Amaya P. GIÓN

Dos siglos se cumplen este mes del levantamiento de los españoles contra las tropas napoleónicas, que marcó el inicio de la guerra de la Independencia (1808-1814). Lo que el 2 de mayo, fecha en la que se inició el levantamiento, es para los madrileños, el 21 de mayo, lo es para los avilesinos, aunque de 1809. Tal día como hoy la matanza de cientos de avilesinos anegó de sangre la finca de Los Carbayedos y el barrio de San Sebastián, en Valliniello. Este reportaje recoge los principales escenarios de la ocupación francesa en Avilés, que los historiadores David Arias García y el marqués de Teverga fechan entre 1808 y 1811.

Las brigada Marcognet alcanzó el alto de Valliniello el 21 de mayo de 1809 y allí, en la finca Los Carbayedos (muy próxima al actual centro de Formación Profesional de Valliniello) y en el barrio de San Sebastián (ubicado tras la antigua térmica de Ensidesa), se desató una cruenta batalla que culminó en matanza. Los franceses se encontraron ante unos mil avilesinos que, inexplicablemente, salieron de la entonces ciudad amurallada. Las versiones acerca de esta errónea reacción son dispares. Mientras unas apuntan a que la salida en masa se produjo por temor a los franceses, la versión más plausible es que salieron a hacerles frente. Según el general Mathieu, de hecho, los avilesinos marchaban bajo las órdenes de un militar retirado. Sea como fuere, el enfrentamiento resultó una auténtica carnicería.

El rudimentario armamento de los campesinos avilesinos (chuzos, hoces, guadañas, etcétera) poco pudo hacer frente a la compañía número 25 de dragones liderada por el capitán Clavet, un ejército entrenado y correctamente armado que segó la vida de entre 200 y 230 avilesinos en la batalla de la finca Los Carbayedos y del barrio de San Sebastián, según los historiadores (hay que tener en cuenta que la ciudad contaba, por aquel entonces, con una población de unos 1.800 habitantes por lo que el número de bajas fue muy importante).

Tras la escabechina, los de Clavet entraron al trote en Avilés, haciendo resonar los cascos de sus vigorosos caballos en los adoquines del pétreo puente de San Sebastián. Una vez superadas las murallas, los franceses tomaron posesión del Ayuntamiento, entonces bajo el bastón de mando de José Fernández Blanco, que renunció finalmente a su cargo por haber terminado los granos de su casa y sus caudales, siendo relevado por Francisco Sierra.

El palacio de Camposagrado, joya del barroco asturiano, se convirtió en el cuartel general de las tropas napoleónicas; un paso que dejó huella. «Cuando se realizó la rehabilitación del centro se encontraron cadáveres y esqueletos sin cabeza en los sótanos del edificio. No hace falta recordar que la pena de muerte de los franceses era la decapitación y la guillotina», explica el investigador avilesino Alberto del Río.

Pero la superioridad de los franceses no amedrentó a los lugareños, cuyo odio hacia los invasores fue más que evidente formándose una especie de resistencia. El general Kellerman, por ejemplo, mandó una orden haciendo responsable de la vida de sus soldados a las autoridades locales.

Las tropas amenazaron con saquear Avilés casa por casa si no les eran entregados 49.000 reales que, finalmente, cedieron una serie de notables de la ciudad. Esas sumas se recuperaron después gracias a una especie de colecta. El historiador Juan Carlos de la Madrid añade en una de sus obras que las contribuciones de los avilesinos se sucedieron para mantener las tropas francesas durante su permanencia en la ciudad a lo largo de las cuatro oleadas invasoras que ocuparon Asturias.

Si escasa es la bibliografía y documentación existente sobre el paso de los franceses por la comarca, menos aún las anécdotas que han trascendido, aunque haber las hay. El dueño de la venta de San Sebastián, ubicada en el barrio del mismo nombre, reclamó al Ayuntamiento que le indemnizase por todo aquello que los franceses tomaban sin pagar: «Bebieron los franceses diez cántaros de vino de Castilla y setenta y dos cántaros de vino de Candamo», escribió al Consistorio.

La represión y la hambruna agudizaron aún más el odio de los avilesinos hacia los invasores que, según se desprende de los escasos testimonios que se conservan, no respiraron tranquilos durante su permanencia en la entonces ciudad amurallada. Pascual Madoz recoge en su Diccionario geográfico: «Avilés hizo en aquella guerra cuantos esfuerzos pudo por la causa nacional».