La Sociedad Filarmónica Avilesina lució por última vez esta temporada su estampa en el auditorio de la Casa de Cultura. La Orquesta Filarmónica de Pilsen enrolló el colorido telar de la entidad hasta el próximo mes de octubre, cuando la 54.º temporada de la segunda época se ponga en marcha. Así, la formación de Bohemia, dirigida por Jaroslav Krcek -batuta muy querida por los socios-, ponía el broche de oro sinfónico a los noventa años de la insigne sociedad.

La Orquesta Filarmónica de Pilsen ofreció una actuación con picos, en la que se lució especialmente en la segunda parte, durante las páginas de la «Séptima sinfonía» de Beethoven. En la primera mitad del concierto destacó la interpretación del joven violinista Stepán Prazák, como solista del «Concierto para violín y orquesta, KV 219», de Mozart. Los de Pilsen estuvieron correctos. Faltó una chispa de fuerza y movimiento que enriqueciera la interpretación. Las expectativas frente a la que hoy es una formación con nombre en el Este eran quizá demasiado elevadas. Se esperaba un punto más de excelencia.

La Filarmónica de Pilsen abrió fuego con la obertura de la ópera de Rossini «El barbero de Sevilla», que el conjunto acogió con la ligereza y la claridad que caracterizan la conocida obra, a partir del tema principal que lideran los violines sobre el «staccato» en la cuerda grave. Además, los vientos marcaban ya nivel y personalidad desde esta página romántica, a pesar de que los baches en el tercer tiempo de Beethoven oscurecieron su papel en el programa.

En Mozart, Prazák fue un violín solista con temple, con una interpretación equilibrada, eligiendo unos puntos de tensión en el discurso en los que imprimió un plus de presión a su instrumento. Prazák, el joven «mimado» de la Filarmónica de Pilsen, modeló las frases clásicas con madurez, aunque algunas progresiones «de dedos» supusieron alguna traba en la interpretación. Por su parte, la formación estuvo mejor en los dos primeros movimientos, en cuanto a los planos sinfónicos del primer «Allegro» y a la articulación del movimiento lento central.

En la esperada «Sinfonía n.º 7» de Beethoven, los de Pilsen pusieron cuidado en la construcción de la página y en los cambios de textura, ambiente y articulación típicos del autor. En el popular segundo movimiento, la formación tuvo sus mejores momentos, a través de la conducción del canon y el posterior desarrollo de los temas. Las cuerdas bohemias estuvieron especialmente bien en los tres últimos movimientos, incluso frente al peligro, por momentos, de que el aire de la pieza decayera por inflexiones del «tempo» quizá demasiado ralentizadas. Un coral de Bach sirvió de propina en el concierto. Mientras que, tras Mozart, Prazák ofreció un fragmento de «El verano», perteneciente a las «Cuatro estaciones»; bis al que se sumaron Krcek, al contrabajo, y un violín y viola, en la peculiar improvisación de la obra de Vivaldi. Krcek, con su amplia experiencia, no tiene tapujos en traspasar barreras de lo que entendemos como concierto. El director, como ya propició en actuaciones anteriores, crea una atmósfera familiar para los músicos y el público. Aunque ésta puede ser un arma de doble filo ya que, por un lado, algunos gestos pueden resultar fuera de lugar y, por otro, un exceso de confianza puede influir en la calidad de la interpretación. Eso sí, la distancia -o los divismos-, con la que se pueda presentar una orquesta tampoco es sinónimo de una actuación excelente.

La Sociedad ponía así punto y final a su ciclo, con el que fue uno de los platos fuertes de un calendario variado, versátil y en el que, año tras año, la entidad hace malabarismos para mantener el nivel de las programaciones con más historia del país.