Eduardo GALÁN

En cine, los lugares pueden desplazarse en el mapa. El equipo de la película aterriza en una ciudad, rueda sus tomas, recoge sus bártulos y, ya en la sala de montaje y si el guión lo requiere, esos exteriores se trasladan a otro sitio. Por eso, la primera aparición de Avilés en «Vicky Cristina Barcelona» no se presenta como Avilés. Esto no es un juego de palabras; Woody Allen coloca la plaza de San Nicolás de Bari en el centro de Oviedo y así recrea una comida animada de los personajes de Javier Bardem, Scarlett Johansson y Rebecca Hall.

LA NUEVA ESPAÑA comprobó la conexión avilesina de Woody Allen en el primer pase de «Vicky Cristina Barcelona» en Madrid. Pendiente de estreno en el Festival de San Sebastián el día 18 de Septiembre y, al día siguiente, en todo el territorio nacional, el esperadísimo filme del director neoyorquino tiene muy en cuenta la villa avilesina en su metraje. Tres semanas de planos proporcionan al realizador mucho material, tomas descartadas aparte, en su objetivo de estructurar una película plenamente europea y profundamente literaria.

El debut de las calles de Avilés se produce de una manera un tanto extraña. Juan Antonio (Javier Bardem) propone a dos turistas norteamericanas, Vicky (Rebecca Hall) y Cristina (Scarlett Johansson), un viaje de fin de semana desde Barcelona a «Oviedo» con promesas de diversión (y sexo). Realzado por la dirección artística de Íñigo Navarro y la fotografía de Javier Aguirresarrobe (una constante a lo largo del filme), San Nicolás de Bari conforma ese paseo de ficción geográfica que realizan el español y sus acompañantes. Allí almuerzan entre cervezas y Juan Antonio no pierde el tiempo: flirtea con Cristina a la sombra de los árboles.

Aunque Avilés salga de refilón y «desubicada» en el primer tramo de la película -ahí la protagonista es Oviedo- durante el segundo día de la escapada la acción llega a la costa cantábrica. Con Cristina convaleciente de alcohol y marisco, Juan Antonio ofrece (en Santa María del Naranco) a la racional Vicky una serie de visitas alrededor de la región. La «voz en off» indica la parada obligada y nombra por fin a la villa: el faro de Avilés. Mientras la ría se mezcla con el mar, Bardem y Hall descansan, oleaje al fondo, tontean, en una de las escenas más bellas del filme; un momento que copa los promocionales del filme. Vicky, cautelosa ante el donjuán, oye las palabras de Juan Antonio atentamente, sin saber todavía que la atracción por el artista la empujará a la locura romántica. Entre las cosas que le revela el pintor está que nació en un pueblecito cerca de allí y, con esa excusa, le propone acercarse a casa de su padre, un poeta bohemio que habita una casa de Tiñana (Siero) llena de flores y árboles. Después de conocer al escritor hippy y recordar la pasión que sacudía a la ex mujer del protagonista masculino, María Elena (Penélope Cruz), la pareja cena tranquilamente en la corrada del Obispo. Entonces, en un segundo de intimidad delicadísimo, Juan Antonio convence a la norteamericana para disfrutar de un concierto de flamenco.

Si en «Todos dicen I love you», Woody Allen iluminaba los rincones de Venecia y París; si en «Manhattan» coloreaba el Central Park de Nueva York en «Vicky Cristina Barcelona» el director pinta el parque de Ferrera avilesino con un trazo desconocido. La cámara atraviesa los senderos de luz tenue hasta elevarse hacia el quiosco de la música. Dentro, un público reducido escucha a un guitarrista gitano. Bardem se emociona, Hall se emociona; se reconocen. El parque de Ferrera guarda las espaldas a la pareja y, a partir de un beso avilesino en penumbra, el metraje encuentra multitud de razones para seguir adelante.

Poco tiempo les queda a los protagonistas en Asturias; tras el encuentro en Ferrera sólo falta regresar en un vuelo de silencio a Barcelona. Por mucho que se transmuten el Naranco y algunos paisajes de Tiñana en escenarios catalanes, el destello del Principado se disuelve en la distancia con su encanto natural y veraniego, pasional y efímero. Permanece, en cambio, esa especie de juramento de fidelidad de Allen con las tierras astures. El cineasta, con unas cuantas visitas al Principado, prueba que Asturias le fascina.