E. CAMPO

Ilse Schütz cambió su vida en Alemania como profesora de Matemáticas por «un sueño loco» en Alicante. Allí, en la localidad de Agost, descubrió que podía hacer realidad aquella vieja idea, tantas veces acariciada, de abrir un museo. Un alfar de principios del siglo XX que se conservaba intacto fue la puerta de una nueva vida para ella, y durante 20 años luchó por un museo que ahora ya vuela solo, aunque lo siga mimando desde la distancia como a la niña de sus ojos.

«Nunca pensé que podría hacer realidad ese sueño de un museo», reconoce Schütz, que visitó la pasada semana Avilés para charlar con José Manuel Feito sobre alfarería. Fue en 1979 cuando, de vacaciones en Alicante, llegó a Agost, situado a 25 kilómetros de la capital. En aquel entonces en esta localidad todavía había veintiún alfares que trabajaban de manera tradicional: recogían la tierra, preparaban el barro, realizaban las piezas y las cocían en hornos morunos. «Tenían gran variedad de vasijas utilitarias».

El alfar impresionó a Schütz: «Estaba tal cual, tenía tornos, secadores, horno para más de 7.000 piezas...». Regresó de sus vacaciones, pero sólo tardó dos años en cargar sus pertenencias en un coche y dejar Alemania para cumplir su sueño. Una vez instalada en Agost alquiló el edificio del viejo alfar y comenzó su lucha. «Cada día, rubia como era entonces, iba a una fábrica y decía: hola, soy Ilse y quiero hacer un museo». La mujer asegura que los alicantinos «fueron muy tolerantes» y la dejaron hacer. Lo que hizo fue recoger todo el material que pudo para estudiar las formas y procesos de la alfarería.

«Fue absolutamente una locura», reconoce Schütz. Al dejar de dar clase no tenía un sueldo, sino que tuvo que recurrir a sus ahorros y a algunos donativos de amigos. «El alcalde de Agost no quiso saber nada, lo que me molestó bastante, porque no sabía si podría aguantar económicamente». El momento le fue propicio: «Con las elecciones de 1982 y la llegada del PSOE había mucha ilusión por recuperar la cultura propia, y en Agost nadie estaba preparado para hacer nada».

Un comerciante que recorría los alfares de toda España fue el primero que le llevó a Schütz noticias de José Manuel Feito, que por aquel entonces estaba ya trabajando para recuperar la alfarería negra de Miranda. En uno de sus viajes a Madrid, la alemana consiguió el libro escrito por el sacerdote asturiano, y unos años después conoció personalmente a su autor, en un congreso en Cangas de Onís.

De la mano del museo de Agost comenzaron años de ferias, exposiciones, investigación y contacto con otros amantes de la alfarería. «Una alemana haciendo un museo es raro, y gracias a eso tuvo más fama», afirma de buen humor. Schütz siempre potenció la vertiente educativa, y fueron muchos los colegios que pasaron por su centro.

Llegó un momento en el que esta ya experta en la alfarería decidió que no podía quedarse eternamente en el museo, esperando a ver cómo se cerraba por falta de subvenciones ni tampoco eternizándose en él en el caso de que consiguiera los apoyos necesarios. Así que, aprovechando su 65.º cumpleaños, en 2000 decidió volver a Alemania. El museo, sí, consiguió por fin las ayudas administrativas, y continúa abierto e incluso en obras de rehabilitación. «Para los políticos hubiera sido mala propaganda que se cerrara por falta de apoyo. Ahora tiene una directora, y yo sigo en estrecho contacto desde Alemania».

En Avilés, Ilse Schütz conoció a Ricardo Fernández, profesor de la Escuela de Cerámica y experto en la alfarería negra de Miranda, y acordó con él participar en los actos que sobre la alfarería se organizarán en la segunda quincena de febrero. Fernández explicó: «La exposición sobre cerámica negra de Miranda, que ahora está itinerando por Asturias, se mostrará en el CMAE, y organizaremos actos paralelos, como charlas y una representación teatral».

«En Alemania, igual que aquí, a la cerámica negra no se le hace caso», aseguró Schütz. Y eso opina la experta que puede deberse a que muchos museos se nutren de colecciones privadas, y los coleccionistas suelen fijarse únicamente en criterios estéticos. «Sin embargo, para mí los objetos no sólo tienen valor estético, sino que también son contenedores de información».

En la colección de Agost, y también en un museo de Hamburgo, existen piezas de alfarería negra de Miranda. Y Ricardo Fernández tiene el proyecto de catalogar esas piezas. Schütz se mostró muy interesada en la posibilidad de que Avilés acoja un centro interpretativo de la alfarería. «En ningún sitio hay un museo de alfarería negra», aseguró.