E. CAMPO

Los seis tripulantes sudamericanos del «Orient Star» no ocultaban ayer su satisfacción tras recibir el dinero que les adeudaba el armador -en total, 48.000 dólares- y saber que sólo horas les separan del regreso a casa. La compañía panameña Maritime Administration Business vendió el barco anclado en el muelle de San Agustín desde el 11 de noviembre de 2007 y con el producto de la venta pagó los salarios a los marinos. El comprador es una empresa vasca que remolcará el «Orient Star» a Bilbao y allí lo convertirá en chatarra. Esta operación, precedida de largas negociaciones, cierra así un caso relacionado con las banderas de conveniencia, que consiste en una práctica habitual de los armadores para saltarse las normativas asentando los barcos en países con relajada legislación.

Luz Baz, inspectora de la ITF para Asturias y Galicia, explicó que la gran diferencia con el «Grenland» -el buque que encalló en la bocana de la ría- fue que el armador del «Orient» se hizo cargo, aunque con retraso, tanto de los marinos que llegaron originalmente, filipinos, como de los sudamericanos que llegaron después con la misión de reparar las averías. En cambio, en el «Grenland» los marinos rusos se quedaron sin conseguir sus salarios y si fueron repatriados fue gracias a la colaboración de Cruz Roja, ya que el armador no atendió los requerimientos para hacerse cargo del barco, que finalmente ordenó desguazar el Puerto.

Los seis tripulantes que ahora regresan a su hogar proceden de Colombia, Guatemala, Ecuador, Brasil y Venezuela, y pasaron entre nueve y catorce meses en Avilés. Baz , que medió en el conflicto laboral, se mostró muy satisfecha del desenlace, tanto como los trabajadores, que ya tienen las maletas listas. Es el caso del brasileño Raúl Herón, cocinero, cuya especialidad es el café y bromea con la posibilidad de abrir chigre en el «Orient». «Lo peor de este tiempo fue la incertidumbre», señaló. Sin embargo, tanto él como sus compañeros destacaron la hospitalidad de los avilesinos, a algunos de los cuales pusieron nombre, aunque no apellido: Alfonso, Bernardo, Antonio, Juan Carlos. Cruz Roja también les suministró alimentos y así pudieron sobrevivir en la dársena San Agustín. «Nunca nos sentimos solos, estamos muy agradecidos al pueblo de Avilés», añadió Leopoldo Valdivieso. Juan Rodríguez, el capitán, hombre de pocas palabras, sonreía también al saber finalizada ya la larga espera, junto a Jesús Molina, Abner McKliff y José Pineda. Atrás queda el largo invierno que siempre recordarán de Avilés: «Frío, mucho frío».