Pulide (Castrillón),

Ignacio PULIDO

La niebla extendió su tupido velo sobre las decenas de romeros que ayer se dieron cita en la vigésima sexta edición de la jira de Pulide. A pesar de que la meteorología no fue todo lo benévola que se esperaba y castigó con algún que otro chubasco, los asistentes no cejaron en su empeño y, cesto en mano, coronaron la cima del monte con la intención de disfrutar de una comida campestre en la que no faltaron culetes de sidra, costillas, empanadas y chorizos criollos.

Tan sólo los más madrugadores fueron premiados con las vistas que ofrece esta atalaya castrillonense. En torno al mediodía el humo de las costillas que se asaban en las parrillas se entremezcló con una densa niebla que ascendía con decisión desde el mar y que convirtió la luminosa mañana en una tarde de tonos grisáceos.

Llegados de todo Castrillón y de los concejos aledaños, decenas de romeros se agolparon entre las casas de Pulide, donde varios gaiteros y carrozas esperaban para iniciar la marcha hacia el alto. Encabezada por el sonido de las gaitas, de un acordeón y de un tambor, la comitivia avanzó sin prisa pero sin pausa escoltada por decenas de jinetes.

Una vez arriba el cura de Pillarno se encaramó en la caja de un tractor para oficiar una misa solemne en honor de la Virgen, cuya imagen engalanada con ramas de palmera presidió el desarrollo de los acontecimientos.

Una vez finalizada la liturgia, el bar se convirtió en la segunda estación de la jira. A pie de barra, entre vermús, llegó la hora de hacer acopio de energías para bailar durante toda la tarde, no sin antes hacer gala de las tradiciones más castizas tumbados a la bartola disfrutando de una reparadora siesta en el prao.