Me imagino al bebé próximo a cumplir su ciclo, de aproximadamente nueve meses, en el vientre de su madre, inquieto y preocupado ante el final de su vida. Todo se acaba, se acerca el final, ya no tiene cabida en aquel espacio, su mundo se desvanece, su tiempo enmudecerá, el cordón umbilical que le conecta con mamá le será cortado, lo presagia; el líquido amniótico donde se mueve tan agradablemente le faltará cuando se vaya, será el final, le tendrá que decir adiós a mamá para siempre, qué pena, qué dolor tan insufrible, qué sinsentido, la vida.

Y cuando llega el día de abandonar aquel espacio, lo hace entre lloros y forcejeos y unas manos que desconoce lo intentan asir para arrebatarlo de su casa y por última vez le dirá a su madre: «Hasta siempre mamá, gracias por la vida, por tus cuidados, por tus desvelos, perdona si te he dado mucho la lata, ha llegado el fin».

Entonces nace, por fin conoce a mamá, que emocionada lo abraza y lo mece entre sus brazos y un nuevo personaje en su vida, el padre, también aparece en escena y se estremece y lo adora como su madre; lo quieren más que a su propia vida, todos quieren proteger al recién nacido y la vida nueva comienza y su experiencia intrauterina es muy probable que tenga consecuencias y resultados en la nueva etapa.

La vida no ha acabado, ha renacido.

Tomás Medina se ha ido, probablemente le habrá ocurrido lo mismo que al niño recién nacido que pensaba que moría, cuando en realidad nacía.

Un hombre que se hizo a si mismo, de cuna humilde, honrado, locamente enamorado de su Aida del alma, fiel en el amor y en la amistad hasta el extremo, padre bueno, ¿Verdad, Alfredo??

Qué orgullosos tenemos que estar los que pudimos compartir con él tantos momentos como yo, por ejemplo.

Me decía con frecuencia: «Pipo, es tan sencillo ser feliz y lo hacemos tan complicado?».

Era una persona muy dada a hacer favores, a prestar su ayuda a quien pudiera necesitarla. Me comentó tantas veces: «Aquí estamos para apoyarnos unos a otros, si no qué sentido tiene esto?».

Tomás fue el corazón de Asturmasa, una empresa emblemática en Asturias que acoge a un puñado grande de trabajadores que el pasado 17 de mayo despedían al empresario y amigo entre el desconsuelo y el desconcierto ante la inesperada marcha de un hombre de bien.

A Tomás le ponía enfermo, nunca mejor dicho, la traición y la deslealtad, ante ellas era implacable; espero parecerme a él y deseo que las experiencias compartidas, así como su ejemplo, me marquen y lo hagan también con todos los bien nacidos, con todos los que tuvimos la fortuna de ser sus amigos.

Tomás ha vuelto a nacer, su espíritu siempre protegerá a Aida, a Alfredo, a sus nietas y a todos los que le quisimos.

Hoy estarás entonando aquella estrofa de la canción de Joan Manuel Serrat que tanto te gustaba y que yo te solía interpretar en tantas veladas que nunca olvidaré: «A mano derecha, según se va al cielo, veréis un tablao que montó Frascuelo, en donde por las noches y pa las buenas almas, el Currito el Palmo sigue dando palmas?».

Tu experiencia en esta vida tuvo mucho que ver con aquel pensamiento de Albert Einstein: «Dar ejemplo no es la principal manera de influir en los demás, es la única manera».

Hasta siempre, amigo, en mi nombre y en el de todos los muchos que te querremos siempre.