E. C.

Más de mil vacunas en un día. Éste es el récord de Florencio Villoldo, que trabajó de practicante para la empresa Entrecanales desde 1952 hasta 1968. Tantas vacunas son muchas decir, pero fue la única forma de atajar una gripe muy fuerte que comenzó a hacer mella en la plantilla. «Estuvimos vacunando todo el día, hasta las dos de la mañana. Según venían los obreros del trabajo, los enfermeros me preparaban el material y yo pinchaba. Salimos todos agotados, me dolían hasta los dedos de tanto pinchar». Las jeringas se hervían para evitar infecciones, todavía a años luz de las de usar y tirar. Las vacunas, y el resto de material de la enfermería de Entrecanales, situada junto al sanatorio de Llaranes, lo suministraba La Flor de Avilés.

A Florencio Villoldo le tocó atender a los obreros no sólo de Entrecanales, sino también a los de Ensidesa, que aún no tenía hospitalillo. «Yo vivía en la enfermería. Llegamos a tener 14 médicos y 22.000 obreros. Todos tenían que pasar por mis manos y por las del otro practicante, Abascal, que estaba en el botiquín. Cuando pusieron botiquines en los trabajos, llegamos a ser una docena de practicantes», relata. Villoldo nació en Palencia, estudió en Valladolid y llegó a Avilés con 31 años. Su capital era únicamente de 300 pesetas, pero en Entrecanales comenzó a ganar doce pesetas a la hora. En 1969 pasó a Ensidesa, primero como practicante y finalmente como ATS. «Conseguimos que nos equipararan a los peritos».

Villoldo era el responsable de atender a los heridos en accidente, lo que resultaba un plato difícil de digerir. «Iban muchos accidentados en las campanas, los llevaba para hacerles el vacío en la cámara sanitaria e ir haciendo la descompresión poco a poco, para quitarles los dolores».

Los que venían de la Legión estaban acostumbrados a cosas peores, bien es cierto, pero eso no oculta los 96 muertos que hubo en las campanas («a siete tuve que sacarlos yo del agua», relata Villoldo) o a los 114 que perecieron en las canteras al explotar los barrenos. Cuando hacía visitas por la noche a los barracones, Florencio Villoldo iba en ocasiones acompañado por la Guardia Civil, que recibía algún soplo de droga. «Había droga a montones, como hachís. Entrabas en el local y tiraba para atrás», asegura.