos de mucho currículo y calidad y otros sin mucha «prensa». Se pasó del rugby a la gastronomía, a las traineras y a las misas cantadas en cada lengua céltica correspondiente. Se pasó por la pintura, cine, escultura, artes plásticas y fotografía. Llegaron grupos de baile con la tradición de cada rincón céltico y llegaron las gaitas, solas o en banda y no hubo desbandada.

El tiempo ha ido dando la razón y el público se multiplica año tras año. Lo que comenzó siendo una fiesta «para esos de las gaitas» se ha convertido en un escaparate de la villa del Adelantado y las comarcas vecinas. Se puede -se debe- seguir mejorando, pero, por falta de esfuerzo, doce años más tarde del génesis de esta fiesta, no va a ser. Dan fe unos buenos resultados; unos espectáculos de gran cartel en medio mundo y muchísimos nombres anónimos que han contribuido al crecimiento de este festival.

Pueden llegar más reconocimientos, pero, de momento, la labor continúa y es gracias al trabajo sordo de unos entusiastas que pocos parabienes han recibido en este tiempo trabajando para el divertimento de muchos. Hora es que esto cambie. La declaración de fiesta de interés turístico puede ser el renacer preciso.

Aurelio Argel es director del programa «Música para raptar princesas» de la cadena de radio Los 40 Principales.