Los primeros viajeros cogían el tranvía en Villalegre para ir al trabajo, que estaba a orillas de la ría, en el puerto de Avilés. Los obreros descendían por el tendido eléctrico del transporte público, que se inventó para la mudanza de costumbres, para la guarda de los animales, por unas calles limpias, fijadas y esplendorosas.

El tranvía eléctrico terminaba su ruta en la playa de Salinas. Así que, desde el primer día, el transporte público tenía más cara de comarca que de municipio. Transporte público, popular, barato y comarcal. Así desde 1921, cuando se fundó la empresa que debía explotar el camino de perfección, el de casa al trabajo y el del trabajo a casa. De esta manera los animales se quedaron en sus cuadras, encuadrados, con toda sus marcas y con todos sus marcos.

El tranvía eléctrico circula directamente hacia el cumpleaños número noventa. De momento, es un pelín más joven, una empresa dulce, de ochenta y siete años. Toda una celebración a la que ahora, este año 2008, se ha invitado a todos los viajeros solitarios de Avilés. Que son los más ricos de Asturias, a lo que pareceÉ Por lo menos por el precio que tienen que viajar los esporádicos: un euro por un lado y veinte céntimos más por otro. Una pasta, una pasta gansaÉ que se abarata con abonos y otras historias: aplauso al parroquiano y abandono del viajero esporádico que, en nada, elegirá el taxi al autobús, porque el autobús es un coñazo y hay que estar esperando su llegada. Y así no se va a ninguna parte.

Pero este problema contemporáneo no es monopolio de la Compañía del Tranvía Eléctrico. Se trata de un uso y una costumbre que empieza a ser eterna y «conditio sine qua non» para los que deciden bajar al curro en bus, para los que deciden seguir eso del transporte público, porque es más barato y mancha menos.