Julio Camba vivió trece años en la habitación de un hotel por gentileza del dueño y porque, entre otras cosas, no tenía otro sitio donde quedarse. Se le llegó a conocer como el solitario del Palace. En una ocasión un grupo de compromisarios municipales se acercó al gran columnista para informarle de que el Ayuntamiento había decidido ponerle una calle.

-¿Una calle? ¡Pero si yo lo que necesito es un piso!

Camba dedicó su vida al ingenioso afán de sacar petróleo de las situaciones más dispares. Lo suyo era el arte de expresarse en profundidad portando un leve atuendo literario. Posiblemente sea el mejor articulista que hemos tenido en un país donde en el siglo XX ha habido, al menos, una docena de ellos brillantes. Pero él vivía pendiente de otras cosas, entre ellas ir arreglándose con sus facturas. Le pasaba como a Balzac y a otros muchos. Cuando escribió «La casa de Lúculo», su tratado de la culinaria, Luis Calvo, ex director de ABC, elogió la sintaxis.

-¿Pero qué es eso de la sintaxis? ¡La sintaxis! Hasta ahí podíamos llegar, ¿quién te crees que soy yo?

A Camba, que le importaba casi todo un pimiento, le disgustaba que lo considerasen humorista, pese a ser uno de los más distinguidos de nuestra historia. «Ésos son los que cuentan chistes en un escenario. Yo no me dedico a esas cosas», solía decir.

Aunque no se note, a Camba siempre lo tengo presente y no es la primera vez que escribo de él. Pero estos días contamos en las librerías con una preciosa selección de sus artículos bajo el título «Maneras de ser español». Se trata de piezas inéditas que ofrecen una visión bastante general del autor, ya que fueron escritas entre 1904 y 1961. Las primeras de ellas poco después de haber regresado a España desde Argentina, expulsado junto a otros anarquistas españoles e italianos, como recordaba días atrás Arcadi Espada. Camba. Él mismo lo decía, fue protagonista de novelas libertarias antes de escribirlas o convertirse en conservador inglés. Porque Camba era algo inglés en las maneras y por el día, mientras que por la noche procuraba ejercer de gallego, natural, por más señas, de Villanueva de Arosa.

Leo y releo sus artículos. Con la misma admiración que los de Josep Pla, otro escritor que supo desprenderse de la carga onerosa de la españolidad decimonónica para ser finalmente entendido como un gran autor de aquí.

Nuestro hombre utiliza siempre que puede la comparación para atravesar con puñaladas certeras el tópico que en otros puede llegar a resultar algo pesado. El español prototipo, comparado con un inglés o un alemán, es para Camba y, según su descripción, «un hombrecillo débil y violento, uno de esos cascarrabias chiquirritines, con los ojos saltones y los bigotes revueltos, que asestan puñetazos heroicos a las mesas de los cafés y luego comienzan a dar gritos porque se han hecho daño». Umbral, algo más elíptico, definió el modelo como «visigodo de pata corta».

Hay, sin embargo, matices, como el que ilustra su artículo «Escuelas de españolismo» (1912). Camba habla en él de los españoles que viven en Londres y en París y son capaces de amoldarse a circunstancias distintas, pero sin olvidarse, en definitiva, de lo que son. Lean: «El español de Londres es serio y, cuando viene a París, siente una indignación contra la vida parisiense. El de París no puede pasar más de dos días en Londres. Parece que el español de Londres está muy acostumbrado a Londres y el de París se encuentra muy bien en París. Nada de eso. Como ambos son españoles, ambos se pasan la vida protestando: el de París, contra Francia, y el de Londres, contra Inglaterra. Mientras tanto, ustedes, los españoles que no han abandonado España, protestan contra ella.

Así es la vida.