E. C.

La mañana se debate entre el sol y la lluvia, pero finalmente será el aire quien gane la batalla en la ría de Avilés. José Domínguez se sube a «La Rechalda», donde le esperan el capitán, Manolo Picayo, el segundo patrón, Manuel Pulido, y los técnicos de balizamiento José Ramón Menéndez, José Manuel Vega y Juan Carlos García, trabajadores todos ellos de la Autoridad Portuaria de Avilés.

El plan del día consiste en visitar las boyas para revisar las cadenas y ver si están en buenas condiciones, ya que con el tiempo se deterioran y rompen. En la lancha van grilletes y trozos de cadena, por si hay que hacer algún remiendo. Es misión para un buzo, en este caso para José Manuel Domínguez.

Después de quitarse las botas de seguridad, el buzo despliega el traje y comienza a embutirse en él, mientras «La Rechalda» se dirige rápida hacia el primer objetivo. Los brazos los humedece con agua jabonosa, para facilitar la operación. Luego se ajusta los manguitos, es decir, los puños de goma de las mangas, mientras José Ramón Menéndez le ayuda a colocar la válvula incorporada en el traje a la altura del hombro, que le resulta incómoda, y le cierra la cremallera, situada en la parte superior de la espalda. Decide no usar el chaleco en la inmersión, sino que conecta la manguera a la botella de aire comprimido. Cinturón de plomos, aletas, gafas, gorroÉ Listo para bajar.

La lancha se detiene junto a la boya que, al igual que el resto de las dispersas por la ría y la bocana, está equipada de paneles solares: la energía se acumula en baterías de gel que alimentan los «leeds» luminosos, de menor consumo y superior rendimiento que una bombilla convencional.

José Domínguez desaparece bajo las aguas. Reaparece minutos después y emite el diagnóstico a sus compañeros: «La cadena está bien y aguantará otro año estupendamente». «La Rechalda» retoma el rumbo y avanza hasta la próxima boya.